lunes, 18 de septiembre de 2017
Noche oscura. Una historia verídica de Batman (Paul Dini, Eduardo Risso)
Cuando tenía 18 años sufrí un asalto violento en la entrada de una parada de metro. No llegué al extremo de la experiencia por la que pasó Paul Dini, el guionista de este cómic, pero me he identificado con el sentimiento de culpa («podría haber hecho algo para evitarlo»), con el miedo a volver a pasar por lo mismo y con las vueltas que le da a todo lo que estuvo relacionado con ese asalto. Dini utiliza storyboards de animación y sesiones de psicoanálisis para explicar cómo llegaron a romperle la cara y cómo, tras pasar por el quirófano, tuvo que elegir entre la autodestrucción o superarlo y seguir adelante. Su trabajo en la serie de animación de Batman le sirve para explicar que la ficción no sólo tiene una función escapista (sin matiz negativo), sino también inspiradora.
Creo que estas ideas podrían haber dado para un buen cómic, pero le lastran dos problemas. Dini es demasiado expositivo, analiza cada aspecto hasta el punto de que incluso se adelanta a los comentarios de los lectores. Puede que por ese motivo Eduardo Risso no termine de brillar en un cómic introspectivo que no encaja con su estilo y que no le permite aportar tampoco algo personal.
sábado, 16 de septiembre de 2017
Presentación de Espacios en Blanco en Omega Center (13 de septiembre)
Este miércoles tuvo lugar una presentación profesional del cómic Espacios en blanco en la librería Omega Center (C/Estrella, 20, Madrid) a cargo de Álex Serrano. La librería Delirio (C/Sevilla, 25, Móstoles) ha acogido otra presentación ayer viernes, y esta tarde será la última, de nuevo en Omega Center.
Miguel Francisco explicó que la idea de este cómic empezó a rondarle la cabeza desde que llegó a Finlandia en 2008. Estuvo gestando el proyecto durante mucho tiempo, con bocetos que tuvieron una buena aceptación entre sus contactos de Facebook. Ese fue en el fondo el motivo por el que un amigo presentó una sinopsis del cómic a unas editoriales francesas.
Le sorprendió que Delcourt (la que publica a Paco Roca, dijo) estuviese interesada en publicarlo, a pesar de que solo fuese una sinopsis, él un autor desconocido y tuviese un argumento tan español. De hecho, se puede decir que fueron los primeros en creer en el proyecto, antes que él mismo. Con la firma del contrato le llegó el miedo escénico.
Confesó que en un primer momento intentó hacer un cómic vendible, con un argumento estructurado, pero pensó que así se estaba traicionando a sí mismo. Lo descartó y volvió a empezar de cero dibujando páginas sobre la marcha, con las tripas. Tenía escenas y páginas en mente que quería meter aunque no sabía dónde (como por ejemplo, la página en la que espera al autobús mientras pasan los años), utilizando como nexo su propia vida. Por eso ahora le sorprende cuando le señalan segundas lecturas de este cómic, porque él mientras lo dibujaba no pensaba el cómic, lo sentía.
No había una estructura firme sobre la que trabajar, pero sí una visual que le ha permitido divertirse. Para Miguel Francisco este es un aspecto importante. En los 90 dejó de hacer cómics por aburrimiento, y hace poco dejó de trabajar en la empresa de Angry Birds por el mismo motivo. Diseñó varios de los personajes de este videojuego, pero no lo reivindica con mucho orgullo: «Son todos iguales». También señaló de paso que los países del norte no son el paraíso que se nos vende.
Miguel Francisco empezó muy joven a publicar cómics de muy diferentes tipos, con una formación autodidacta. Lo más conocido es su trabajo en la Editorial Bruguera. Se presentó a una de las convocatorias del Mortadelo de Oro, pero no la ganó. Sin embargo, el editor Armando Matías Guiu llamó a su casa. Cogió el teléfono su madre y, como les parecía una broma, el hermano de Miguel le acompañó el primer día a la editorial. Por esta misma época, con 17 años, empezó también a hacer cómics eróticos en revistas como El cuervo y La judía verde. También en la revista Garibolo: «los responsables de la revista eran el marqués de Urquijo y Vázquez, imagínate».
Al principio publicar era un sueño para él, pero tenía sus partes negativas. En Bruguera durante un tiempo no le pagaron (la editorial estuvo en suspensión de pagos durante una época), los guiones de Jesús de Cos solían llegar tarde, a veces incluso por teléfono, y el nivel de producción era brutal, de 40 o 60 páginas al mes. No se arrepiente, pero no lo recomienda para alguien que empieza, porque es imposible aprender. Es copiarse una y otra vez a uno mismo, y eso afecta al nivel de calidad.
Contó un par de anécdotas de su época en Bruguera. Confirmó que la editora Ana María Palé recortaba páginas originales delante de sus dibujantes, sin ningún criterio. Sacaba del archivo páginas antiguas al azar, y delante de los artistas los rompía incluso con sus propias manos. Miguel también tuvo un papel importante en las manifestaciones y el cierre de Bruguera. Los trabajadores querían pedir a los dibujantes que se uniesen a la huelga, pero la agenda en la que tenían sus teléfonos estaba dentro de la editorial, vigilada por policías en la puerta. Un jovencísimo Miguel Francisco fue el elegido para ir a buscarla.
Lo más positivo de aquellos años fue la gente que conoció. Destacó a Raf, que era muy respetuoso con el trabajo que hacía, y a Josep Maria Beà, que fue como un padre adoptivo para él.
Volver al mundo del cómic después de tantos años dentro de la industria de los videojuegos no ha sido tan difícil como parece, porque Miguel Francisco abandonó el cómic por aburrimiento, pero seguía contando historias. Sí se dio cuenta de algunas limitaciones a la hora de volver a dibujar cómics: había pasado muchos años haciendo diseños, pero no fondos. Por suerte contaba con la ayuda de su hijo que, en broma, «va para director artístico». Le iba señalando por encima del hombro detalles que no le gustaban.
Espacios en blanco es un cómic para su hijo. Miguel explica que todo el sufrimiento de su familia sería una pérdida de tiempo si no se comunica. Aún así, hubo escenas demasiado duras de prefirió dejar fuera, porque habría sido enfangarse. Deja una incógnita en el aire: no sabe cómo se lo ha tomado su familia.
Sobre el argumento del cómic, poco después de terminarlo ha hecho algunos descubrimientos sobre el pasado de su abuelo en América del Sur. Encontró unas cartas, como postales breves, con textos indescifrables con las que se comunicaba con comunistas y otros represaliados de Primo de Rivera, pero no cree que su abuelo estuviese muy metido en política.
Este cómic supone su regreso al mundo del cómic, que opina que vive un buen momento. «Ahora se publican cosas buenísimas». Sin embargo, matiza que el dibujante debería cobrar para mantenerse, porque si no, se trata de una burbuja. Ahora mismo está preparando dos proyectos, uno más personal y otro más comercial, para que la editorial elija.
viernes, 15 de septiembre de 2017
Llocs sorprendents / Lugares sorprendentes (Josep Coll)
Después del buen sabor de boca que me quedó con el anterior recopilatorio de Coll, tenía ganas de tener en mis manos esta continuación (el 2 de la contraportada lo deja bien claro). Hay algunas diferencias: la reproducción se ha hecho (creo) a partir de páginas de revista, no desde los dibujos originales, y la clasificación de chistes. El tomo se divide en dos partes, en primer lugar ambientes exóticos de cazadores africanos y caníbales, y después la especialidad de Coll, chistes de náufragos.
En estas páginas (que yo no había visto en otros recopilatorios) se puede ver la expresividad del dibujo de Coll, sus pequeños personajes espigados... pero también algo más. En muchas de estas historietas los personajes no acaban «perplejos», como en el título del anterior tomo, sino que demuestran mucha imaginación para construir aparatos para cazar, para divertirse... Pienso en otras series de la revista (Morcillón y Babali, Josechu el vasco o Los inventos del TBO) y creo que se podría decir que era una de las características que definieron a la revista. Frente a los personajes fracasados y resentidos de Bruguera, los de TBO utilizaban su ingenio y su imaginación para conseguir pequeños logros.
miércoles, 13 de septiembre de 2017
La ciudad de cristal (Paul Auster, Paul Karasik, David Mazzucchelli)
Sobre la creación de este cómic, Art Spiegelman comenta en el prólogo lo siguiente: «Yo no podía imaginar quién demonios podía estar interesado en adaptar un libro en... ¡otro libro!» Precisamente por los temas que trata este cómic, la adaptación de la novela Ciudad de cristal al cómic (o a la novela... gráfica) tiene bastante más sentido que la de cualquier otro libro.
Daniel Quinn fue poeta hace muchos años, pero debido a la muerte de su mujer y su hijo decidió convertirse en un escritor de novelas de misterio. Una noche recibe la llamada de alguien que pregunta por Paul Auster, el detective. Quinn se hace pasar por él para iniciar un caso que gira alrededor de un filósofo y teólogo que aisló a su hijo durante 9 años para conseguir que hablase el lenguaje de Dios.
La novela habla principalmente de la identidad y la soledad. La identidad une un símbolo (una palabra) con una realidad. Es un aspecto sobre el que los personajes reflexionan constantemente. Por ejemplo, ¿la palabra "paraguas" vale para un paraguas normal y uno roto? ¿No son realidades diferentes que necesitan palabras diferentes? De hecho, este mismo juego lo va haciendo la novela en segundo plano, incluso con el propio protagonista. No sólo él mismo utiliza tres nombres diferentes (Quinn, su pseudónimo como autor de novelas y el nombre del detective al que suplanta), sino que uno de esos tres nombres pertenece a tres personas diferentes (el protagonista, el autor de la novela y el detective al que nunca se llega a ver).
Es este tipo de reflexiones las que explican uno de los aciertos de esta adaptación, el uso de los símbolos para contar la historia. Si debería existir una conexión entre una palabra y su cosa, debería haber una entre un dibujo o un icono y su cosa. Como la primera viñeta con la que empieza el cómic: ¿en qué se diferencian el dibujo de un teléfono del dibujo que representa el dibujo de un teléfono?
El caso que acepta Daniel Quinn consiste en seguir a Peter Stillman, un filósofo del lenguaje que tuvo la teoría de que si no se aprendía a hablar ningún idioma, se aprendería el lenguaje de Dios. Su hijo y la (en apariencia) esposa de este temen que tras salir de la cárcel quiera volver para matarle. La realidad con la que se encuentra Quinn es muy diferente. Ahora es solo un viejo que sigue obsesionado con aquellas viejas ideas, como demuestra en una de sus conversaciones: es una lástima que en español Quinn no pueda rimar con «gemelo» («twin») ni con «pecado» («sin»).
Que estas ideas surjan en una (falsa) novela de misterio tiene su gracia en tanto que si una palabra y su cosa no tienen una relación única, es decir, si el lenguaje con el que vivimos (o más bien, en el que vivimos) es fallido, ¿cómo se puede asegurar que el culpable de un crimen es uno y no otro? Daniel Quinn entra tanto en estos pensamientos que llega a encerrarse en el motivo por el que aceptó el caso en primer lugar: su soledad. Sus novelas de misterios, fingir que es un detective privado, todo eran excusas para no enfrentarse a la realidad, para no pensar, para vagar sin rumbo. Pero si la teoría de Peter Stillman es que se aprende el lenguaje de Dios al no aprender un idioma (pureza a través de soledad), la experiencia de Quinn es muy diferente.
La adaptación de Karasik y Mazzucchelli no sólo sigue al pie de la letra el libro (cada frase de este cómic sale de una frase del libro), sino que aporta lecturas y detalles que justifican la existencia de este cómic por sí mismo, incluso con independencia de la novela de la que surge. Un mismo título para dos obras igual de recomendables, un mismo nombre para dos cosas. Por ejemplo, la personificación de Quinn en Max Work, el protagonista de sus novelas, es un genial añadido de esta adaptación, como lo son también los nombres que aparecen en el telefonillo del portal junto al de Paul Auster.
Leí por primera vez este cómic en la biblioteca en la edición de Anagrama, de la que no tengo un mal recuerdo. Llevaba bastante tiempo con ganas de tener este cómic para poder releerlo, pero hay algunos detalles que ensombrecen esta edición: una página en la que los textos aparecen desplazados fuera de sus cartelas y otras dos páginas en las que los dibujos aparecen pixelados.
lunes, 11 de septiembre de 2017
Cosa de dos (Oriol Jardí y Jordi March)
Cosa de dos fue una serie de corta vida en la revista El Jueves. En cada entrega de dos páginas los autores parodiaban una pareja histórica o ficticia en conflicto: Epi y Blas, Quevedo y Góngora, Ratzinger y el papa Francisco, Superman y Lois Lane... Para este recopilatorio se ha añadido al final precisamente una pareja más, la de los autores Oriol Jardí y Jordi March. El dibujante tiene la oportunidad de volver a mostrar su talento en el dibujo (caricaturas, expresividad, ambientación...) gracias a un guión que le mueve por escenarios muy variados, diferentes épocas históricas, géneros... Un guión que también ha tenido que basarse en documentación para centrarse en los aspectos más relevantes de cada personaje y que tiene sus momentos más ingeniosos cuando se aleja de los chistes de sexo.
lunes, 4 de septiembre de 2017
Daredevil: 'Ruleta' - La censura y los superhéroes
Batman sujeta una gran arma de fuego, apunta a un pandillero y lo mata de un tiro. Hay muchos momentos como este en El regreso del Caballero Oscuro que definen a este Batman crepuscular, obligado a aplicar una violencia más extrema para intentar traer la paz a la ciudad de Gotham. Hay muchos aspectos de esta miniserie de cuatro números que explican su éxito, pero tal vez el más destacado es que se dirigía a un público más adulto. Es decir, se publicó sin aplicarle las normas de autocensura.
La censura era un tema que preocupaba a Frank Miller desde que empezó a trabajar en la industria del cómic americano. Uno de sus primeros números de Daredevil, Child’s play, tuvo problemas con el Comics Code Authority por mostrar explícitamente cómo un niño consumía polvo de ángel. El que iba a ser su primer cómic de esta colección en solitario (Daredevil #167), es decir, antes de la presentación de Elektra, acabó recibiendo permiso para ser publicado dos años después (Daredevil #183), tras modificar esas tres viñetas tan delicadas y cambiar la portada. (Aunque sea un dato un poco rocambolesco, añado el detalle de que en la segunda viñeta del Daredevil #169 se hace referencia a este cómic, aunque estuviese inédito en aquel momento). También me suena haber leído que a la oficina del Comics Code se le enviaban únicamente copias de las páginas del dibujo de tinta, porque la sangre de estos cómics se incluía en la fase de coloreado y así no las echaban atrás. Lo que es evidente es que los sais de Elektra atravesaban carne y huesos pero no la tela para evitarse problemas con los censores.
Frank Miller debió darle vueltas a todas estas limitaciones por lo que se ve en el cómic que cerró su etapa. En Ruleta (Daredevil #191, 1983), Matt Murdock, vestido como superhéroe, visita a Bullseye en el hospital al que había sido enviado después de dejarle tetrapléjico. Allí se dedica a explicarle con un largo monólogo un asunto que le preocupa al mismo tiempo que juega a la ruleta rusa con él. Narrativamente el recurso funciona porque la tensión aumenta a cada golpe de percutor, pero me cuesta ver a Daredevil, incluso al de Miller, como un psicópata que tortura a un inválido.
En lo formal, el cómic se alejaba de aquello a lo que los lectores estaban acostumbrados. Frente a la Nueva York en sombras en la que se movía el héroe, este cómic se ambienta en una habitación de hospital iluminada con una luz tan blanca que es imposible distinguir el suelo de las paredes. Mientras que Klaus Janson solía entintar con manchas y rayas sueltas, aquí Terry Austin dió un acabado delineado y cuidadoso. Lynn Varley, que había coloreado a Miller en la miniserie de Lobezno, aportaba también una paleta novedosa. Y tampoco había acción, sólo una simple historia de un niño y la tensión que ya he mencionado de llegar hasta la bala en la recámara.
El niño en cuestión se llamaba Chuckie y adoraba a Daredevil. Ve a todas horas el vídeo de su pelea con Bullseye, grabada en el Daredevil #146 y dibujada por Gil Kane, uno de los dibujantes a los que Miller imita. Su obsesión llega al punto de que cuando el superhéroe tiene que reducir por la fuerza a su padre, un criminal, al niño se le tuercen los cables, lleva un revólver al colegio y dispara a un compañero de recreo. Mientras recuerda esta historia, Daredevil se pregunta: «¿Qué trastornó a Chuckie?»
He leído bastantes reflexiones sobre este cómic. Me suena que alguno decía que Miller estaba hablando sobre la validez del género de superhéroes, otro que su intención era analizar las contradicciones de los superhéroes (usan la violencia para traer paz), un tercero seguramente añadía que trata sobre cómo Daredevil asume que su vida está asociada con la violencia... La opinión más extendida parece ser que Frank Miller hace que Daredevil sea consciente de que su heroísmo puede tener una mala influencia en la sociedad.
Yo diría que en realidad Miller intenta ir más lejos que eso, que le estaba dando vueltas a la influencia que puede tener la ficción violenta (los cómics de superhéroes) en los jóvenes, utilizando como metáfora la influencia que Daredevil tiene en la personalidad de un niño. Una pista de que va en esa dirección es una de las frases del padre de Chuckie: «Esa gente de la tele siempre mostrando cosas violentas o aún peores. Por eso mi esposa y yo nos unimos al comité promoralidad». El villano del tebeo es un santurrón moralista que critica la violencia en la televisión, y seguramente también la de los cómics.
En un primer momento Daredevil quiere descubrir qué es lo que Chuckie ve de interesante en él, pero se lleva una decepción al ver que su «lector» hace una interpretación superficial de sus aventuras: «¡Eres estupendo! Cuando alguien te molesta le coges y… ¡pow!». En un exceso, Miller asocia que Chuckie sea un «lector» torpe con sus problemas psicológicos. Lo que destroza la lógica del niño es su falta de «comprensión lectora», el no haber entendido realmente qué mensajes y reflexiones está lanzando Miller por debajo de los enfrentamientos sangrientos con Kingpin y los ninjas.
A renglón seguido, Frank Miller contrasta a Chuckie con la infancia de Matt Murdock (es importante el detalle de que Miller hable en todo momento de niños, no de adultos que «leen cómics»). El primero ha tenido una infancia que parece cómoda (familia de clase media por la forma de vestir y los muebles, padre estricto pero no violento), mientras que Daredevil se crió en una familia pobre, desestructurada y sufriendo los malos tratos de su padre, un boxeador alcohólico. La intención no es (o no parece) desmontar que el aprendizaje, en contraposición con lo innato, es fundamental para el desarrollo de una persona. No importa el tipo de infancia (de influencia) ha tenido Matt Murdock. Había algo en él, algo innato, que le ha llevado por el camino correcto hacia la abogacía y el superheroísmo. O incluso más allá, maduró sin necesidad de un buen modelo de conducta, sino todo lo contrario.
Daredevil finaliza su monólogo diciendo que Bullseye y él son «las dos caras de una misma moneda», una traducción creativa de Francisco Pérez Navarro de la frase «I guess we’re stuck with each other». En realidad, más que la oposición entre los dos, lo que Miller quería señalar es que el héroe y el villano son inseparables en este tipo de historietas.
Lo son por lo que dice Daredevil justo antes: «Cuando tengo la oportunidad de acabar contigo… mi pistola no tiene balas». El Comics Code se las quitaba. Por esta mala influencia que los cómics violentos ejercen (o dicen que ejercen) sobre los niños, Frank Miller no podía llevar el enfrentamiento de Daredevil y Bullseye hacia el desenlace lógico, a la muerte de un asesino en serie imposible de reinsertar en la sociedad.
Sólo unos años después, sin la supervisión de una autocensura y por tanto en un tebeo para lectores más adultos, la ametralladora de Batman sí tendría balas.
La censura era un tema que preocupaba a Frank Miller desde que empezó a trabajar en la industria del cómic americano. Uno de sus primeros números de Daredevil, Child’s play, tuvo problemas con el Comics Code Authority por mostrar explícitamente cómo un niño consumía polvo de ángel. El que iba a ser su primer cómic de esta colección en solitario (Daredevil #167), es decir, antes de la presentación de Elektra, acabó recibiendo permiso para ser publicado dos años después (Daredevil #183), tras modificar esas tres viñetas tan delicadas y cambiar la portada. (Aunque sea un dato un poco rocambolesco, añado el detalle de que en la segunda viñeta del Daredevil #169 se hace referencia a este cómic, aunque estuviese inédito en aquel momento). También me suena haber leído que a la oficina del Comics Code se le enviaban únicamente copias de las páginas del dibujo de tinta, porque la sangre de estos cómics se incluía en la fase de coloreado y así no las echaban atrás. Lo que es evidente es que los sais de Elektra atravesaban carne y huesos pero no la tela para evitarse problemas con los censores.
La que se planeó como portada original de Child's Play
Ben Urich es testigo de un asesinato con sais de Elektra
Frank Miller debió darle vueltas a todas estas limitaciones por lo que se ve en el cómic que cerró su etapa. En Ruleta (Daredevil #191, 1983), Matt Murdock, vestido como superhéroe, visita a Bullseye en el hospital al que había sido enviado después de dejarle tetrapléjico. Allí se dedica a explicarle con un largo monólogo un asunto que le preocupa al mismo tiempo que juega a la ruleta rusa con él. Narrativamente el recurso funciona porque la tensión aumenta a cada golpe de percutor, pero me cuesta ver a Daredevil, incluso al de Miller, como un psicópata que tortura a un inválido.
Portada de Ruleta
En lo formal, el cómic se alejaba de aquello a lo que los lectores estaban acostumbrados. Frente a la Nueva York en sombras en la que se movía el héroe, este cómic se ambienta en una habitación de hospital iluminada con una luz tan blanca que es imposible distinguir el suelo de las paredes. Mientras que Klaus Janson solía entintar con manchas y rayas sueltas, aquí Terry Austin dió un acabado delineado y cuidadoso. Lynn Varley, que había coloreado a Miller en la miniserie de Lobezno, aportaba también una paleta novedosa. Y tampoco había acción, sólo una simple historia de un niño y la tensión que ya he mencionado de llegar hasta la bala en la recámara.
El niño en cuestión se llamaba Chuckie y adoraba a Daredevil. Ve a todas horas el vídeo de su pelea con Bullseye, grabada en el Daredevil #146 y dibujada por Gil Kane, uno de los dibujantes a los que Miller imita. Su obsesión llega al punto de que cuando el superhéroe tiene que reducir por la fuerza a su padre, un criminal, al niño se le tuercen los cables, lleva un revólver al colegio y dispara a un compañero de recreo. Mientras recuerda esta historia, Daredevil se pregunta: «¿Qué trastornó a Chuckie?»
He leído bastantes reflexiones sobre este cómic. Me suena que alguno decía que Miller estaba hablando sobre la validez del género de superhéroes, otro que su intención era analizar las contradicciones de los superhéroes (usan la violencia para traer paz), un tercero seguramente añadía que trata sobre cómo Daredevil asume que su vida está asociada con la violencia... La opinión más extendida parece ser que Frank Miller hace que Daredevil sea consciente de que su heroísmo puede tener una mala influencia en la sociedad.
Yo diría que en realidad Miller intenta ir más lejos que eso, que le estaba dando vueltas a la influencia que puede tener la ficción violenta (los cómics de superhéroes) en los jóvenes, utilizando como metáfora la influencia que Daredevil tiene en la personalidad de un niño. Una pista de que va en esa dirección es una de las frases del padre de Chuckie: «Esa gente de la tele siempre mostrando cosas violentas o aún peores. Por eso mi esposa y yo nos unimos al comité promoralidad». El villano del tebeo es un santurrón moralista que critica la violencia en la televisión, y seguramente también la de los cómics.
En un primer momento Daredevil quiere descubrir qué es lo que Chuckie ve de interesante en él, pero se lleva una decepción al ver que su «lector» hace una interpretación superficial de sus aventuras: «¡Eres estupendo! Cuando alguien te molesta le coges y… ¡pow!». En un exceso, Miller asocia que Chuckie sea un «lector» torpe con sus problemas psicológicos. Lo que destroza la lógica del niño es su falta de «comprensión lectora», el no haber entendido realmente qué mensajes y reflexiones está lanzando Miller por debajo de los enfrentamientos sangrientos con Kingpin y los ninjas.
A renglón seguido, Frank Miller contrasta a Chuckie con la infancia de Matt Murdock (es importante el detalle de que Miller hable en todo momento de niños, no de adultos que «leen cómics»). El primero ha tenido una infancia que parece cómoda (familia de clase media por la forma de vestir y los muebles, padre estricto pero no violento), mientras que Daredevil se crió en una familia pobre, desestructurada y sufriendo los malos tratos de su padre, un boxeador alcohólico. La intención no es (o no parece) desmontar que el aprendizaje, en contraposición con lo innato, es fundamental para el desarrollo de una persona. No importa el tipo de infancia (de influencia) ha tenido Matt Murdock. Había algo en él, algo innato, que le ha llevado por el camino correcto hacia la abogacía y el superheroísmo. O incluso más allá, maduró sin necesidad de un buen modelo de conducta, sino todo lo contrario.
El padre de Matt Murdock, borracho, le parte la cara a su hijo
Daredevil finaliza su monólogo diciendo que Bullseye y él son «las dos caras de una misma moneda», una traducción creativa de Francisco Pérez Navarro de la frase «I guess we’re stuck with each other». En realidad, más que la oposición entre los dos, lo que Miller quería señalar es que el héroe y el villano son inseparables en este tipo de historietas.
Lo son por lo que dice Daredevil justo antes: «Cuando tengo la oportunidad de acabar contigo… mi pistola no tiene balas». El Comics Code se las quitaba. Por esta mala influencia que los cómics violentos ejercen (o dicen que ejercen) sobre los niños, Frank Miller no podía llevar el enfrentamiento de Daredevil y Bullseye hacia el desenlace lógico, a la muerte de un asesino en serie imposible de reinsertar en la sociedad.
Sólo unos años después, sin la supervisión de una autocensura y por tanto en un tebeo para lectores más adultos, la ametralladora de Batman sí tendría balas.
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