jueves, 30 de noviembre de 2017

España: una, grande y libre (Carlos Giménez, Ivá)


Desde hace unos meses estamos viendo un ascenso de la extrema derecha en España. Me he preguntado varias veces por la responsabilidad que han tenido nuestras instituciones respecto a esta tendencia, especialmente la de los medios de comunicación. Y entre estos, también le he dado vueltas al papel que el mundo del cómic (autores y editoriales) ha adoptado durante este tiempo. Tengo la sensación de que desde hace unos años ha habido más preocupación por una búsqueda autoral y estética, y que por lo general se ha esquivado el conflicto ideológico alejándose de la política u ofreciendo cómics con un contenido político tibio, que no les cerrarse las puertas en las secciones de cultura de los periódicos.

Deberían publicarse más cómics como España: una, grande y libre, especialmente en estos momentos que estamos viviendo. Por eso esta antología, esta recopilación de historias de dos páginas producidas en los inicios de la Transición, sigue teniendo un hueco en nuestra sociedad. Siguen tan de actualidad como la impunidad ante la ley de los alborotadores de extrema derecha, las desigualdades económicas y las reivindicaciones sociales.

Las narraciones políticas pueden ser la mejor manera de trasmitir ideas y valores con claridad y para un gran público. Por contra, sus aspectos formales suelen ser sosos porque el componente estético tiene que quedar en segundo plano. Es en ese aspecto donde Giménez e Ivá más me han sorprendido. El tomo recopila historias con un contenido pedagógico de izquierdas que trata muchos temas, desde el funcionamiento básico del capitalismo a la represión del Estado contra la disidencia, con el interés añadido de que usa estilos de dibujo, recursos y géneros diferentes de una historia a la siguiente. Historias mudas, narraciones que alternan pasado y presente, giros finales, monólogos que interpelan al lector, historias de ciencia ficción y fantasía, alegorías... España: una, grande y libre por tanto no es solo un cómic con un contenido necesario, sino también disfrutable.

martes, 28 de noviembre de 2017

Liga de la Justicia: Joss Whedon reunió a los Vengadores y salvó a la Liga de la Justicia


Durante un tiempo, uno de los planes de Warner fue desarrollar su universo de superhéroes a partir de una película de la Liga de la Justicia, y después presentar a los personajes individuales en otras. Vista ésta, ojalá hubiese sido esa primera película del universo DC.

Liga de la Justicia podría ser la conclusión de una trilogía improvisada que empezó con El hombre de acero y Batman v Superman. Todo empezó con un desastre orquestado por Zack Snyder, Christopher Nolan y David S. Goyer, una nueva visión de Superman más seria y oscura, alejada completamente no sólo del icónico Superman de Richard Donner sino de cualquier Superman memorable de los tebeos. Vista la mala recepción, Warner replanteó la segunda parte como una película en la que Superman compartiese protagonismo con Batman, al mismo tiempo que preparaba el camino a la creación de su supergrupo. La película sin embargo ni funcionó como película de Superman, ni como película de Batman, ni como un origen de la Liga.

Tiene toda la pinta de que esta entrega iba encaminada a resultar tan fallida como las otras dos. Es el motivo por el que se contrató a Joss Whedon en mayo para reescribir y dirigir nuevas escenas, en un primer momento sin que se le diese mucha publicidad, y ya más visible cuando Snyder abandonó la producción después de la muerte de su hija. Su participación se ha calculado en alrededor de un 20 % del metraje, pero después de ver la película casi parece que su 20 % es el que define el tono y el argumento.

Me extraña que se haya dicho lo contrario, porque la combinación de estilos es muy evidente en el resultado final. La cinta evoluciona desde el enfoque más serio e intensito de Snyder al entretenido y emocional de Whedon (de ahí el contraste entre la música electrónica de las otras dos a la orquesta sinfónica de Danny Elfman). Se nota especialmente su mano en cómo la trama parece que quiere llevarnos hacia el flashforward apocalíptico de Batman v Superman, pero cómo afortunadamente tuerce en otra dirección en un momento clave. En algunos casos los añadidos de Whedon suponen claramente una mejora, como las escenas de la familia rusa o la derrota del villano. Sin embargo, al mismo tiempo es la explicación de todas las incoherencias con el resto de películas de este universo y consigo misma (por ejemplo, una tonta: si Flash necesita un traje fabricado con revestimiento de cohetes, entonces sólo debería poder llevar consigo, cuando corre, a gente protegida con un traje similar).

Wonder Woman fue la película de DC que entusiasmó a la crítica y al público, pero Liga de la Justicia es la que por fin me ha convencido a mí. A pesar del argumento básico y los personajes de relleno, el tono ligero y divertido me metió en la película. Las peleas no me han parecido interminables, ni he visto pretensiones fallidas de contener un mensaje profundo. Todo esto lo escribe alguien incapaz de soportar ninguna película de Zack Snyder. Con 300 y Watchmen me retorcí en la butaca, mientras que con El hombre de acero y Batman v Superman me moría de aburrimiento. No daba un duro por esta película tampoco sabiendo que era principalmente responsabilidad de Snyder, y que Whedon, decían, se había restringido a pulir un guión.

Lo que más me molesta de todo esto es que Warner haya llegado por fin a una película aceptable de superhéroes de esta manera. Con una película que no es de Zack Snyder (no queda suyo prácticamente nada), pero tampoco de Joss Whedon (sólo ha podido añadir diálogos alrededor de las escenas de acción que ya había rodadas). Con una película que tiene un argumento del montón, que no aporta nada ni le importa a nadie. Quiero creer que lo importante de esta película es que significa que Warner va a dejar de dar bandazos, que por fin ha encontrado el tono que quiere para sus películas de DC y que se acabaron los superhéroes aburridos. Que con esta película empieza lo bueno.

miércoles, 15 de noviembre de 2017

100 años de TBO (Antoni Guiral, Lluís Giralt)


Hay un detalle que me llama la atención de TBO: mientras que Bruguera era un gigante editorial que inundaba los kioskos con revistas muy diferentes, TBO era la única revista de una empresa familiar de la competencia. A pesar de ese contraste, esta revista tenía un impacto popular similar. Caló en la sociedad hasta el punto de que se aceptó "tebeo" como nombre para las revistas de historietas. Todo eso a pesar de (¿o gracias a?) un humor más blanco y para todos los públicos, con un enfoque más conservador, con golpes y caídas menos duras, con sorpresas finales no tan frustrantes. Las historietas de Benejam y Coll, por decir dos autores, no eran tan cáusticas como un Mortadelo o un Anacleto, pero siguen manteniendo el interés todavía hoy.

Este ensayo de Antoni Guiral y Lluís Giralt es un repaso a la trayectoria de esta revista, desde su creación en 1917 hasta la actualidad. Con la ayuda del segundo, Guiral expone las etapas por las que pasó la revista, sus autores, los personajes y las secciones fijas. Entre bastantes curiosidades y datos poco conocidos (como que Ramón y Cajal era fan de TBO o que la revista bautizó a los Pitufos como "Tebeítos"), el libro desarrolla los años anteriores y posteriores a la Guerra Civil, la modernización en los 70 con el nuevo y más surrealista TBO 2000, y la versión de Ediciones B de esta cabecera. También, puesto a desmontar mitos, demuestra que hubo más personajes regulares que los que se recuerdan (más allá de la familia Ulises, los Inventos del TBO, Josechu el vasco, Altamiro de la Cueva...) y que no siempre fue una revista de humor tan blanco como se piensa ahora.

En un libro de historia como este existe el riesgo de  elevar el tono y de dirigirse sólo al entendido en la materia. Por eso me parece digno de destacar que una de las virtudes de Guiral, no sólo aquí sino en general, es que habla al lector "de tú", buscando la complicidad del gran público. Tal vez porque creo que la pasión de Guiral es la divulgación: no basta con listar datos sobre estos tebeos, sino que se le nota que se esfuerza en que el lector sienta interés por ellos, en que quiera leerlos.

100 años de TBO se tiene que colocar al lado de Cuando los comics se llamaban tebeos y Los tebeos de nuestra infancia, que son los equivalentes a este libro pero con la Editorial Bruguera. Igual que hizo Guiral con aquellos dos, Giralt y él aquí no sólo dan a conocer la importancia de esta cabecera sino que han logrado la mejor recopilación de historietas del TBO que se ha hecho en mucho tiempo.