miércoles, 28 de junio de 2017

Estos NO son los mejores años del cómic español

El pasado sábado el guionista David Muñoz (al que recomiendo seguir) daba explicaciones en un hilo de Twitter sobre la situación del cómic español en la actualidad. A partir de un dato anecdótico ("las razones por la que es tan difícil encontrar dibujantes para proyectos de cómic editados en España") unió varias realidades económicas que explicaban la "industria", por llamarlo de alguna manera, del cómic español.

Lo que me preocupa es que pueda haber gente a la que estas explicaciones le hayan sorprendido.


Creo que es necesario insistir en ello: tal como está el mercado del cómic español, la mayoría de los que escriben y dibujan cómics están regalando su trabajo. Hacer cómics en España está más cerca de ser un hobby que de una forma de ganarse la vida.

Los únicos países en los que el cómic puede considerarse un trabajo, en los que hay una verdadera industria, son Francia y Estados Unidos (bajo unas condiciones laborales concretas, de acuerdo, mucho trabajo de encargo con marcas comerciales para grandes empresas). Por eso tantos autores trabajar allí. Carlos Pacheco, Marcos Martín, David Aja, Natacha Bustos, Juanjo Guarnido, Juan Díaz Canales, Rubén Pellejero, Antonio Altarriba, Keko, Jaime Martín, el Studio Kôsen... La lista es larguísima. Son autores que han tenido que emigrar a otros países en busca de trabajo.


En otros ámbitos, nos lamentamos de este éxodo. Nos preocupa que se vayan de España científicos, ingenieros, lo que sea, pero cuando se trata de autores de cómic buscamos una justificación, una disculpa. No me parece justo. Tan preocupante debería ser un hecho como el otro, y las mismas disculpas valen para una cosa como para la otra.

Es posible que muchos lectores no conozcan esta realidad económica, esta realidad material, en la que se mueve el cómic en España. Llevo mucho tiempo pensando que es algo que debería estar más en boca de nosotros. Nos felicitamos por el reconocimiento institucional, por la mayor presencia en las noticias y en las grandes superficies, pero esa satisfacción es la del que se pone del parte del lector. Habría que ponerse también de parte del autor, que es el que lo sostiene todo, el que arriesga más su tiempo y dinero. Es el eslabón más débil en esta cadena de producción.


Habría que hablar del dinero que mueve el cómic entendido como un trabajo. Leyendo a algunos lectores, parece que no son capaces de asociar que el dinero determina el tiempo que un dibujante le puede dedicar a un cómic. Que parece que no ven que hay decisiones estéticas que tienen un origen económico, no artístico. Cuando alguien destaca el grado de detalle de dibujantes como Winsor McCay o Harold Foster debería saber que con sus páginas ganaba un dinero por el que le era rentable dedicarle mucho tiempo al dibujo. Es el mismo motivo por el que el cómic alternativo muchas veces tiene un dibujo más sencillo o se publica en blanco y negro: no es porque sus autores no sepan dibujar ni porque hayan decidido experimentar con la síntesis, es porque no pueden dedicarle más tiempo material.

¿Cómo se podría hacer para que los autores de cómic españoles pudiesen ganar un dinero justo por su trabajo? No tengo las soluciones ni me voy a atrever a lanzar ideas. De hecho, hay quien considera que la situación está bien tal y como está, y no me suena haber leído a nadie quejándose.

Si estoy escribiendo todo esto es para responder a un triunfalismo que llevo mucho tiempo sin compartir. Tal vez sean los mejores años del cómic español para los lectores y algunos autores de cómic, pero me parece que no lo son para los autores que querrían dedicarse en exclusiva al cómic como trabajo.

Pies descalzos 3 (de 4) (Keiji Nakazawa)


Tal vez tendría que releer los anteriores tomos, porque he notado en este que la historia está subrayando el aspecto propagandístico. No se puede culpar al autor. Tiene un material entre manos que obliga a reflexionar sobre la guerra. Con un tema tan central, tan político, dejar esas reflexiones a un lado sería insultante. Sin embargo, creo que no es necesario recordarle al lector continuamente lo que ya sabe, es decir, que el origen de todas las desgracias de los personajes es la guerra que enfrentó a EEUU y Japón.

La bomba atómica (que para el autor fue responsabilidad de Japón, de EEUU y de las empresas que se beneficiaron económicamente del conflicto) continúa haciendo imposible la vida de Gen Nakaoka. Las muertes de gente de su entorno cercano y la llegada de nuevos compañeros le obligan a madurar, a convertirse poco a poco en adulto, al mismo tiempo que su actitud pasa de la defensa al ataque. Hasta ahora se trataba de sobrevivir en un ambiente de pobreza y desigualdad que empujaba a los personajes a aceptar la delincuencia como opción válida, o a trabajos degradantes como la recogida de excrementos. Sin embargo, en las páginas de este tomo, Gen empieza a tomar la iniciativa del cambio político, ya sea involucrándose en manifestaciones pacifistas, difundiendo libros prohibidos por el gobierno de ocupación de EEUU en Japón (y por lo cual es torturado de maneras que nos recuerdan a lo que hemos oído hace poco de Guantánamo), o liderando actividades de insumisión contra las autoridades políticas y educativas.

Keiji Nakazawa continúa por tanto desarrollando su mensaje pacifista, cada vez con mensajes más evidentes. Si hasta ahora la guerra era una realidad contra la que era difícil luchar, en este tomo usa la figura de un profesor comunista para insistir en la importancia de la educación para evitar que se repitan los errores del pasado.

lunes, 26 de junio de 2017

Un noruego en el Camino de Santiago (Jason)


Mientras leía este cómic iba recordando cómo fue la vez que yo hice el Camino de Santiago, especialmente los pequeños detalles: los sellos en cada albergue, el sol siempre que daba de espaldas, las literas con pintadas de bolígrafo, la búsqueda de las flechas amarillas, el andar a primera hora de la mañana a oscuras... Todos estos aspectos que han (hemos) vivido los peregrinos me despertaban la nostalgia y me transportaban a las anécdotas que yo viví en cada jornada del Camino. En comparación, las anécdotas o reflexiones que va contando Jason en este tomo no son ni más interesantes ni menos interesantes, sino las mismas que las que otros miles de peregrinos. Las mismas, pero contadas con un sentido del humor especial y con simpáticas referencias cinematográficas dispersas por estas páginas. Supongo que, en ese sentido, el lector que no haya hecho el Camino se sentirá más fascinado por este ambiente, por la rutina que ocupa unas semanas en las que tu principal objetivo es andar.

miércoles, 21 de junio de 2017

Getafe Sector 3 (Jaime Ramos, Samu González)


Desde 2007 se han ido publicando en el fanzine Rantifuso una colección de historias cortas y sin continuidad de Getafe Sector 3, una serie de ciencia ficción de tono lúdico y entretenido, entre lo tontorrón y lo macarra. Mecha, Darwin y Radamante se habían metido en diferentes aventurillas con viajes en el tiempo, robots y extraterrestres, gatos y franconejos... que ahora se recogen en un tomo en el que se les ha dado unidad y continuidad. Cuando Samu me pidió ayuda para poder sacar adelante este recopilatorio (sólo he hecho el logo y los colores planos de unas pocas páginas), no dudé en ofrecerme. En Getafe Sector 3 es donde mejor se recoge la evolución de su estilo de dibujo, que siempre ha mezclado lo cartoon y lo manga, lo desesnfadado con lo espectacular. Además de la propia historia, el tomo recoge como extras una colección de ilustraciones, comentarios de cada historia y un teaser de la siguiente entrega.

lunes, 19 de junio de 2017

Crónica de la presentación de 'Wonder Woman. El feminismo como superpoder'


El pasado jueves 15 de junio tuvo lugar la presentación de Wonder Woman. El feminismo como superpoder (Elisa McCausland, 2017), editado por Errata Naturae, en la librería La Central de Callao, en Madrid. La presentación fue apadrinada por la editora Emilia Lope, la ilustradora Carla Berrocal y el crítico y periodista Jordi Costa. Lo que tenían en común los dos últimos resaltaba el interés del libro: confesaron que desconocían el personaje y su trayectoria, pero gracias a Elisa lo empezaron a encontrar apasionante.

Elisa McCausland y Carla Berrocal, fotografía de Diego Salgado

Entre Elisa McCausland y Carla Berrocal se notaba una conexión de cariño y amistad evidente, tanta que Elisa bromeaba con que podrían formar un dúo cómico. Carla puso un ejemplo de esta conexión: ellas no lo sabían al conocerse, pero la madre de una y el padre de la otra trabajan en lineas aéreas y, al volver de sus viajes, solían traer cómics con ellos. Esto explica, en parte, cómo las dos se aficionaron desde muy jóvenes a los superhéroes americanos. Carla sólo tenía halagos para Elisa. Destacó su perfeccionismo y su inteligencia, y señaló que era muy fácil trabajar con ella. Cuando Elisa le anunció que iban a publicarle este libro se alegró muchísimo por ella y aceptó ayudarla con ilustraciones para la portada y el interior. Esta portada acabó siendo una fusión entre el pasado (dibujado por Carla Berrocal) y una proyección del presente (dibujado por Natacha Bustos). Elisa veía un vínculo entre el estilo de Carla Berrocal y la primera Wonder Woman, la de H. G. Peter, algo en lo que la ilustradora coincidía: la consideraba un personaje “estéticamente interesante”, especialmente en sus primeros años.

Una de las ilustraciones de Carla Berrocal en el libro

Hablaron de la importancia que tienen los brazaletes y las balas de la portada, que para Elisa son elementos clave del personaje. En un primer momento, ella recordó que los brazaletes en Wonder Woman simbolizan una decisión que se toma, el autocontrol y la sumisión, en el sentido de someterse a retos y compromisos. Más tarde añadió que su obsesión por esta combinación de elementos venía también por un cómic del evento Amalgam publicado entre 1996 y 1997, que nació como una forma de unir los universos de ficción de Marvel y DC. Una de sus consecuencias fue el cómic Amazon (John Byrne, 1996), protagonizado por un personaje que mezclaba a Wonder Woman con la Tormenta de los X-Men. La segunda consecuencia, Bullets and Bracelets (John Ostrander y Gary Frank, 1996), “Balas y brazaletes”, en el que el compañero de Wonder Woman, Steve Trevor, adquiría las características del Castigador.


A continuación tomó la palabra Jordi Costa, al que Elisa demostró su respeto diciendo que había una generación de críticos y periodistas culturales que le debían mucho, incluyéndose a ella misma. Igual que Carla, Jordi también se alegraba de que el genio de Elisa se hubiese materializado en un libro “excepcional y sobresaliente”, aunque hasta ese momento su talento ya se había percibido en su carrera periodística. Y, también como Carla, Jordi quiso señalar un paralelismo entre su biografía lectora y la de Elisa. Si ella sentía una obsesión por Wonder Woman, él destacó que nació cerca del personaje de Doña Urraca, una “bruja” de la postguerra creada dentro de la Editorial Bruguera. Apuntó que tal vez sería interesante analizar también este personaje desde una perspectiva feminista, porque igual que Wonder Woman también fue un personaje que acabó siendo domesticado por el sistema.

Jordi Costa, fotografía de Diego Salgado

Este personaje desembocó en una reflexión sobre la cultura académica y la cultura popular, que Jordi defendió como “un buen material con el descifrar la vida”. Para él, es absurdo poner límites entre la cultura y la cultura popular, y el trabajo del “clan Marston” (William Moulton Marston, su esposa Elizabeth Holloway Marston y Olive Byrne, la compañera de ambos) sería un buen ejemplo. Por lo general, la cultura de masas transmite los valores dominantes de cada sociedad y, por tanto, no busca estimular la insumisión. Sin embargo, los creadores de Wonder Woman creían que los cómics podían ser lo contrario, propaganda de un ideario feminista que utilizase los arquetipos para transmitir unos valores que discutían la visión oficial (Jordi Costa comparó este uso de arquetipos de género con el personaje de Promethea, creado por Alan Moore y J. H. Williams III). El clan Marston, que venía de ámbitos culturales y activistas, con ayuda del dibujante Harry G. Peter (Elisa aclara que antes había sido ilustrador en prensa sufragista, y su mentora, Lou Rogers, una pionera en el feminismo más combatiente), desarrolló un personaje activista que era un reflejo del ideario político de los autores y de la utopía familiar, sexual y libertaria que les unía. “Fue una cuña transmisora de unos valores que no estaban en la ideología de ninguna editorial hasta el momento”.

Carla Berrocal y Emilia Lope, fotografía de Diego Salgado

Volviendo a la conexión con Doña Urraca con la que comenzó su intervención, Jordi Costa apuntó que esta superheroína también sufrió una domesticación, un “proceso de pérdida de ese sustrato ideológico”, al que le siguió un reajuste y también una gran influencia posterior. En ese sentido, señaló a Katniss Everdeen, la protagonista de Los juegos del hambre (Suzanne Collins, 2008), como un ejemplo de la continuación de este arquetipo.

Su exposición terminó con un elogio a la forma de escribir de Elisa. Desde el ámbito de la academia hay una tendencia a escoger un elemento de la cultura popular y analizarlo académicamente. Para Jordi, es como diseccionar una rana muerta, no hay pasión en ello. Por eso destacó que en el estilo del libro se nota un amor sincero por el personaje. Le recordó a Las asombrosas aventuras de Kavalier y Clay (Michael Chabon, 2000), la novela ganadora del premio Pulitzer en el año 2001. Para Jordi, aquella novela había sido escrita a partir del cariño hacia la figura de Superman. Por este motivo, si Chabon hubiese escrito antes de esa novela un estudio sobre Superman, se habría visto en él la misma pasión que se encuentra en este libro por Wonder Woman.


En su turno, Elisa McCausland explicó el título del libro, “Feminismo como superpoder”. Mientras que la academia se centra en el “viaje del héroe” (John Campbell habló de este concepto en su estudio El héroe de las mil caras, 1949), el “viaje de la heroína” suele quedar fuera de estos análisis. Para ella, es un viaje muy diferente y esencialmente feminista que consiste en una evolución a través de la cual el personaje es consciente de sí mismo, de lo que la limita, para a continuación poder dinamitar el sistema. Esta ruptura del sistema seguiría la reflexión de Simone de Beauvoir que abre este ensayo: no se trata de quitar el poder, sino de repensarlo.

Volvió a reivindicar el trabajo de Marston y su hackeo al arquetipo, y señaló que sería interesante saber qué habría hecho de vivir en la época actual, en la que hay un importante “capitalismo de emociones”. Fue gracias a sus dotes persuasivas propias de psicólogo y publicista, a su manera de seducir a los lectores, con lo que dio impulso a un personaje de cómic que funcionó como un mecanismo desactivador, un artefacto de extrañamiento que revelaba la construcción en la que vivimos.


Alguien del público preguntó acerca de cuáles eran los valores o poderes de Wonder Woman, sus limitaciones y en qué aspecto se sentía identificada la autora con el personaje. Para Elisa, dependía de la Wonder Woman de cada época, pero su poder sería la voluntad de servicio (comentó que el guionista Greg Rucka se centró en este aspecto, en “la voluntad de servicio público”). Al hilo de este aspecto, Elisa señaló que Wonder Woman (y todos los superhéroes en general) suele ser vista como espejo de lo que somos. Para ella, resulta más interesante si se le ve como “abismo”, como un héroe que pide más de ti. La principal limitación del personaje es “su anatomía de superheroína pechugona”, con el que se le suele hacer bodyshaming (una actitud que consiste en hacer sentir culpable a alguien por su aspecto físico). En este sentido, aunque es cierto que en el cine y la televisión la han interpretado ex modelos, le parecía destacable que en el dibujo sus representaciones suelen salirse del código femenino. Respecto a la tercera pregunta, Elisa respondió entre risas que se identificaba con el masoquismo del personaje.

A continuación, otro asistente comentó que estaba aprendiendo mucho con el libro y quiso saber si Elisa había aprendido también algo inesperado escribiéndolo. “Mucho”, responde, pero destacó especialmente las figuras de Robert Kanigher y Fredric Wertham. “Vista desde la actualidad, la etapa de Kanigher es muy interesante por surrealista”: Wonder Woman comparte aventuras con las versiones adolescente y bebé de ella misma, en cierta ocasión transporta un dinosaurio bebé en un carrito por la calle, tiene un novio sireno... Elisa quería equilibrar las cosas, porque ningún estudio de Wonder Woman ha querido tratar esa etapa, pero ella se preguntaba cómo había aguantado un cómic tanto tiempo con los cambios que Kanigher había introducido respecto a lo creado por Marston.


Sobre esta etapa desconcertante, Elisa explicó un debate reciente. ¿Se mantuvo el personaje en las revistas sólo para que la editorial DC conservase los derechos de Wonder Woman, o era una forma del sistema para guardar el personaje hasta que volviese a ser necesario? Sea cual sea la respuesta, “a día de hoy es el personaje o mito que necesitamos”.

Al hilo de la mención a Fredric Wertham, otro asistente se interesó por cómo el código de autocensura de aquellos años afectó a esta heroína. Elisa explicó que Marston con Wonder Woman estaba planteando algo cercano a una utopía lésbica. Por tanto, la censura obligó a depauperar a sus heroínas amazonas y domesticarlas, a darles como principal objetivo el casamiento. Debido a estos cambios, las ventas cayeron y por lo tanto se cancelaron muchas colecciones de superheroínas, entre las que sobrevivió Wonder Woman. Elisa como ejemplo contrapuso la Wonder Woman de Marston con Batwoman, que nació en esta época sólo para evitar que los lectores puedan pensar que Batman y Robin eran gays.

Una de las ilustraciones de Natacha Bustos en el libro

Entre el público, otra persona pregunta quién era el lector medio de la colección. Elisa no lo tiene claro y cree que cada estudioso da una respuesta diferente. Aún así, parece que Marston enfocaba la colección para que la leyesen los niños. Por eso le hace gracia que se haga bodyshaming con Wonder Woman, cuando su atractivo aspecto de pin-up era intencionado desde su creación.


La presentación terminó con dos preguntas del público que parecían pensadas para cerrar la charla. Sobre cómo debería ser el futuro de Wonder Woman, Elisa mencionó la miniserie de La leyenda de Wonder Woman (Renae De Liz, 2016), y se lamentaba de las tramas inacabadas de Greg Rucka, el guionista actual del personaje, que ha abandonado la colección este mismo mes. Yendo más lejos, destacaba que, en una dirección muy parecida, el guionista Jason Aaron estaba trabajando con el arquetipo de este tipo de personaje en la colección actual de Thor, en la que la protagonista desde 2014 es la doctora Jane Foster con los poderes del dios del trueno. En cualquier caso, los cómics de superhéroes son un reflejo de nuestro mundo, por lo que el futuro de Wonder Woman tendrá que ver con nuestra historia.


¿Qué cómic recomendaría a un lector actual? La pregunta dejó indecisa a Elisa, que explicó que tendría que conocer a la persona para poder recomendarle correctamente. Por ejemplo, destaca que lo que hizo George Pérez en 1987 es digno de elogio. En contraste, en los últimos años es difícil recomendar algunos de sus cómics porque el personaje ha sufrido varios reboots. Incluso de los cómics que generalmente son criticados por presentar una Wonder Woman de estética sexualizada y violenta (los de Mike Deodato Jr. en los 90) Elisa guarda buenos recuerdos de su infancia, como el personaje de Artemisa, “una adolescente enfadada que tenía algo de razón en sus enfados”. ¿Qué cómic se quedaría para ella de toda la colección de Wonder Woman? Sin ninguna duda, la primera etapa del clan Marston.