La Vanguardia, 8 de mayo 1976:
«Ahora resulta que nos sobran dos millones de pollos. Dada la situación excedentaria (que horribles palabras aborta la economía), dos millones de pollos deben retirarse del mercado nacional. El presidente de la Agrupación de Ganaderos solicita la intervención del TORPPA. Y yo que no había comido pollo hasta que cumplí los veinticinco años.
El pollo ha sido durante muchos años algo así como el becerro de oro del hambre nacional, el mito que hemos adorado los españoles, y del sueño casi erótico del pollo surgió incluso un personaje, Carpanta, porque el hambre es la mejor musa de los españoles y siempre nos inspira algo. Del hambre barroca nace nada menos que la novela picaresca, y del hambre de postguerra, en los años cuarenta y cincuenta, nace Carpanta. Si nuestros hidalgos hambrientos del Siglo de Oro imaginaron al Lazarillo, a Guzmán de Alfarache y a Don Pablos, nuestros dibujantes malpagadas de los años imperiales crearon a Carpanta, el mendigo del cuello duro, el Charlot del cómic español, el inquilino de los puentes abandonados que soñaba un pollo coruscante en cada viñeta».
El Mundo, 17 de abril de 1995:
«Leo en una magistral columna de Jaime Campmany que el pollo ha subido, ha vuelto a subir, y a mí eso me parece un grave error, no sólo económico, sino político y hasta sociológico. En España se puede subir todo, la gasolina, el tabaco, la ropa, el cine, los callos, la lubina, la zapatería, el fletán, todo menos el pollo, porque el pollo es la metáfora menestral de nuestro Estado del Bienestar. En los años de Carpanta y del tebeo, los nacionales soñábamos con un muslo de pollo casi tanto como con un muslo de Celia Gámez. El citado Carpanta tenía siempre en su imaginario infantil, debajo de un puente, un muslo de pollo humeante, y todos los españoles de postguerra éramos unos Carpantas que vivíamos dándole vueltas a la pollería. Yo creo que aquella guerra la perdimos los rojos y los pollos, porque nunca más, desde el Primer Año Triunfal, se volvió a ver un pollo por parte alguna, y las granjas se habían convertido en Universidades/escuela, o Laborales, adonde los chicos aprendían oficios que les servían para irse a ligar a Alemania».
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