lunes, 25 de junio de 2018

Con 'Happy!' Morrison brilla más en la televisión que en el cómic


Si un autor de cómics es bueno, o si llama la atención de una gran cantidad de lectores (soy de los que creen que estos dos aspectos están bastante relacionados), es posible que alguno de sus cómics acabe siendo adaptado al cine. Excepto en el caso de Grant Morrison.

Siempre he tenido la sensación de que su trabajo esta muy enfocado al medio para el que escribe, que lo que hace valiosos sus cómics es cómo se le ocurren locuras que sólo funcionan cuando se cuentan en viñetas. Me parece imposible adaptar al cine cosas como su etapa de Animal Man, We3, Los Siete Soldados de la Victoria, Los Invisibles, Flex Metallo, El multiverso (¿no hubiese quedado mejor traducido como Multiversidad?)…Se hizo una película animada de All Star Superman, pero incluso esa adaptación era fallida. Una de las virtudes de aquel cómic era que no se celebraba la violencia, Superman no protagonizaba escenas de acción elaboradas, y sin embargo la película tuvo que incluir una traca final del Hombre de Acero contra Lex Luthor, el típico cierre de cualquier película de acción.

Por eso me llamó la atención el estreno de una serie de televisión basada en Happy!, un trabajo menor e irrelevante dentro de la carrera de Morrison. Un cómic de cuatro números USA, una breve historia de unas 100 páginas que no es nada en comparación con todo lo que el guionista ha escrito hasta este momento. Un cómic con buenas críticas, sí. Los que se lo han leído dicen que está muy bien. Los seis.

Morrison es el guionista de cómics de los big concepts, de las grandes ideas que te venden una historia antes de haberla leído. Blake Snyder decía que un big concept se puede explicar con una frase del tipo «Es un cruce entre A y B»,. Entonces Happy! sería un cruce entre Sin City y My Little Pony. Nick Sax, un ex policía hecho polvo que ahora sobrevive como matón a sueldo, conoce un día a Happy, un unicornio azul con alas al que sólo él puede ver. El unicornio está empeñado en que Nick salve a una niña que ha sido secuestrada, pero él tiene otras prioridades.

No creo que Happy! sea un cómic fácil de adaptar tampoco, pero dentro del estilo de Morrison éste sería de los sencillos. En solo 100 páginas Morrison y el dibujante Darick Robertson tienen espacio para plantear la idea, una trama básica y el ambiente sórdido. O lo que es lo mismo, para lanzar una propuesta, un punto de partida para desarrollar una historia más elaborada, que se tome su tiempo para profundizar en los temas y los personajes.

En este caso la adaptación es mejor que el cómic original, y no sólo porque el cómic sea muy breve. También influye que Grant Morrison por primera vez en su vida ha dado el salto al audiovisual y se ha implicado en el desarrollo de la serie. La adaptación parece más suya que el cómic. Si al cómic se le podría acusar de ser una imitación de las burradas de Warren Ellis (aunque no sea del todo cierto, porque Morrison ha hecho muchos cómics en los que combina la fantasía infantil con el realismo desagradable), la serie también profundiza en el aspecto fantasioso del relato, crea un villano mucho más sórdido y le da un giro mágico a la contraseña del Don.

Llevo un tiempo que tengo la sensación de que Morrison está alejado de los focos de la pista central en la industria del cómic. Después de haber sido una estrella con las etapas de la Liga de la Justicia, sus New X-Men o Batman, ahora parece estar en proyectos pequeñitos o alternativos. Si Happy! acaba teniendo éxito y las editoriales no quieren contar con él para sus colecciones, imagino que Morrison podría dar el salto al audiovisual. Si va a tener libertad para seguir contando sus historias, le deseo lo mejor y que pueda hacerlo durante muchos años.

lunes, 18 de junio de 2018

Mis problemas con la ciencia ficción de EC


Me gusta mucho la ciencia ficción. Creo que es el mejor género con el que se pueden transmitir ideas y reflexionar sobre ellas, porque todo en la ciencia ficción es una metáfora de algo. O al menos en la que está bien escrita. Al ser un género basado en mundos que el autor tiene que construir desde cero, todas las elecciones que hace se basan en sus intereses políticos y filosóficos. Por eso creo que el tema general que resume la ciencia ficción podría ser el análisis de cómo el avance científico de una sociedad presiona y fuerza a evolucionar la escala de valores (éticos, sociales, políticos, filosóficos…) de esta sociedad

(Hago un pequeño inciso para poner un ejemplo de una novela de ciencia ficción que acabo de leer, que me ha encantado y que creo que es un buen ejemplo de esta definición: La guerra de las salamandas. Muy recomendable).

Hace unos años tuve la oportunidad de comprar la colección Biblioteca grandes del cómic: Clásicos de la ciencia-ficción, que recopila los cómics de ciencia ficción de la editorial EC publicados entre 1950 y 1956. Sabía que en las revistas de esta editorial estaban algunos de los mejores autores de la época, especialmente el grandísimo dibujante Wally Wood, pero me temo que a estos cómics les ha afectado mucho el paso del tiempo, y no me refiero al apartado científico.

Como he dicho, lo que más me gusta de la ciencia ficción es que es un vehículo de ideas. Hay en estos cómics muchísimos ejemplos de ideas progresistas para la época, como críticas al armamento nuclear, pacifismo, animalismo (igual que en El planeta de los simios, en varias historias los seres humanos sufren las mismas torturas que algunos animales)… Un relato relativiza la mística del cristianismo al mostrar a un terrícola que es considerado un equivalente de nuestro Jesucristo en un planeta lejano (Weird Science #13). En otro, un científico loco transforma en mujer al novio de su hija, por lo que ella decide cambiarse de sexo también para seguir con él (Weird Science #10). En la misma línea, otros exploradores encuentran un planeta en el que sus habitantes cambian de sexo cada cierto tiempo (Weird Science #14), como ocurre en el planeta de Ursula K. le Guin de La mano izquierda de la oscuridad (1969). Tal vez el ejemplo más famoso sea el del Weird Science #18, protagonizado por un astronauta negro y que trata sobre el fin del racismo en la Tierra.

Todos estos ejemplos de mentalidad abierta, con los ojos puestos en un futuro utópico, chocan con otros detalles mucho más conservadores. Por ejemplo, a pesar del relato sobre el racismo, me llama la atención la escasísima representación de negros, asiáticos, latinos o cualquier otro colectivo. También las mujeres tienen menos presencia, tanto entre los personajes de fondo como entre los protagonistas. Pero el caso de las mujeres en estos cómics tiene un poco más de chicha.

Por lo general, las mujeres aparecen más que nada como decoración, y si tienen peso en la trama suele ser porque son un interés amoroso. Por ejemplo, en uno de los relatos de Weird Science #11, una computadora recibe por turnos lecciones de un maestro y una maestra. Como él se siente atraído por ella, la máquina tiene dificultades para aprender, por lo que los científicos recomiendan que la computadora sólo hable con hombres. Otro papel habitual es el de la esposa que quiere hacer daño al protagonista, como en los números #6 y #9. Pero de estos ejemplos el más risible es el del Weird Science #7: el científico protagonista tiene que lidiar con una esposa enjuta y malhumorada que le impide mantener un romance con una de sus estudiantes, a la que le dobla la edad.

Hay varios relatos de hombres que desean fabricar a la mujer artificial de sus sueños, pero el del Weird Science #5 es el más llamativo. En el futuro venden mujeres igual que si fuesen electrodomésticos o esclavas. La vendedora incluso tiene un monólogo bochornoso sobre la novia deluxe: «¡Nunca se queja, nunca discute, no se opone a que se quede hasta tarde con los amigotes, siempre sonríe, cocina divinamente, cose, le adora completamente y obedece todas sus órdenes! ¡En otras palabras, la esposa perfecta!» Casi parece que la esposa ideal sea una mujer lobotomizada…

Y hasta aquí he llegado, porque llevo años con estos cómics en la estantería y se me hacen duros de leer. Por si acaso, para mí estos problemas de representación de la sociedad no son una pega, sino un aliciente. Ver estos comentarios o aspectos machistas de la época es lo que me anima a avanzar unas páginas de vez en cuando. Mi problema con estos tomos es la poca variedad de los argumentos. Todas se parecen demasiado y se resumen en unos pocos temas: el ejército contra una invasión, el científico loco en su laboratorio, una familia afectada por aspectos fantásticos (viajes en el tiempo, extraterrestres...), exploradores espaciales... Me apasiona la ciencia ficción, pero estos cómics no serían el mayor exponente del género de la época.

lunes, 11 de junio de 2018

Por qué creo que Superlópez pudo terminar en los 80


Creo que el caso de Superlópez es parecido al de las Tortugas Ninja o Cerebus. En los tres casos se trata de personajes que empezaron como parodias pero que acabaron siendo obras más personales. Tal vez la comparación sea más redonda con Cerebus, porque tanto Dave Sim como Jan comparten en su trabajo sus reflexiones y su manera de entender la vida con bastante libertad creativa. Tanto se vuelca Jan en su trabajo que llegamos a pensar que autor y personaje son uno. Sin embargo, tengo la sensación de que el dibujante podría haber abandonado tranquilamente a la supermedianía en los 80 si las cosas hubiesen sido diferentes.

Antes de entrar en la Editorial Bruguera alrededor de 1974, Jan había podido desarrollar un tipo de cómic más personal, con guiones y dibujos suyos, con su forma de entender las historias y la forma de llevarlas al papel. En Bruguera esto cambió. Se tuvo que ajustar a los esquemas de seis hileras de viñetas, el gag alargado de una página, guiones de otras personas y dibujar al mismo tiempo cuadernos coloreables, cuentos, troquelados, las adaptaciones al cómic de Heidi y Marco… Tuvo que ser una época que le dejó marca, porque en Cachabolick Blues Rock (1988) colocó a Martha en una situación parecida a la que vivió él.

Jan consiguió volver al tipo de cómic que le gusta hacer con Las aventuras de Superlópez (1979) con la ayuda en los guiones de Francisco Pérez Navarro. Juntos habían sacado adelante las adaptaciones de Heidi y Marco, pero también algo más personal, Nosotros los Catalanes (1978), una historia de Cataluña en formato cómic. Esta colaboración debió de ser tan fluida que mientras estaban con Superlópez sacaron tiempo para otro cómic en paralelo, Pasolargo (1979) para el suplemento asturiano Espolique.

De este modo, fueron racionando una entrega de Superlópez con frecuencia quincenal hasta 1980, cuando el dibujante decidió encargarse en solitario de Superlópez, sin ayuda ajena en los guiones o el coloreado. Comenzó inmediatamente tras ¡Todos contra uno, uno contra todos! (1979) a serializar Los alienígenas (1980), pero al acabar éste llegó un parón de tres meses hasta que se publicó la primera entrega del siguiente álbum, El Señor de los Chupetes (1980). La regularidad de Superlópez se cayó por segunda vez durante las últimas entregas de La semana más larga (1981) por culpa de Pulgarcito, una nueva colección regular para la revista del mismo nombre. No es sólo que los últimos capítulos saliesen a razón de 6 páginas al mes, sino que pasó un año y medio entre el final de este álbum y el comienzo del siguiente, Los cabecicubos (1982).

Creo que debieron de influir varios factores en las decisiones que tomó Jan en este tiempo. Por una parte estaba la presión de las fechas de entrega de Pulgarcito, y lo poco satisfecho que quedaba con el resultado final por culpa de los coloristas. Por otro lado, Bruguera estaba en suspensión de pagos y tuvo retrasos y deudas en los pagos a sus trabajadores, una situación que creo que tiene un eco en ese Jaime que controla los presupuestos de La gran superproducción. Ante esta situación, el dibujante saltó a Ediciones Druida donde continuó ilustrando cuentos infantiles pero también creó otros personajes para la revista Jauja (1982): Los últimos de Villapiñas y Cab Halloloco.

Jan ha dicho en muchas entrevistas que para él los personajes son menos importantes que las historias, pero creo que alrededor de estos años Jan pudo tener menos cariño por Superlópez que por el resto de sus personajes. Los cabecicubos (1982) se serializó en cuatro meses en la revista Mortadelo Especial, y La caja de Pandora (1983) en tres meses, pero entre uno y otro pasó un año de sequía. Hubo otro año de sequía más hasta que se publicó La gran superproducción (1984), primero en una revista que duró 3 números, y en recopilatorio Olé el mismo mes en el que se cancelaba esa publicación. ¿Quiere decir que Jan estuvo mirando las musarañas mientras tanto? No, al mismo tiempo sus colaboraciones empezaron a aparecer en revistas como Rumbo sur o A tope con sus álbumes Viceversa, trotacosmos de ida y vuelta (1984-1991) y Laszivia (1984), una historieta en el Hara kiri nº 46, y también presentó varios proyectos rechazados, algunos de los cuáles se acabaron publicando en los Guai! nº 85 y 107.

Toda esta falta de periodicidad y la creación de nuevas series para otras revistas me hace pensar que, en otras condiciones, Jan podría haber abandonado Superlópez si cualquier otra editorial, revista y personaje hubiesen llegado a asegurarle una estabilidad económica aceptable. No debió de ser así, porque en cuanto se creó Ediciones B fue uno de los primeros que aceptó la oferta que le hicieron. Con esta editorial volvió la regularidad de las entregas de Superlópez, y con ello se aseguró la continuidad del personaje hasta la actualidad.

lunes, 4 de junio de 2018

‘París flash-back’, mayo del 68 contra el Capitán Trueno

Ediciones B. 592 páginas, tomo rústica.

Hace tiempo Víctor Mora mostró en su blog simpatía por los jóvenes que salieron el 15 de mayo de 2011 a las plazas de España cargados con tiendas de campaña. Por lo que leo en una de sus novelas, Paris flash-back (1978), imagino que aquellos días le debieron de recordar los ideales y las ganas de cambiar el mundo que vio de cerca en la primavera de 1968, cuando el autor del Capitán Trueno vivía exiliado en París junto a otros antifranquistas españoles. Este año se cumplen precisamente 50 años de aquel intento de revolución, y a pesar de todo este tiempo la sociedad no ha cambiado mucho, o al menos eso se deduce de las páginas de este libro.

París flash-back es la tercera parte de la trilogía de la posguerra de Víctor Mora, la conclusión de Los plátanos de Barcelona (1966) y El tranvía azul (¿1985?). Este libro recoge el exilio en París de Lluís Martí (el personaje que podemos identificar con el propio autor), una estancia que transcurre en paralelo con las vidas de una docena de personajes de diferentes orígenes: otros españoles, artistas, prostitutas, nobles, empresarios, antidisturbios, estudiantes, drogadictos… La narración salta de un personaje a otro, intercalando de vez en cuando fragmentos del diario personal de Lluís Martí. Habiendo leído Diario de a bordo, no me parece una locura pensar que estos fragmentos puedan ser del propio diario de Víctor Mora de aquellos días.

La revolución de mayo del 68 fue un suceso espontáneo que no buscaba el poder sino cambiar la sociedad. Tuvo su origen en el desencanto hacia una sociedad de consumo asfixiante, el imperialismo de los EEUU durante la guerra de Vietnam, el autoritarismo del gobierno de De Gaulle, el puritanismo y el comienzo de una recesión económica. Igual que hace unos años con el 15-M, los sindicatos y partidos de izquierdas tradicionales en un primer momento miraron con desprecio y criticaron a los jóvenes que empezaron estas revueltas. Fue después, con la brutal represión policial (palizas, detenciones masivas, gas mostaza…), cuando el pueblo de Francia salió a apoyarles. Incluso los vecinos de las tiendas y balcones cercanos del barrio latino mostraban su apoyo y ayudaban a los manifestantes. Los sindicatos, aunque tarde, decidieron ayudarles iniciando una huelga general a la que poco a poco se unieron la mayoría de trabajadores. También los medios de comunicación, a los que los estudiantes criticaban por su colaboracionismo con el sistema capitalista, tuvieron la altura moral de secundarla.

Uno de los puntos fuertes de la novela es que Víctor Mora describe estas revueltas desde dentro, con detalles que sólo se ven cuando se ha participado en ellas. Mora explica cómo los estudiantes e inmigrantes del barrio latino levantan las barricadas con adoquines (que luego se arrojaban a los antidisturbios), cómo desmontan el mobiliario urbano para reforzarlas, incluso talando árboles. Las manifestaciones de esta novela se viven desde dentro, viendo también cómo se infiltran policías de incógnito. Todas ellas se confrontan con la manifestación final del 30 de mayo, convocada por la derecha francesa en apoyo a De Gaulle. A ella asisten algunos de los personajes presentados en la novela, cantando la Marsellesa y ondeando unas banderas de Francia que «una buena parte de la izquierda ha entregado estúpidamente a la derecha», en opinión de Mora. Los antidisturbios, aunque presentes, han recibido órdenes de no actuar.

El otro aspecto que mejor funciona en la novela es, como en las otras dos partes de la trilogía, las anécdotas y curiosidades relacionadas con la Guerra Civil y la represión franquista. Por ejemplo, un general republicano explica que no siente remordimientos por la orden de no hundir un barco usado por el bando franquista porque era uno de los mejores de la marina española. En otro fragmento se explican varias curiosidades sobre el autoritarismo en los colegios españoles del franquismo, como llamar a un alumno alto al estrado para que el profesor pueda mantener el brazo con el saludo fascista sin cansarse, apoyado en la cabeza del niño.


A pesar de toda la simpatía que Víctor Mora demuestra por los estudiantes, no quiere ocultar la contradicción que hay entre unos hijos de familias acomodadas pero revolucionarios que se enfrentan contra antidisturbios de clase obrera, ni el choque entre las reivindicaciones estudiantiles con las de los trabajadores de las fábricas en huelga. Se puede decir que esta novela no es precisamente panfletaria. La intención de Víctor Mora es, como explica el propio Lluís Martí dentro del relato, mostrar la lucha comunista desde dentro del partido, sin apasionamientos ni actos heroicos, sino con un enfoque costumbrista y explicando las razones de las debilidades y divisiones internas. Por los comentarios y las decisiones que toma el Mora escritor, se nota que su visión era crítica con las interpretaciones más dogmáticas del comunismo. Entre los comentarios que aparecen en estas páginas están la necesidad de aplicar un análisis marxista a las estructuras de poder creadas a partir del marxismo, y la contradicción de que un movimiento iniciado por el filósofo que dijo que la religión es un opio para el pueblo tuviese tan deificados a sus líderes.

Otro de los fallos que Lluís Martí/Víctor Mora señala del inmovilismo del partido en aquellos años era la defensa de la liberación sexual, un análisis que el PCF seguía posponiendo. El sexo de hecho es uno de los temas que más aparecen en esta novela, no falta en ninguna de las tramas y es especialmente insistente en la que involucra a Lluís Martí e Irena (la Edenia de la anterior novela está en esos años en una cárcel catalana). En Martí veo una frustración sexual exagerada que le lleva a unos comportamientos difícilmente justificables. No sé si es intencionado o una casualidad, pero la relación de Martí con el sexo conecta con el enfoque tóxico de casi todas las relaciones sexuales del resto de personajes, como si éstas fuesen instrumentos de sumisión y humillación con las mujeres.


Víctor Mora no era, me temo, un buen novelista. Este libro está formado como digo por subtramas de una docena de personajes que no se relacionan entre sí, o apenas nada. Casi parece que sus vidas pertenecen a otras novelas, como si fuesen relatos inéditos que el autor ha querido publicar de alguna manera. El desarrollo de estas tramas tampoco es interesante porque no evolucionan ni tienen un cierre. En realidad, en la mayoría de los casos los personajes son excusas para que ellos cuenten pequeñas historias o den pie para que el narrador las cuente. La estructura es bastante fallida, y otro ejemplo es el motivo que le impide a Lluís regresar a España, el «asunto Marlowe». Mora intenta crear intriga con pequeñas referencias a lo largo del libro hacia este detalle, pero ni éstas despiertan interés en el lector ni tampoco resulta satisfactorio cuando el misterio se revela al final.

Aparte, Mora arrastra algunos de los problemas de las dos anteriores novelas, como la obsesión con el sexo (me queda la duda de que creyese que era un buen gancho comercial) y lo poco explicadas que están las diferencias ideológicas entre los bandos anticapitalistas. Si en las anteriores novelas estos dos aspectos podían ser un pequeño problema, aquí ganan en gravedad porque son una parte fundamental del relato que Mora quiere contar. A esto se añade el uso excesivo de palabras y frases en inglés y francés. No sólo creo que mantenerlo en su idioma original no aporta nada, sino que sin traducciones en las notas a pie de página se convierten en fragmentos irrelevantes.

No me parece agradable insistir en lo fallida que es esta novela, especialmente por la obsesión de Lluís/Víctor en volcarse en la literatura y por el sentimiento de inferioridad que siente por sus guiones del Capitán Espacio/Capitán Trueno. Me choca porque el mismo Mora ha sido en las anteriores novelas un apasionado de clásicos del cómic como los de Hal Foster o Will Eisner. ¿Por qué ese desdén en ese momento hacia el mundo de las viñetas? ¿Había olvidado los motivos por los que le atraían en su juventud?

Me hace pensar en la decadencia de la colección del Capitán Trueno. Se suele comentar que la gestión explotadora de la editorial y la censura franquista mataron a este aventurero superventas, pero con esta trilogía no puedo evitar pensar que Mora también tuvo parte de responsabilidad. Su compromiso con el pensamiento comunista, aunque no fuese tan dogmático como el de algunos de sus compañeros, le llevaron a entender la escritura como otra herramienta de la revolución. Con el Capitán Trueno Víctor Mora nunca tendría la libertad de expresarse contra el fascismo como en esta novela, y, por tanto, debió de perder interés para él. El Capitán Trueno pasó a ser únicamente una forma de ganarse la vida.