lunes, 18 de febrero de 2019

Los cómics que dan forma al mundo


Me gustó una frase de Ignacio García May que cité en este blog hace poco: la televisión y los tebeos son «una historia y una cultura paralelas, pequeñitas, de andar por casa. (…) Una cultura adquirida por gusto y sin esfuerzo, casi sin darnos cuenta». La cultura popular no cuesta, sino que se adquiere «sin esfuerzo», porque en realidad es un ambiente en el que nos movemos.

En un libro de Marvin Harris se hace un análisis que yo entendí que estaba relacionado con esta idea. Mientras que en casi todas las sociedades el arte se basa en la repetición, solamente la sociedad occidental actual coloca al artista como un genio que tiene que buscar la originalidad rompiendo la tradición continuamente y cuyas obras hay que explicar para que puedan ser entendidas. Según él, en parte es una consecuencia de la fabricación industrial en serie y de la competencia en el mercado del arte. La conclusión sería: «Los modernos criterios estéticos sostienen que la originalidad reviste más importancia que la inteligibilidad».

Dándole vueltas a estas ideas, he acabado pensando que una cosa que me fascina de los cómics, y que creo que los lectores no reivindicamos lo suficiente, es precisamente su valor como arte popular. Me gusta ese tipo de cómic que busca conectar con un público amplio, que es un reflejo de su época y la sociedad en la que se ha producido, el que supera los límites de las viñetas.

Es un tipo de cómic que trasciende a su condición de cómic, que se convierte en un icono. Se ve mucho en el humor político, donde se usa a Mortadelo para ridiculizar casos de espionaje o la situación en Cataluña, a Pepe Gotera y Otilio cuando se trata de chapuzas y a 13, rúe del Percebe cuando se quiere hacer un reflejo de la sociedad de una manera más compleja. Incluso recuerdo haber visto a políticos disfrazados de Zipi y Zape en Las noticias del guiñol. También los cómics se han utilizado para poner motes de nivel de patio de colegio: a Echenique se le ha llamado Rompetechos, y a Eduardo Inda, don Pantuflo.

Pero más allá de la política, los cómics se usan como un referente compartido para otro tipo de textos, como el caso de Francisco Umbral cuando citaba a Carpanta, esas referencias a Zipi y Zape en una revista sobre ciclismo o por lo general los artículos de Javier Pérez de Andújar, y especialmente su famoso pregón.

El cómic da forma al lenguaje también en frases hechas. En mi generación no tanto, pero todavía se oye decir «Parezco el abuelo Cebolleta» o «Esto es más viejo que el tebeo». Igual que con muchas otras frases populares, han ido más allá de la referencia. Ya casi nadie se acuerda de Picio o el Tato, pero se sigue diciendo «Más feo que Picio» y «No vino ni el Tato». Es decir, que estas referencias no significan que los cómics de los Cebolleta o TBO tengan unas grandes ventas, pero vinieron para quedarse entre nosotros. Es lo que pasa con Zipi y Zape: no sé cómo serán las ventas de sus cómics, pero cada vez que busco en Twitter «Zipi y Zape» me salen mil fotos de dos amigos que se llaman a sí mismos así porque uno es rubio y el otro, moreno.

Si está en las conversaciones, es automático que los cómics lleguen a los bares, ya sean de Santander, Segovia o Salamanca, o restaurantes de Madrid (también este), Zaragoza o Zamora. Hasta Carpanta llegó a ser hasta portada de una revista gastronómica. La naturaleza de este tipo de cómic cala tanto que puede llegar a una mercería o a una farmacia, a una discoteca y a los coffeshops de Ámsterdam. La sociedad lo adopta como algo propio y también lo lleva a los grafitis, como estos de Salamanca, Madrid, Zamora y Toledo. No sólo decora las paredes, sino a nosotros mismos impreso en camisetas o a los aficionados al cosplay (por ejemplo, aquí, aquí y aquí)

El cómic popular llega a la gente de mil maneras más. Por ejemplo, puede ser parte de un libro de texto o de un chiste, a través de la publicidad o como acompañamiento de artículos de opinión, de un grupo de teatro aficionado o una feria de ferrocarriles. Puede aparecer en novelas, poesías y series de televisión.

Son iconos que la sociedad comparte y a los que se quiere homenajear (y ridiculizar). De 13, rúe del Percebe no se acabarán las versiones nunca, pero también hay ideas más ocurrentes como la mezcla de cómic con Legos (uno y dos), una versión hiperrealista de un Mortadelo ancianola espalda del 13, rúe del Percebe. Versionar el cómic popular es algo que interesa tanto al autor profesional (uno, dos, tres, cuatro) como al aficionado (uno y dos). Ha sido también tema para inktobers (uno y dos).

Aún así, creo que hay un contraste entre el interés por este cómic por parte de aficionados y de profesionales, del mismo modo que se percibe diferencias entre el reconocimiento popular y el institucional. Creo que las estatuas funcionan como reflejo de esto. Mientras que en España hay pocas estatuas dedicadas al cómic (por ejemplo, esta de Mafalda y esta del Capitán Trueno), en Valencia ha habido muchas fallas dedicadas a Francisco Ibáñez. Las instituciones han premiado a pocos autores y de cierto estilo, pero la sociedad ensalza de otras formas.

Las instituciones no suelen sentir conexión con los gustos populares, pero creo que habría que incidir más en ellos. Más allá de los márgenes y la búsqueda de alternativas, a través del gusto popular, las grandes tiradas y el consumo de masas se conseguirá que uno no sepa dónde acaba el cómic y dónde empieza la sociedad.

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