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lunes, 16 de marzo de 2020

Envejecer en cómics: 'Rusty Brown' y 'Toda una vida'


Los cómics de superhéroes de Marvel y de DC son un caso de serial de ficción bastante particular porque sus historias se ambientan en la actualidad de manera ininterrumpida desde hace más de 50 años. Es decir, se mueven en la contradicción de que un personaje como Iron Man tenga 30 años eternamente y que a esa edad haya vivido al mismo tiempo la guerra de Vietnam y el ataque a las Torres Gemelas.

La premisa de Toda una vida (2019) es muy atractiva porque pretende aprovecharse de esa incongruencia temporal y corregirla para plantear un nuevo tipo de cómic de superhéroes: ¿Y si Spiderman hubiese envejecido en tiempo real desde los años 60? La idea me recuerda a películas como Boyhood (2014) o El curioso caso de Benjamin Button (2008) porque parece que quiere hablarnos de cómo cambiamos nosotros al mismo tiempo que evoluciona nuestro contexto y cómo se relacionan estas dos evoluciones paralelas.

Me habría gustado haber leído un cómic así y no una propuesta tan desangelada como la del guionista Chip Zdarsky, que se ha limitado a escribir seis «What if...?» ambientados cada uno en una década de los cómics de Spiderman. No se puede negar que funcionan como historias imaginarias basadas en la saga del clon, la última cacería de Kraven o Civil War y demás, pero no le encuentro otras aspiraciones más allá de esto. El objetivo de Toda una vida es ser un regalo al fan de Spiderman, al lector que va a ser capaz de reconocer todos los guiños y referencias a 60 años de historia.


En realidad, más que hablar de lo que hay, dan ganas de hablar de todo lo que se echa en falta. Por ejemplo, no tengo la sensación de que se aproveche la posibilidad de ver a Spiderman viviendo en tiempo real la segunda mitad del siglo XX. No vemos la evolución de la tecnología, la cultura o sucesos históricos relevantes y cómo todo esto afectó al personaje. Por poner un ejemplo, Spiderman cambia de traje en cada número y no da la sensación de que cada uno sea un reflejo de la moda o la tecnología de cada década.

Tampoco llega a ser interesante la edad del personaje. A pesar de toda la experiencia acumulada, Spiderman mantiene las inseguridades adolescentes a los 60 años. Peter Parker es un estudiante de instituto creíble, pero no encaja ni como padre ni como esposo. Si no se analiza con un mínimo de cuidado la evolución de su personalidad a medida que envejece, es comprensible que el guionista tome atajos también cuando trata el apartado profesional de Peter Parker. Nos tenemos que creer que un huérfano con dificultades económicas y al que le cuesta conciliar su vida personal con sus aventuras superheroicas sería capaz de fundar una importante empresa tecnológica. Nos lo tenemos que creer, digo, porque no se explica cómo un milagro como este ha sido posible.

Por supuesto, parte de la responsabilidad de que un cómic así no desarrolle todo su potencial es del dibujante, un Mark Bagley muy desubicado en un cómic que pedía mucho trabajo de documentación histórica. Incluso podría haber sido interesante que cada número se hubiese dibujado con el estilo más representativo de su década, o que un dibujante diferente se hubiese encargado de cada número. Incluso dejando a un lado todo eso, lo mínimo era ver cómo los rasgos del protagonista envejecen de manera verosímil número a número.


Me siento decepcionado especialmente porque cuando me puse con Toda una vida acababa de leer el último cómic de Chris Ware, Rusty Brown (2019). El tono de estos dos cómics es opuesto, es verdad, y puede ser injusto compararlos. El cómic de Spiderman es un pasatiempo distraído, mientras que Chris Ware suele hablar de una manera más existencial. Voy a ignorar la mayoría de los capítulos y me voy a quedar con el de Jordan Lint, un cómic de unas 80 páginas que muestra «en tiempo real» los aproximadamente 80 años de vida del protagonista, al ritmo de un año por página.

Dejemos a un lado que Ware narra las primerísimas páginas de Jordan Lint desde el punto de vista de un niño, es decir, con un lenguaje visual y textual simple que se vuelve complejo poco a poco. Dejemos a un lado las decisiones que toma Ware para resumir todo un año en cada página. Dejemos a un lado esos dos aspectos para comparar lo que tiene en común con Toda una vida. En este capítulo de la primera entrega de Rusty Brown (ya veremos cuánto publican el segundo tomo), como poco vemos un envejecimiento verosímil a varios niveles. Le vemos cambiar físicamente de forma gradual, vemos cómo cambia su forma de relacionarse con los demás y su forma de ver el mundo, cómo cambia la tecnología...

Si le doy otra vuelta, incluso podría decir que un tema común de los cómics de Chris Ware sería el efecto del paso del tiempo en las personas. Otro de los capítulos que más me han gustado del tomo habla de William Brown, el padre de Rusty, que escribió un inquietante relato de ciencia ficción en su juventud. Unas pocas páginas después descubrimos que ese relato es un reflejo lejano de la experiencia y las inseguridades del propio William, del mismo modo que todas las ficciones en realidad son la expresión de detalles autobiográficos de sus autores. Los años pasan, pero William no olvida el motivo por el que escribió aquel relato en su juventud.

No dejo de pensar en las posibilidades que había en Toda una vida, en cómo una idea tan inteligente podría haberse convertido en uno de los mejores cómics de superhéroes de los últimos años. Podría haber sido un cómic apto para cualquier lector que no conozca la biografía del personaje, que hubiese contrastado con la atemporalidad del resto de cómics de superhéroes. Podría, al menos, haber mostrado el envejecimiento de una manera más verosímil, como en Rusty Brown. Podría haber sido mucho más que un cómic entretenido que van a disfrutar, más que nadie, los fans de Spiderman.

lunes, 9 de septiembre de 2019

El adulto que lee 'El niño que llevas dentro'


La edad afecta a cómo te enfrentas a un relato. Las historias son, entre otras cosas, guías que nos educan para enfrentarnos a los problemas a lo largo de nuestra vida, pero con los años la imagen que tenemos de ella cambia. Los problemas de un niño (el colegio, la amistad, los padres...) no son los de un adulto (el trabajo, la muerte, la política...) Por eso entiendo que hay historias que de adolescente me gustaron pero que ahora no me llaman la atención, y viceversa. Lo veo también en las películas de Marvel, y especialmente en las de Spiderman con Tom Holland. Veo sus virtudes, pero me cuesta conectar emocionalmente con ellas. Bien para una verlas vez, pero no para repetir.

Volviendo a los cómics, tampoco tengo interés en los últimos años de Spiderman, por poner un ejemplo. Cuando leo que en algunas de las últimas entregas la mente del Doctor Octopus ha ocupado el cuerpo de Peter Parker, o que Spiderman se encuentra con otros hombres y mujeres arácnidos de realidades alternativas, o que se convierte en un multimillonario... no me despierta ningún interés. No tengo la menor idea de si se trata de buenos o malos cómics. Simplemente, este tipo de premisas no me llaman la atención. Y como escribir en este blog no es un trabajo (nunca he pedido copias de prensa y no quiero hacer publicidad), no me voy a esforzar en ponerme en el lugar de otro lector, a imaginarme cómo es la experiencia lectora desde los ojos de una persona con otras inquietudes.

El tomo que Panini ha editado hace poco, El niño que llevas dentro (1991), sí me parecía interesante. En él no hay big concepts, grandes revelaciones, giros de guión imprevisibles, locura ni grandes espectáculos. En su lugar, hay tres personajes adultos que se enfrentan a sus traumas infantiles: el origen del miedo a la muerte de Peter Parker, la obsesión del Duente Verde de culpar a Spiderman por la falta de cariño de su padre, y el origen de la personalidad monstruosa de Alimaña. Las alucinaciones y los monólogos interiores fragmentados son algunas de las herramientas con las que J. M. DeMatteis y Sal Buscema profundizan en la psicología de estos personajes, con las que nos ayudan a ponernos en su lugar y conocerlos.

Precisamente J. M. DeMatteis era conocido en la colección de Spiderman por otro cómic, La última cacería de Kraven (1987), que tuvo una secuela directa unos años después, El espíritu del cazador (1992). (Pequeño paréntesis: una secuela bastante innecesaria que corregía el «pecado» de que un villano se hubiese suicidado explícitamente en un cómic para niños. Y aún así, merece la pena). El aficionado de los tebeos de Spiderman suele comentar que, a pesar de su calidad, a La última cacería de Kraven le quita puntos que no sea un testimonio del espíritu general de su colección. Quien se lea ese cómic oscuro y psicológico no va a ver el culebrón y el humor que hicieron al hombre araña tan popular en los 60 y los 70.

Lo comento porque precisamente este tomo, El niño que llevas dentro, funciona como una continuación de aquel. Se podría decir que La última cacería de Kraven no reflejaba el pasado de la colección, pero sí se adelantaba al estilo que tendría en el futuro. Las páginas de este tomo más interesantes no son las de acción, sino las de introspección. Si en los cómics del pasado había humor, aquí hay angustia. Y donde antes sólo era necesario que el dibujante fuese un apoyo para los textos, aquí tenemos a un Sal Buscema inmenso, que llena de vida especialmente las páginas mudas.

Este tomo se puede leer de manera independiente sin problemas, acaba sin dejar ninguna trama al aire, algo que en cierto modo me entristece. Si quedase algo por contar, podría imaginar que Panini/Marvel tiene planes para continuar esta colección con los cómics que se publicaron después. Espero que lo hagan, porque quiero seguir leyendo más historias así. No voy a decir que sea el mejor cómic de Spiderman que he leído, pero sí el tipo de historias que quiero leer en este momento.

lunes, 4 de marzo de 2019

La gran novela de la Patrulla-X (Ed Piskor)

Fuente (En la edición final se ha corregido la errata de la portada)

Creo que una vez leí a Carlos Pacheco decir que los cómics de superhéroes son biografías. No sé si era lo que él quería decir, pero lo que entendí es que en el contenido global de una colección, en todas las décadas de historia de un personaje, primaba la aleatoriedad sobre la estructura dramática, igual que ocurre en la biografía de cualquier persona.

El proyecto de Ed Piskor consiste darle a toda esta aleatoriedad de los más de cincuenta años de los X-Men una estructura que ha estado oculta a simple vista, animarnos a imaginar que los guionistas y dibujantes de diferentes épocas realmente tenían un plan conjunto. Esta construcción de un «gran diseño» es lo que distingue esta colección de un resumen como el del X-Men #138 (1980). Piskor no está utilizando estos juguetes prestados para refrescarnos la memoria y ponernos al día, sino para crear su propio fanfic del universo Marvel (el de los cómics), un fanfic en el que cambia, quita y añade sucesos para que su propia visión sea coherente e interesante. Por eso me parece que su tipo de dibujo, con flaquezas y pocas virguerías, ayuda a crear una conexión entre el lector y el autor. Creo que refuerza la conexión entre dos aficionados que lo que quieren es jugar, no catalogar.

El problema de una colección tan ambiciosa como esta es evidente: todo depende del último número de la colección. ¿Nos convencerá Ed Piskor cuando nos revele por fin el Gran Diseño de los X-Men?

lunes, 13 de marzo de 2017

Howard el Pato: Metamorfosis (Steve Gerber, Gene Colan y otros)


A veces no te das cuenta de lo mucho que te gusta algo hasta que lo pierdes. Es lo que me ha pasado con el Howard el pato de Steve Gerber. No me había fijado en lo diferente y especial que era el personaje y sus cómics hasta que abandona el guionista por reivindicar sus derechos como autor.

El propio Steve Gerber admitía que no planificaba las historias, sino que las improvisaba sobre la marcha. Por esta decisión en un primer momento pensaba que estos dos tomos eran una curiosidad sin más. Al cambiar el guionista, me he dado cuenta de lo neurótico que era el personaje, de sus preocupaciones políticas (no muy habituales en los cómics, creo), y especialmente ese sentido del humor que no busca la risa, sino la sátira y la subversión.

La segunda mitad del tomo, por culpa de la salida de Gerber, pierde rápidamente el interés, Mientras que Marv Wolfman volvió al personaje una caricatura facilona, Bill Mantlo lo colocó en un tebeo Marvel estándar e inofensivo. Los dos cómics finales, publicados seis años después de la cancelación de la serie, dejan también un regusto agridulce. La aventurilla de Steve Grant y Paul Smith consigue dar en el clavo aunque no se atreva a arriesgar, pero el despropósito del número siguiente es indescriptible. Incluso hay que felicitar al traductor por suavizar las bromitas homófobas de la última página. No pintan nada en un tebeo como éste, en el que precisamente Steve Gerber (en las páginas de este tomo) había atacado a Anita Bryant, la activista que se opuso a los derechos de los homosexuales de finales de los 70.

lunes, 6 de marzo de 2017

El universo Marvel de Grant Morrison (Grant Morrison y varios)


Es posible que haya llegado un momento en el que le dé por bueno todo a Grant Morrison. Lo digo porque las tres miniseries (o colecciones canceladas) de este tomo parece que no convencen a otros lectores, pero a mí me han gustado.

Skull Kill Krew está protagonizado por un grupo de moteros que se han lanzado en una misión suicida: detener una nueva invasión alienígena Skrull a la Tierra. Irreverente, con humor, punky, pero bastante metida dentro del universo Marvel. Era una mala época para la empresa, así que es difícil saber si fue cancelada por su peculiar enfoque o por la gestión editorial.

Marvel Boy es un extraterrestre que ha caído en nuestro planeta por accidente, donde es atrapado por el Doctor Midas, un millonario que quiere analizarle para sacar provecho de él. Es mérito absoluto del dibujante J. G. Jones que estos seis números sean un espectáculo continuo, persecuciones y peleas increíbles en las que Marvel Boy lucha contra la codicia personificada.

A continuación, Fantastic Four 1 2 3 4 es una breve miniserie lenta, introspectiva, que recupera la visión más clásica de los 4F de Stan Lee y Jack Kirby. Posiblemente Morrison estaba haciendo su primer intento de un cómic al estilo de lo que después sería All Star Superman. En el plano general, no es una miniserie que termine de funcionar, pero tiene muy buenos aciertos en los detalles, como esa conversación entre Sue y Alicia Masters, o la forma en la que el Doctor Muerte cura a la Cosa.

Por último, el tomo incluye una pequeña curiosidad, una historieta inédita en España de pocas páginas protagonizada por Nick Furia, una tontería divertida en la que nada es lo que parece.

lunes, 16 de enero de 2017

Howard el Pato: Atrapado en un mundo que no es el suyo (Steve Gerber, Gene Colan y otros)


Howard, el pato, es un personaje que nació de la más pura casualidad. Podría no haber existido. Por un lado, era sólo una broma de Steve Gerber, un guiño a los cómics del pato Donald dibujados por Carl Barks. En los cómics del Hombre-Cosa, en medio de una crisis de realidades que colisionan, aparecía Howard como representante de una Tierra paralela habitada por patos parlantes. Sólo eso. Pero el animal tenía tanto carisma que los lectores pidieron más historias suyas. Si los lectores no lo hubiesen pedido, seguramente a Gerber no le habría importado haberlo dejado apartado como un personaje de relleno más.

Hay otro motivo por el que el personaje podría no haber existido: era un inconformista cabreado con el mundo, un revolucionario que lanzaba mensajes molestos. A través de Howard, Steve Gerber ridiculizaba el heroísmo en la ficción y a los que consumen sus historias, criticaba la moda de las películas y cómics de artes marciales, lanzaba soflamas políticas sobre ecologismo, desmilitarización y una mayor democracia en EEUU, junto con juegos de palabras sexuales ocultos, algunos "censurados" (se eliminaron en la reedición americana) y otros pocos no del todo bien traducidos (en mi opinión) para esta edición. Bajo el aspecto de un tebeo de animales que hablan, Marvel estaba distribuyendo una revista inconformista y con cierta polémica.

Howard el pato se convirtió con estos cómics (los que se recopilan en este tomo y el siguiente, Metamorfosis) en un personaje de culto para los lectores americanos que buscaban un mensaje alternativo al mainstream. Entre ellos, al propio Gene Colan, el principal dibujante de la colección, que entre Howard y La tumba de Drácula huía de los tebeos de superhéroes. Porque no importa lo que hayáis leído por ahí: Howard, el pato, no es un tebeo de superhéroes, es un tebeo de humor. Un humor que no ha envejecido muy bien, pero humor de todos modos.

miércoles, 3 de febrero de 2016

Star Rats (Leo Ortolani)


En un país en el que el Mortadelo de Ibáñez es un éxito de ventas asegurado, no entiendo que Rat-Man no le vaya a la zaga. Con el gancho de la última película de J. J. Abrams, Panini ha intentado por segunda vez atraer a los lectores españoles hacia este famoso personaje italiano, un superhéroe torpón que Leo Ortolani usa aquí como parodia del Luke Skywalker de la trilogía original. Este álbum parodia con humor blanco y bastante ingenio aquellas tres primeras películas tanto en su trama como en algunos aspectos de cómo fueron hechas. Ójala este tomo tenga éxito y le sigan mucho más.

miércoles, 9 de diciembre de 2015

Jupiter's Legacy (Mark Millar, Frank Quitely)


El gran problema que tengo con Jupiter's legacy es que no entiendo por qué sus autores han hecho este cómic. Por quedarme con Millar, entiendo que Se busca planteaba qué pasaría si los supervillanos dominasen el mundo, y que con Némesis se jugaba con un personaje tan malvado como el Joker pero con la inteligencia y habilidades de Batman. ¿Qué aporta Jupiter's legacy al género de los superhéroes? ¿O al mundo del cómic en general? Me cuesta adivinarlo. Todo lo que hay en este cómic ya lo hemos visto en otros sitios. Familias de superhéroes, superhéroes clásicos idealistas, superhéroes postmodernos decadentes, superhéroes fugitivos que deben ocultar sus poderes, distopías totalitarias... Y una vez más, en la línea del intento de provocación de Millar, tenemos ese choque incongruente de escenas de gore explícito junto a otras con un erotismo censurado.

Me rindo a la evidencia. Jupiter's legacy sólo existe por Quitely y su dibujo. Sólo se justifica por sus diseños de personajes, por su tipo de línea, por sus fondos, por su forma de fragmentar la acción en viñetas, por sus elecciones de planos... Es posible que no vaya a ser su mejor cómic, pero de todos modos me parece un gran trabajo. Es efectivo y potente, y de nuevo deja las florituras y la experimentación a un lado para entregar algo pensado para el gran público.

miércoles, 13 de mayo de 2015

America's Got Powers (Jonathan Ross, Bryan Hitch)


Brian Hitch no se fue de Marvel, huyó. Huyó de los plazos de entrega asfixiantes en los que no importa la calidad del resultado final, huyó del trabajo impersonal en el que el dibujante es sólo un ilustrador, de los cómics que son piezas de una maquinaria mayor y no tienen trascendencia plena por sí mismos. Este primer paso en la búsqueda de la independencia artística no es tal vez la obra maestra de este nuevo Brian Hitch, pero es una lectura interesante.

Junto al guionista y presentador de televisión Jonathan Ross, plantea una combinación entre el concurso America's Got Talent y la saga Los Juegos del Hambre, en la que toda una generación de adolescentes ha conseguido superpoderes debido a un meteorito extraterrestre. Para financiar la investigación sobre el origen de estos poderes, se organizan peleas entre estos chavales que se emiten por todo EEUU. El punto de partida no termina de llamar mucho la atención, pero la trama mejora número a número. Aunque no es un cómic que vaya a volver loco a nadie, el dibujo es (lógicamente) impresionante y es raro encontrar una historia de superhéroes que hable sobre pacifismo.

martes, 16 de diciembre de 2014

Triunfo y Tormento, de Roger Stern y Mike Mignola

Cartoné, 80 páginas, color, 11 €

Cada 100 años los magos de la Tierra deben enfrentarse a un torneo para elegir al hechicero supremo. El resultado de una de estas competiciones llevará al Doctor Extraño y al Doctor Muerte a formar equipo para salvar el alma de la madre del monarca de Latveria.

Me encanta el candor de los personajes de este cómic. Por su aspecto y personalidad parecen animales parlantes en una fábula. Su aspecto es extravagante y colorido, es inevitable que parezcan ridículos, y los diálogos son ñoños en muchas ocasiones. Pero funciona dentro del tono del cómic. Funciona dentro de esta alegoría sobre el bien (Extraño) y el mal (Mefisto), en la que el individualista Muerte queda en la zona gris intermedia de una historia que tiene el acierto de no querer redimirlo.

Muerte es un personaje complejo, pero creo que más por accidente que por planificación de sus autores. Dependiendo del cómic que uno lea aparece una versión más o menos malvada. La de este cómic no es del todo perfecta. Su obsesión por acumular poder sólo para obtener más poder, de gobernar Latveria sólo por gobernar, no lleva a ninguna parte. Por eso es bueno que la historia no insista en ese camino sino en la liberación del alma de la madre de Muerte, su talón de aquiles, un conflicto que obliga al personaje a tomar decisiones que en otra ocasión no se llegaría a plantear. A su lado, Extraño es un típico héroe inmaculado y sin desarrollo, un santurrón unidimensional que acaba teniendo en esta historia el rol de un artefacto de los que Muerte utiliza para sus propios intereses.


Lo que más valoro de Stern como guionista (y editor) es la importancia que le da a la coherencia del universo Marvel. Este interés es el que le ha motivado a resolver misterios y arreglar errores de continuidad en las colecciones de Spiderman, Hulk, Capitán América, Doctor Extraño, etc., de una manera simple y muy entretenida (por cierto, una virtud que desaparece en los 90 con tostones como Marvel: La Generación Perdida o Relatos del Universo Marvel). En este cómic vuelve a mostrar esta obsesión explicando por ejemplo la mitología de las palabras mágicas aleatorias del Doctor Extraño o recuperando la trama perdida del Doctor Muerte desarrollada por Gerry Conway en los 70.

Creo que lo que más ha perjudicado a esta historia es el paso del tiempo. Este cómic se realizó en una época en la que los personajes tenían que hablar continuamente, y creo que ésa es la causa de que ninguna escena de este cómic llegue a tener la relevancia necesaria. Cada momento en este cómic tiene una función de nexo, de servir de justificación para lo que ocurre a continuación. Se nos presenta a Genghis sólo para viajar a la competición entre magos, se celebra la competición sólo para crear el equipo de Doctores, etc. Cada página sirve como trámite para avanzar hacia un gran final que para mi gusto es demasiado apresurado y se apoya demasiado en el diálogo cuando debería haber dejado que las imágenes contasen más.


Me quiero quedar con lo bueno. Mignola consigue retratar unos escenarios misteriosos magníficos, especialmente cuando se trata del infierno. Las peleas huyen del tópico cruce de puñetazos (aunque se queden en posturas estáticas de personajes lanzando rayos). Creo que Stern consigue un buen final, un final feliz para los personajes que sin embargo no les deja satisfechos. Es un final que exige un poco de ingenio al guionista, una solución que se aleja de tópicos. Ya he dicho que a Stern le preocupa la coherencia del universo Marvel, así que, aunque la resolución significa cambios profundos en la continuidad, al mismo tiempo se mueven las piezas mínimas dentro de las tramas de los cómics.

Con sus defectos, Triunfo y Tormento es uno de mis cómics Marvel favoritos. Es muy entretenido, utiliza la continuidad del universo Marvel sin que sea un lastre, el dibujo huye del impersonal estilo de empresa, está bien estructurado... No llega a ser un gran cómic, pero sí una lectura muy recomendable.

jueves, 10 de abril de 2014

Ojo de Halcón, tomo 1, de Matt Fraction y David Aja

136 páginas, color, rústica, 12 €

Creo que ser crítico con la situación actual de "lo que sea" es la forma de pensar más recomendable. Incluso en el mejor de los momentos todos somos capaces de encontrar debilidades que podrían ser mejoradas con el paso del tiempo. Si no pensásemos así caeríamos en el error de creernos el escalón superior de la historia, de pensar que el "ahora" es un momento definitivo que se mantendrá eternamente. Y no es así, cualquier periodo de tiempo que analicemos, especialmente el presente, no es el final del camino sino un paso intermedio.

Empiezo así porque veo en los análisis sobre la actualidad marvelita ese pequeño error. Las colecciones desarrolladas bajo el ala del editor Steve Wacker (Daredevil, Capitana Marvel, Ojo de Halcón...) están siendo tan aclamadas a nivel crítico con reseñas y premios que podría parecer que nos encontramos ante los mejores cómics de la historia de la editorial, ante una revolución que va a devolver el foco de atención creativo de nuevo a Marvel. Yo no lo veo así. Con el Daredevil de Waid y Samnee ya tuve mi pequeña decepción, y con Ojo de Halcón vuelvo a sentir lo mismo.

Tengo que admitir que virtudes no le faltan a este primer tramo. Los autores tienen el atrevimiento de llevar al personaje a un entorno costumbrista sin caer en los ridículos excesos del superhéroe urbano de los 90 y dosmiles. Esto se nota por ejemplo cuando el disfraz aparece la mayoría de las veces sólo en la portada mientras que en las viñetas hay que acostumbrarse a que lo sustituya un coloreado que tiende a los morados. Casi se diría que el puñado de tiritas en los brazos y la cara es su nuevo disfraz. Otro detalle que se puede destacar es que se trata de una primera lectura completamente accesible para cualquier lector, al mismo tiempo que de fondo se meten guiños a villanos antiguos e introducen nuevos personajes de los últimos años (¡ese Nick Furia negro!). También tiene mucho sentido del humor, con el desnudo frontal de Clint como máximo exponente, y la acción es trepidante. Pero no me parece suficiente.


Matt Fraction tiene muchísima suerte de tener a David Aja a su lado, y no dudo que viceversa también. Sin Aja, a Fraction se le notaría con muchísima facilidad lo mecánicos y formularios que son sus guiones. Su Clint Barton parece una máquina que reacciona a lo que le llega, sin que de dentro de él salga alguna motivación diferente a la de ser un héroe. Los diferentes conflictos se introducen en la trama con torpeza, a bocajarro en la cara del lector. Es salir del hospital y Clint tropieza con el gran villano al que se tendrá que enfrentar en todo el tomo. Más tarde, para una chica con la que comparte cama y resulta que está relacionada con más villanos. Todo se hilvana de una manera demasiado casual, demasiado conveniente para el guionista. Están tan subrayados los guiños irónicos del nombre del perro y de la flecha búmeran al final de sus capítulos que suenan demasiado a clichés. De hecho, parece que Clint lanza demasiadas flechas de las que dan la vuelta en el aire a lo largo de este tomo. En esencia, Clint Barton cumple con el arquetipo de superhéroe solitario de los cómics, una carcasa de colores sin pasado, familia, amigos, motivaciones, tentaciones, hobbies, etc.

Parece que lo que quieren los autores es presentar a un superhéroe alejado de la fantasía asociada al género, pero fracasan. Si intentan ser verosímiles, las fracturas múltiples que se curan sin dejar secuelas nos devuelven a la ciencia-ficción. Si la intención es no caer en los tópicos de los trajes de superhéroes, caen en el tópico del superhéroe multimillonario, que en este caso ni se plantea de qué lugar habrá salido su dinero. De hecho, su nuevo poder es el del super-dinero, con el que puede comprar un edificio controlado por mafiosos malvados que triplican el alquiler de los pisos de un día para otro. Lo compra porque obviamente un superhéroe no va a poner en duda la validez legal de un contrato sospechoso, que es lo que haría un comunista andrajoso de los del 15-M. Si en tu contrato pone que has vendido tu alma, Clint Barton le dará el visto bueno y buscará en su cartera cuánto lleva suelto para prestarte.

Los guiones de Fraction saben a viejo, recuerdan demasiado a frases y momentos que ya se han visto mil veces en los cómics y la televisión. El ejemplo donde más se nota es en la conclusión de la trama que dibuja Pulido, resuelta sin ningún ingenio imitando un fragmento de Choque de Reyes en el que Tyrion descubría la traición del Maestre Pycelle. Ese fragmento fue adaptado en un capítulo de Juego de Tronos un año antes de la publicación de este cómic, y no creo que sea una coincidencia.


Si Ojo de Halcón se ha convertido en un cómic tan recomendable es por el artista que tiene que llevar al papel estas historias. Si David Aja no conoce todas las virguerías con las que se puede hacer un cómic más claro o más expresivo, entonces sabe sólo casi todas. Es un autor cerebral e intenso, que domina completamente su ámbito de trabajo y al que le habría venido muy bien tener un guionista igual de reflexivo y experimental al lado.

En principio aquí David Aja no utiliza un estilo propio, sino que se apropia del de Mazzucchelli en los 80 de una manera tan perfecta que parece que dibuje con las manos de aquel y le hubiese añadido conocimientos de programas vectoriales. De hecho no se trata de una simple imitación del estilo de dibujo (el color ayuda mucho) como hacía Michael Lark, por decir alguien, sino sobre todo en la formar de contar las historias. Incluso en el guión hay momentos que, tal vez sea una casualidad, recuerdan al Año Uno de Batman: el clímax del tercer número es en un puente, Clint se preocupa por un perro tanto como Batman por un gato, el leit-motiv de los días se cambia aquí por uno de flechas trucadas...

Ahora bien, después de tres números parece que este camino le cansa a Aja y decide (¿decide Aja o Fraction?) desviar la colección a un lugar muy diferente en la última entrega. Por primera vez los lectores de superhéroes se encuentran con el "enemigo" en casa, con el estilo del dibujante más innovador y alternativo de la actualidad dentro de un cómic comercial de aventuras. Aja mezcla con inteligencia una línea que ya no recuerda tanto a la de Mazzucchelli con una colección de recursos como diagramas, viñetas pequeñas, carteles de letras gigantescas, perspectivas sencillas, etc. que definen a Chris Ware, y no se queda sólo ahí. En un número ambientado especialmente en la rutina diaria del personaje, Aja muestra la desconexión de esta colección con el resto de cómics Marvel al dibujar la única escena de acción superheroica del número como si se tratase de un videojuego de una recreativa con un game over y todo. La influencia de Ware ya se notaba en los diagramas tipo manual de instrucciones de la segunda portada, pero en el último número (y parece que en alguno posterior sobre un perro) es absoluta. Las novedades formales que fuera de las editoriales de superhéroes ya están asumidas por gran parte de los lectores llegan por fin a los seguidores de las capas y las máscaras.

Pero hasta ahí llegan las novedades formales de una colección que, en su corazón, sigue perteneciendo a una gran empresa norteamericana. Fraction cumple en su papel de escribir relatos que dan el pego, pero este Ojo de Halcón está muy lejos de ser una colección revolucionaria como fueron el Hombre Hormiga de Kirkman y Phil Hester, el All Star Superman de Morrison y Quitely o los X-Statix de Milligan y Allred. Aja por su parte está pletórico y merece la pena no perderle de vista.

jueves, 21 de noviembre de 2013

Dios Ama, el Hombre Mata, de Chris Claremont y Brent Anderson

96 páginas, tapa dura, 12 €

La premisa de la colección de los X-men se basa en que los miembros de este grupo han conseguido superpoderes debido a una mutación genética, por lo que se han ganado el miedo y el odio injustificados de la mayor parte de la sociedad. Sin embargo, los X-men son superhéroes que en vez de buscar venganza contra esa actitud, lo que hacen es defender a la humanidad de los peligros que la amenacen. Es decir, se trata de una combinación de los papeles de víctima y de héroe, son mártires con superpoderes.

La premisa es tan tonta y está tan poco reflexionada que es comprensible que los propios Stan Lee y Jack Kirby la olvidasen en el segundo número de la colección. ¿Cómo puede la humanidad sentir miedo y odio por los personajes de la colección X-Men pero admirar a los Cuatro Fantásticos? Si un mutante no dice que lo es, ¿cómo se le puede distinguir de superhéroes como Daredevil, Luke Cage, etc.? En un universo mutante, aislado del resto de los superhéroes de la editorial, el concepto podría funcionar, pero dentro del cosmos Marvel es absurda.

En 1982 el aclamado guionista Chris Claremont participó en el proyecto editorial de Jim Shooter, un nuevo formato con el que quería llegar a un público adulto, el álbum francés (llamado aquí "novela gráfica"). Esto significaba tapas de cartón resistentes con más páginas, de mayor tamaño, mejor papel y mejor color. Y por tanto, en teoría, un guión más inteligente y adulto. Por ese motivo, para desarrollar una historia en este formato Claremont decidió alejarse de los villanos coloristas de ciencia ficción de la colección regular y resucitó la premisa de la colección utilizando a un telepredicador fanático que difundía el odio a los mutantes y funcionaba como una metáfora del racismo.

Por desgracia, este guionista cargado de sus mejores intenciones no fue capaz de llevar su idea a la práctica. En primer lugar, su escritura sigue tendiendo a la completa exposición, al subrayado. Los personajes se describen no tanto por los actos y decisiones que toman a lo largo de la historia sino de manera forzada mediante cuadros de texto (la página de presentación del grupo), con soliloquios (la primera aparición de Magneto), bocadillos de pensamiento, etc. En algún caso Claremont incluso cae en errores de novato con textos que no aportan nada al dibujo (última viñeta de la página 20) o que contradicen lo que se ve en la viñeta (página 7, viñeta 8).


Esta sobreexposición me lleva a donde este cómic falla estrepitosamente, a su villano, el reverendo Stryker. Se trata de un antiguo militar problemático y con problemas mentales que después de una mala experiencia decide volcarse en la religión y predicar el exterminio de los mutantes. Se trata de un personaje ridículamente bidimensional, sin matices ni contradicciones, descrito mediante simples clichés: un líder carismático, experto en la oratoria, aficionado a recitar de memoria siempre que puede largas citas bíblicas e inflexible en sus decisiones. Sin discusión, este villano es lo más alejado del concepto "cómic adulto" que tengo en mente.

El problema es que tampoco Claremont quiere caer en una zona de grises morales, no se arriesga a que el lector pueda sentir empatía por Stryker. Cuando Claremont da voz a algún personaje (los realizadores de televisión, Cíclope, el senador y los policías), todos opinan igual, que su mensaje está equivocado. ¿Dónde está entonces ese dominio de la oratoria de Stryker? Según el cómic, sólo consigue realmente convencer a los asesinos que trabajan para él y al Danny de las primeras páginas, el resto de seguidores son estúpidos sin reflexiones personales. Si sabemos que Stryker es una persona elocuente es porque otros personajes lo afirman en voz alta, no porque el argumento nos lo muestre.

De hecho, Claremont se ataca a sí mismo al intentar redimir al villano Magneto, al que Xavier describe directamente como "maligno" mediante una sobreexposición más, aunque no le veamos aquí comportarse realmente como tal. Redimiendo al clásico archienemigo de la colección justo en este cómic, el guionista cae en la contradicción. Si Magneto es capaz de cometer crímenes por una buena causa, si es malo pero a la vez es bueno, si es un personaje tridimensional, ¿cómo es posible que Stryker sea una caricatura sin desarrollo?

Stryker es también incoherente, que no es lo mismo que contradictorio. Si su epifanía le lleva a la conclusión de que debe compartir con la humanidad su evangelio de odio a los mutantes, ¿qué tienen que ver los asesinatos a mutantes que realiza a escondidas? Si se trata de un simple telepredicador, ¿de dónde ha sacado la extravagante máquina de hipnosis de ciencia ficción? Si no quiere que la sociedad sepa que él está relacionado con el asesinato de niños mutantes inocentes, ¿por qué apunta con una pistola a un mutante... en público, sin que esté sometido a una situación crítica?

Al menos un villano tan monolítico como Stryker podría servir para agitar al resto de personajes, para producir en ellos algún tipo de cambio o una nueva reflexión, pero no hay nada de eso. Lo que tenemos es justo lo contrario, una historia en la que los personajes se mantienen en su posición, en la que, a pesar de algunas dudas, refuerzan las personalidades que aparecían en las primeras páginas. Nada cambia, la intolerancia seguirá existiendo, los héroes deben seguir siendo heroicos.

Si nos alejamos del guión realmente hay pocas pegas que poner en comparación. El dibujo no es de mi gusto, pero sí es interesante. El color sirve tanto para que el dibujo parezca más realista como para ganar en expresividad. Alguna página es confusa por el orden de lectura de las viñetas y las viñetas fotocopiadas llegan a cansar, pero se agradecen las ganas de querer hacer algo diferente a lo habitual. A nivel gráfico, uno de los mejores momentos es el sueño de Xavier con el que Stryker intenta controlarle. Otro buen detalle es que Anderson en bastantes momentos se preocupe por sacar a todo grupo en viñetas independientes del mismo tamaño, así se insiste en que todos son un equipo pero cada uno tiene su propia personalidad.

Lo que nos queda entonces es un cómic fuera de continuidad (¿Kitty Pryde con el apodo de Ariel, un indicio de romance entre Cíclope y Tormenta que nunca se explorará?) en el que su gran baza fue realmente su formato novedoso. Con estos cómics Marvel llamaba la atención de los coleccionistas pop, más preocupados por las rarezas externas que por el contenido. Más preocupados de si el cómic estaba editado en tomo o en grapa, en horizontal o en vertical, que por un análisis realmente adulto e inteligente del racismo y la intolerancia.