miércoles, 13 de septiembre de 2017

La ciudad de cristal (Paul Auster, Paul Karasik, David Mazzucchelli)


Sobre la creación de este cómic, Art Spiegelman comenta en el prólogo lo siguiente: «Yo no podía imaginar quién demonios podía estar interesado en adaptar un libro en... ¡otro libro!» Precisamente por los temas que trata este cómic, la adaptación de la novela Ciudad de cristal al cómic (o a la novela... gráfica) tiene bastante más sentido que la de cualquier otro libro.

Daniel Quinn fue poeta hace muchos años, pero debido a la muerte de su mujer y su hijo decidió convertirse en un escritor de novelas de misterio. Una noche recibe la llamada de alguien que pregunta por Paul Auster, el detective. Quinn se hace pasar por él para iniciar un caso que gira alrededor de un filósofo y teólogo que aisló a su hijo durante 9 años para conseguir que hablase el lenguaje de Dios.

La novela habla principalmente de la identidad y la soledad. La identidad une un símbolo (una palabra) con una realidad. Es un aspecto sobre el que los personajes reflexionan constantemente. Por ejemplo, ¿la palabra "paraguas" vale para un paraguas normal y uno roto? ¿No son realidades diferentes que necesitan palabras diferentes? De hecho, este mismo juego lo va haciendo la novela en segundo plano, incluso con el propio protagonista. No sólo él mismo utiliza tres nombres diferentes (Quinn, su pseudónimo como autor de novelas y el nombre del detective al que suplanta), sino que uno de esos tres nombres pertenece a tres personas diferentes (el protagonista, el autor de la novela y el detective al que nunca se llega a ver).

Es este tipo de reflexiones las que explican uno de los aciertos de esta adaptación, el uso de los símbolos para contar la historia. Si debería existir una conexión entre una palabra y su cosa, debería haber una entre un dibujo o un icono y su cosa. Como la primera viñeta con la que empieza el cómic: ¿en qué se diferencian el dibujo de un teléfono del dibujo que representa el dibujo de un teléfono?

El caso que acepta Daniel Quinn consiste en seguir a Peter Stillman, un filósofo del lenguaje que tuvo la teoría de que si no se aprendía a hablar ningún idioma, se aprendería el lenguaje de Dios. Su hijo y la (en apariencia) esposa de este temen que tras salir de la cárcel quiera volver para matarle. La realidad con la que se encuentra Quinn es muy diferente. Ahora es solo un viejo que sigue obsesionado con aquellas viejas ideas, como demuestra en una de sus conversaciones: es una lástima que en español Quinn no pueda rimar con «gemelo» («twin») ni con «pecado» («sin»).

Que estas ideas surjan en una (falsa) novela de misterio tiene su gracia en tanto que si una palabra y su cosa no tienen una relación única, es decir, si el lenguaje con el que vivimos (o más bien, en el que vivimos) es fallido, ¿cómo se puede asegurar que el culpable de un crimen es uno y no otro? Daniel Quinn entra tanto en estos pensamientos que llega a encerrarse en el motivo por el que aceptó el caso en primer lugar: su soledad. Sus novelas de misterios, fingir que es un detective privado, todo eran excusas para no enfrentarse a la realidad, para no pensar, para vagar sin rumbo. Pero si la teoría de Peter Stillman es que se aprende el lenguaje de Dios al no aprender un idioma (pureza a través de soledad), la experiencia de Quinn es muy diferente.

La adaptación de Karasik y Mazzucchelli no sólo sigue al pie de la letra el libro (cada frase de este cómic sale de una frase del libro), sino que aporta lecturas y detalles que justifican la existencia de este cómic por sí mismo, incluso con independencia de la novela de la que surge. Un mismo título para dos obras igual de recomendables, un mismo nombre para dos cosas. Por ejemplo, la personificación de Quinn en Max Work, el protagonista de sus novelas, es un genial añadido de esta adaptación, como lo son también los nombres que aparecen en el telefonillo del portal junto al de Paul Auster.

Leí por primera vez este cómic en la biblioteca en la edición de Anagrama, de la que no tengo un mal recuerdo. Llevaba bastante tiempo con ganas de tener este cómic para poder releerlo, pero hay algunos detalles que ensombrecen esta edición: una página en la que los textos aparecen desplazados fuera de sus cartelas y otras dos páginas en las que los dibujos aparecen pixelados.

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