He terminado hace poco de leer La muerte de Stalin y Joe Shuster, y mis sensaciones han sido muy diferentes con uno y con otro. Los dos tienen en común que son cómics basados en hechos reales, pero no de manera autobiográfica, y también que son dos ejemplos de las maneras de entender este género. Yo haría una clasificación sobre este tipo de relatos:
- Historias absolutamente basadas en hechos reales (como La mujer rebelde, de Peter Bagge)
- Historias ligeramente basadas en hechos reales (como 300, de Frank Miller)
- Historias a medio camino entre una y otra (como La muerte de Stalin, de Nury y Robin)
En los tres casos, no me refiero al uso de la documentación que ha manejado el autor o autores, sino a cómo el lector es consciente de la verosimilitud de la historia.
Por empezar por el primer ejemplo, en cómics como La mujer rebelde se ve que los autores intentan ser transparentes, que su objetivo es transmitir información sin querer actuar como un filtro. Los autores incluso justifican sus decisiones a la hora de contar el relato en alguna parte dentro de la obra, ya sea en notas al pie o en el epílogo. Sería el caso también de otros cómics como Feynman o Logicomix.
En el lado contrario, cualquier lector sabe, sin necesidad de que se lo tengan que aclarar, que 300 o Buda de Osamu Tezuka parten de hechos históricos, pero que una gran parte de que lo que se cuenta en ellos es un añadido del autor. El lector sabe que si lo que aparece aquí es extravagante o imposible es porque se trata de un relato de ficción y hay que disfrutarlo como tal. Lo importante es lo que cuenta el autor, no los datos en los que se basa.
El que me preocupa es el tercer tipo, cuando los límites entre estos dos enfoques están borrosos. Ni el autor es puntilloso con los hechos reales, ni llega a ser tampoco inverosímil. En estos casos, ¿qué es real y qué es inventado? Siento que como lector necesito haber hecho una investigación similar al autor para poder valorar las decisiones creativas de este cómic, y también para poder separar la realidad de la ficción.
Sobre este tema me vienen a la cabeza las discusiones sobre si un cómic se parece a su adaptación. En comparación, no me parece tan importante cuando pienso en películas de este estilo, basadas libremente en hechos reales pero sin que el lector sepa hasta qué punto. Por poner dos ejemplos recientes, no me gustó nada cómo falsearon la realidad en los biopics de Alan Turing (Descifrando Enigma, 2014) o P. T. Barnum (El gran showman, 2017). Puestos a elegir, yo le daría más importancia a la fidelidad de estas películas que a la de las adaptaciones de cómics, que seguramente hayan sido retconeados, rebooteados o ultimateados alguna vez.
Éste es básicamente mi problema con La muerte de Stalin. Su premisa es una bomba atómica: con la muerte de este dictador que había concentrado tanto poder en su persona, el gabinete de ministros se convirtió en un campo de batalla para ocupar su lugar. Sin embargo, al terminar de leerlo investigué un poco sobre la historia real y encontré pequeños matices que se diferenciaban de lo que había visto en estas páginas. Algunos detalles que me habían llamado mucho la atención no habían ocurrido en realidad, sino que eran ingeniosas decisiones creativas de los autores.
En el lado contrario, había empezado Joe Shuster con desgana. Entre los libros Men of tomorrow, Superman: la creación de un superhéroe y la parodia de El Maximortal ya me sabía más de la mitad de la historia que cuentan Julian Voloj y Thomas Campi. Sin embargo, a cada página iba viendo que no importaba lo que ya supiese de antes, que la historia trágica de los creadores de Superman, dos pequeños artistas traicionados por una gran empresa, estaba pensada para que todo tipo de público la lea y le impacte. En realidad sólo me choca el final, que me parece demasiado apresurado. El resto es el trabajo de dos autores que entienden la importancia de lo que están contando y que se lo toman en serio.
Seguramente me vayan llegando a la mente historias que me hayan gustado pero sean del tercer tipo en el que englobo cómics como La muerte de Stalin. Es posible que en el futuro me eche para atrás con esta opinión, pero llevo bastante tiempo pensando que en este tipo de relatos la responsabilidad del autor es mucho mayor que en las que son ficción sin más. No sólo están vendiendo entretenimiento con una apariencia más respetable, sino que construyen una versión falseada de la historia que podría llegar a asumirse como la auténtica.
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