lunes, 31 de julio de 2017

'Érase una vez...', la película de la Cenicienta del creador de Zipi y Zape

Antes de cerrar este capítulo dedicado a la trayectoria «animada» de Josep Escobar –y, como diría aquel, last but no least–, entre 1949 y 1950 nuestro hombre se dedicará en cuerpo y alma a la, seguramente, su mejor –o al menos la más ambiciosa– producción en el terreno de los dibujos animados. De nuevo los hermanos Baguñá, junto a Josep Benet Morell como productor ejecutivo y bajo el abrigo de Estela Films, ponen en marcha la confección de un largometraje a todo color. Con Alexandre Cirici-Pellicer como director artístico y Escobar como guionista y director de animación, y con un complejo aparato técnico y artístico –que incluye la utilización del revolucionario rotoscopio y un elevado número de animadores y técnicos–, entre marzo de 1949 y abril de 1950 se lleva a cabo la producción de Érase una vez, una historia claramente inspirada en la Cenicienta. El por qué no llegó a titularse así, lo contó el propio Escobar. «Por aquel entonces, Walt Disney estaba realizando en EEUU su famosa adaptación de La Cenicienta, y al enterarse de que nosotros hacíamos lo mismo en España, registró sin pérdida de tiempo el título del cuento infantil en nuestro país, de modo que nosotros llegamos tarde, y nuestra película tuvo que llamarse de otro modo». En el film que incluía un total de 557 planos (173 dibujados por Escobar) colaborarían algunos miembros del plantel de Dibujos Animados Chamartín, como Ferrándiz, Tur, Fresquet, Sevillano o Paz, así como un joven José Luis Sagasti.

Érase una vez, que fue estrenada con gran éxito de crítica y de público en España a finales de 1950 –y que obtuvo una Mención Especial en el Festival de Cine Infantil de Venecia– fue, como asegura la especialista en dibujos animados María Luisa Martínez, una producción ambiciosa para la época, con un presupuesto estimado de cuatro millones de pesetas. En esta producción se realizaron 370 000 dibujos y 25 000 celuloides, para los que fueron necesarios 1815 kilos de pinturas, 1600 pinceles y 10 litros de tinta china.


Extracto de El mundo de Escobar (A. Guiral y J.M. Soldevilla)

María Manzanera: ¿De quién fue la idea de incluir las secuencias del baile de los caballos o la de los fantasmas, que no existen en el cuento de La Cenicienta?

Josep Escobar: Mía. Me dieron un guion escrito; pero yo podía añadir los gagas humorísticos; llevo más de 60 años en la profesión y tengo costumbre de idear situaciones ingeniosas o divertidas (...).

María Manzanera: ¿Hay alguna secuencia de Érase una vez… que le guste especialmente?

Josep Escobar: Sí, una que me resultó especialmente laboriosa pero que después llegó a ser mi favorita: la secuencia en que el paje atraviesa una pasarela de tablas que cuelga sobre un río. Fue tremendamente difícil, porque a casa paso, no sólo variaba la forma de la tabla donde él pisaba, sino que había que cambiar la posición de todas las de la pasarela, ya que se balanceaba por entero.

Entrevista a Josep Escobar del libro Cine de animación
en España: largometrajes 1945-1985
(María Manzanera.)



La Cenicienta de Escobar 1 por rubenpenacadiz


La Cenicienta de Escobar 2 por rubenpenacadiz

domingo, 30 de julio de 2017

Wonder Woman. El feminismo como superpoder (Elisa McCausland)


Se ha asentado en gran parte de la crítica especializada la idea de que el cómic de superhéroes, el comercial, el que busca el gran público, el de las peleas y las escenas de acción... no da pie a un análisis interesante. Hay libros y estudios sesudos sobre casos excepcionales, tanto de algunos cómics (los eternos Watchmen y El regreso del Caballero Oscuro, por ejemplo) o de autores concretos, pero creo que nadie había llegado tan lejos como Elisa McCausland en este libro. Era necesario un libro así: son cómics creados dentro de una industria con sus defectos y limitaciones, pero los autores siguen siendo autores, con su ideología, sus intereses y un mensaje que quieren transmitir a los lectores.

Cuando los psicólogos William Moulton Marston, su esposa y su amante junto al dibujante sufragista Harry G. Peter crearon a Wonder Woman tenían en mente un mensaje político, el feminismo. Sin ninguna duda, la mejor parte del libro son estos primeros años estas primeras páginas del libro en las que descubrimos las raíces feministas de las que germinó esta superheroína, lo realmente contestataria y personal que era aunque se disfrazase de una estética comercial de tebeo juvenil de aventuras. Precisamente es uno de los aciertos de este clan Marston: compartir una ideología contracultural con un público reducido es sencillo, lo difícil es atraer a una gran masa de lectores para que lean algo muy alejado de las convenciones sociales.

Tanto en esta primera parte como en la que habla de los artistas que continuaron a cargo del personaje (Robert Kanigher, George Pérez, Greg Rucka, Renae De Liz...), Elisa conecta cada visión del personaje con el movimiento feminista correspondiente a su época. No importa si estos autores eran conscientes o no del potencial transformador de Wonder Woman, al terminar de leer el libro uno se da cuenta de las implicaciones sociales que tienen las historias de superhéroes, incluso las de los autores que no pretendían revolucionar el género.

Tal vez porque no hace falta llevar la revolución a los géneros de ficción, sino a la sociedad.

viernes, 28 de julio de 2017

Un policía en la luna (Tom Gauld)


Un agente de la ley patrulla en una luna prácticamente deshabitada. Su trabajo (como muchos otros), sus rutinas, su burocracia... no le aportan sentido a la vida. ¿Para qué es necesario él en un satélite sin delitos? Como en los cómics de Jason (al menos los que me gustan), aquí se parte de una premisa de género desatada, ciencia ficción y policíaco, para derivar a sus consecuencias más costumbristas. El sueño futurista de toda una generación, la colonización de la Luna, se ha convertido en algo deprimente, en soledad y alienación. Una lectura breve, muy breve, pero simpática para el lector al que le guste el estilo de Tom Gauld.

Me quedo con la duda de quién es el que pone todo el dinero para automatizar mecánicos, tiendas, museos, terapeutas... en un satélite en el que no vive nadie.