lunes, 6 de junio de 2016

Siete errores de ‘El invierno del dibujante’

Para aprovechar el aniversario de los cien años de la creación de la Editorial Bruguera que se cumplían en 2010, el dibujante valenciano Paco Roca dibujó El invierno del dibujante. El cómic se basaba en la historia de la revista autogestionada Tío vivo que varios dibujantes habían creado en 1957. Aunque habían abandonado Bruguera para sacar adelante este proyecto, a los pocos años tuvieron que dar marcha atrás y regresar a la editorial.

Al leer este cómic es evidente que el interés de Paco Roca era potenciar el drama y el lado humano de unos autores que conocemos más que nada por su trabajo. Este tratamiento explica el buen recibimiento que tuvo un cómic que consiguió despertar el interés de muchos lectores hacia la historia de los tebeos españoles.


Sin embargo, creo que hay ciertos detalles mejorables. Paco Roca eleva un enfrentamiento laboral a la categoría de rebelión artística, cuando sobre el papel esta interpretación no se sostiene. El Tío vivo que crearon estos dibujantes era una imitación de El DDT porque sus autores no se planteaban crear una obra de arte nueva y original ni más adulta, sino que simplemente buscaban una mayor independencia creativa (saltarse al editor) y económica (un mejor salario).

Más allá de la propia naturaleza de esta rebelión, existen otros siete errores históricos en este cómic:


1. En Tío vivo hubo más de cinco dibujantes


Aunque no se le mencione en El invierno del dibujante, la idea de crear una revista gestionada por los propios autores vino de Josep Maria Freixa, dueño de la empresa publicitaria Crisol, que compartía sus mesas con las de la redacción de Bruguera. Convenció a cinco dibujantes: Escobar, Cifré, Peñarroya, Conti y Giner. Los seis montaron la entidad DER, en la que Freixa se unió en calidad de socio capitalista y encargado de la distribución en los quioscos.

Junto con ellos se fueron de Bruguera también un jovencísimo Enrich (el dibujante de Montse, la amiga de los animales) y el redactor Josep Maria Lladó i Figueres. También se les unieron otros dibujantes como el relativamente novato Nabau, y un recién llegado a la industria descubierto por Conti, Pañella.


2. Tío vivo no terminó tan pronto


Que los Cinco Grandes disolviesen DER y firmasen de nuevo un contrato en 1958 con Bruguera no significó en absoluto el final de la revista. Enrich ocupó el puesto vacante de director artístico e incorporó a autores novatos como Joso o Tran. También hubo hueco para Gin y Raf, dos dibujantes que habían entrado a Bruguera un año antes y que en aquel momento no querían saber nada de esa editorial. De hecho esta aventura de autogestión continuó durante unos años más hasta que Bruguera compró la cabecera en 1960 y la añadió a su catálogo.


3. Bruguera no saboteó Tío Vivo


O si lo hizo, no existen pruebas para asegurarlo.

Rafael González consideró que esta revista era una traición a la editorial Bruguera, y seguramente no fue el único en pensarlo. Por eso se envió a Madrid a González Ledesma, abogado de la editorial, para que no le diesen el permiso de publicación a la nueva cabecera, pero fracasó en su intento. «Fue el peor trabajo que he hecho en toda mi vida, y no me arrepiento», escribía en Historias de mis calles. Es verdad que Bruguera «contraprogramó», es decir, sacó al mercado nuevas revistas para minimizar la novedad de Tío vivo, pero no existe ninguna prueba que demuestre que Bruguera perjudicó su distribución.

En realidad, a la hora de explicar las causas del fracaso de la revista los dibujantes tenían claro que la principal responsabilidad había sido interna y no por culpa de ningún sabotaje. Decía Escobar que todo se debió a «una mala administración del editor, empezaron a fallar los números». Por su parte, Giner decía que «los motivos de la caída de Tío vivo fueron administrativos, que no de contenido, porque tirábamos un promedio de 60.000 ejemplares y los extraordinarios llegaban a alcanzar tiradas de más de 200.000 números», sin dejar caer en este comentario algún rencor contra Bruguera.


4. Vázquez no les traicionó


En este cómic el sabotaje a Tío vivo es la consecuencia de la traición de Vázquez a sus compañeros, que tampoco parece basarse en un hecho real. La única persona que ha mencionado este dato varias veces ha sido Julia Galán, pero nadie más ha salido a confirmarlo. La principal persona que niega que Vázquez fuese un esquirol en aquel momento es Óscar Áibar: «Ningún compañero de Vázquez me ha hablado de él en este sentido nunca, y he conocido a muchos».

Tampoco aportan información que apoye la versión de la traición ni Toni Guiral en By Vázquez. 80 años del nacimiento de un mito, ni los autores de la colección de ensayos El gran Vázquez. Coge el dinero y corre, ni Enrique Martínez Peñaranda en Vázquez, el dibujante y su leyenda.


5. Rafael González no estuvo allí


En la hipotética reunión en la casa de los hermanos Bruguera en La Pineda de Castelldefels en la que se podría haber planeado el sabotaje a Tío vivo es improbable que asistiese el director de publicaciones. Como recuerda Miguel Pellicer, «el señor González nunca fue a Castelldefels; no tenía coche, nunca quiso conducir» (Cuando los cómics se llamaban tebeos, Toni Guiral).


6. Ni tampoco censuraba con un lápiz rojo


Las correcciones de Rafael González sobre páginas de historietas con un lápiz rojo es una de las imágenes más potentes de este cómic, y también la más alejada de la realidad. Seguramente tiene su origen en la timidez de este director. Dice Jordi Bernet que «cuando hablabas con él, jamás te miraba a los ojos, y siempre llevaba un lápiz, que miraba fijamente cuando te daba malas noticias». Pero nunca se ha dicho si ese famoso lápiz era rojo ni para qué lo usaba.

Dejando a un lado que la censura en los 50 por fortuna fue anecdótica (como comenta por ejemplo Ignacio Fernández de Sarasola en Legislación sobre historieta en España), tampoco era tan invasiva como da a entender Paco Roca. Recordaba Jordi Bayona que González, «de ser necesario, acordaba la modificación de alguna viñeta», porque por lo general la mecánica era mucho más sencilla: o González aprobaba una página o la rechazaba.

En cualquier caso, es difícil que a Rafael González se le ocurriese destrozar páginas originales pintarrajeando sobre ellas como se ve en el cómic, como tampoco se le permitía hacerlo a los verdaderos dueños del «lápiz rojo», es decir, a los censores del Ministerio de Información. Los censores, aquellos que sí pedían cambios para que no se atacase a la figura paterna y la unidad familiar, solo podían hacer marcas sobre reproducciones de esas páginas, y no había nada peor que encontrarse con una página devuelta con estos tachones: «Retocar algo marcado con lápiz rojo significaba modificar las planchas o los fotolitos a toda prisa con el gasto de tiempo y dinero que es de suponer», decía Jordi Bayona. Para poder ver ejemplos de estos tachones el libro más recomendable es Tebeos mutilados: la censura franquista contra Editorial Bruguera, de Vicent Sanchis.


7. No fue en invierno, sino en primavera


Aunque el tebeo esté ambientado en invierno, Francisco Bruguera y los cinco dibujantes firmaron el contrato de su regreso a la editorial en primavera, el día 4 de junio de 1958.

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