Estoy ahora con los primeros números de Superman de Siegel y Shuster y cada número me deja con la boca abierta. Superman lucha para que un empresario insensible les dé las medidas de seguridad necesarias a los obreros de su mina. Investiga que en una cárcel los presos reciban un trato humano. Detiene a un hombre que estaba dándole una paliza a su mujer. Posiblemente el cómic que más me ha gustado es el que da un guantazo con la mano bien abierta al gran cliché de este género, el superhéroe que detiene un atraco a una licorería, a un carterista callejero, etc. Mientras que el resto de enmascarados detienen al criminal y lo entregan a la policía, aquí Superman razona que estos ladrones lo son por culpa del ambiente de pobreza en el que viven y actúa en consecuencia para mejorar su situación.
Todo esto lo comento porque me ha llamado la atención el segundo número de Action Comics, la segunda aparición de Superman, en el que el villano en cuestión es Emil Norvell, el "Magnate de la Munición" (las aliteraciones no las inventó Stan Lee, está claro). Este personaje no sólo se dedica a sobornar a un senador sino que es un fabricante de armas que quiere que EEUU influya para provocar una guerra en el país ficticio de San Monte en el que pueda vender su producción. Superman decide darle una lección al empresario obligándole a alistarse junto a él en el ejército de esta nación suramericana para que sienta en primera persona las consecuencias de la lucha en el frente. "¡Cuando tu propia vida está en peligro, tu punto de vista cambia!" le dice Superman en la trinchera. Sale tan escarmentado Emil Norvell que cuando regresa a su país asegura que lo más peligroso que su empresa va a fabricar a partir de ese momento serán petardos.
"Los hombres son baratos... ¡Las municione, caras!"
Desde una ideología más bien opuesta, Hergé compartía esa opinión contra los traficantes de armas. El autor de Tintín en su juventud era un fiel lector de la revista Le Crapouillot, un panfletillo morboso, sensacionalista y reaccionario que usaba los escándalos financieros y políticos de la época para criticar el parlamentarismo y el sistema de partidos políticos (es un contraste con el cómic de Superman, en el que la culpa del senador corrupto no era señalada en ningún momento). No es un secreto que Hergé empezó a dibujando a su personaje más conocido en el diario ultracatólico Le Vingtième Siècle, ni que allí conoció al también colaborador del diario Léon Degrelle, el líder fascista belga.
Hergé, como digo, leía Le Crapouillot, una revista que le sirvió de inspiración y documentación para muchas de sus historietas. El número de 1932 dedicado a la guerra tenía como objetivo denunciar que los dictadores, las revoluciones y los golpes de Estado en Sudamérica estaban apoyados e instigados por intereses económicos desde las grandes corporaciones de armamento de EEUU e Inglaterra, las potencias de la época. Ésa es también la moraleja del álbum La Oreja Rota.
Y precisamente Le Crapouillot hacía mención del que consideraba uno de los hombres más poderosos del mundo, el turco Sir Basil Zaharoff (el segundo en esta portada, "roi des mitrailleuses"). Alrededor de este traficante de armas, presidente de la compañía Vickers-Armstrong, circulan los rumores de que instigó guerras en varias partes del mundo para enriquecerse vendiendo armas a todos los bandos implicados. Hergé uso también las fotos de esta publicación como documentación gráfica:
El dibujante lo caricaturizó con el personaje de Basil Bazaroff (o Mazaroff en la versión original en blanco y negro), dueño de la empresa Vicking Arms Co. Ltd. en lo que ahora forma toda la página 34 del álbum. El chiste no es de los más divertidos de la colección, pero sí la crítica de mayor difusión que ha recibido este individuo.
Una curiosidad: en las notas que Hergé fue tomando mientras preparaba Tintín y los Pícaros se puede leer que en un primer momento pensó que Peggy, la mujer del general Alcázar, podría ser la hija de Basil Bazaroff para así explicar la facilidad que tenía el ejército del general para conseguir las armas para su revolución.
Con los álbumes de Superlópez Otra Vez Lady Araña y La Guerra De Lady Araña Jan presentó a tres personajes muy parecidos a este Basil Bazaroff, que vendían las mismas armas a los tres bandos de la guerra de un país centroafricano. Yo diría que en sus cómics Jan siempre se ha mostrado como pacifista, pero esta ideología se empezó a notar en los cómics de este personaje a partir de 1998 con Las Minas del Rey Soplomón, en el que la historia se ambientaba en varios planeta dedicados en exclusiva a la fabricación y el tráfico de armas.
De los cómics recientes de Superlópez el que me sigue gustando más es La Feria de la Muerte, del que ya he escrito algo antes y que tiene que ver con este tema. Para mi gusto no es un álbum de "moralina". Jan es incapaz de proponer una solución a una situación tan compleja, así que simplemente ironiza sobre el sinsentido de que una industria cuyo objetivo es nuestra propia autodestrucción sea tan próspera y dé tanta riqueza a la sociedad.
La nota discordante en este tema la pone Stan Lee. Su forma de escribir nunca se ha basado en exhibir sus opiniones personales (lo que yo entiendo por hacer "obras de autor") sino en contar lo que la gente quería leer. La obsesión por agradar e intentar obedecer casi todas las sugerencias del correo de los lectores ya está bastante documentada. Aún más, en uno de los artículos de Stan's Soapbox de una de las revistas de los primeros años de Marvel el propio Stan Lee defendía que los cómics no deberían difundir opiniones políticas, sino que su campo de trabajo tenía que ser únicamente el entretenimiento.
A pesar de ese comentario, como en los 60 la opinión pública todavía apoyaba la lucha contra el comunismo, los cómics de Stan Lee compartían ese punto de vista político. Sin ningún pudor, sus superhéroes podían ser fabricantes de armamento como Tony Stark y Bruce Banner que se enfrentarían junto al resto de personajes de la editorial contra el ejército rojo igual que Tintín había luchado contra los soviets treinta años antes. Una década después cambiaron las tornas y la opinión pública se volvió antibelicista, por lo que Stan Lee tuvo que hacer un cómic en el que Flash Thompson se lamentase por las consecuencias de la guerra de Vietnam. "Haberlo pensado antes", podría decirle cualquier lector, "el pacifismo no se inventó hace dos días".
Tony Stark fue creado por Stan Lee y Larry Lieber como un brillante ingeniero especializado en transistores... o no tan brillante si nos tomamos en serio sus comentarios sobre cómo un dispositivo electrónico puede miniaturizar un arma de fuego. Además de su supuesto dominio de la ciencia, los autores se esmeraron en dejar bien claro que Stark disfrutaba de una agradable riqueza gracias a una buena relación que tenía con los altos cargos militares a los que vendía los mejores productos de su ingenio.
Un lector sensato no sabe cómo tomarse estos primeros números. Hay una página bastante cruel en la que Tony Stark presume de incorporar cañones atómicos en los buques de guerra y se pavonea de la destrucción que es capaz de conseguir una ametralladora de su invención. Luego habrá quien diga que los superhéroes de los 90 eran más violentos.
Así se mantuvo Tony Stark durante años, satisfecho del origen de su inmensa fortuna. La situación cambió en 1972, con los guiones Mike Friedrich, cuando Tony Stark se replanteó su futuro después de que uno de sus socios, Simon Gilbert, hubiese intentado echarle de su empresa. El cambio fue brusco y sin preámbulos, pero no se anunció en las portadas sino que se fue dispersando en pequeñas viñetas sueltas de transición sin darle mucha importancia. A partir del Iron Man #50 aproximadamente Industrias Stark pasó a trabajar en inofensivos proyectos ecológicos y de investigación espacial.
"Control de la polución, bienes de consumo..."
"Investigación meteorológica, control de la polución, exploración espacial..."
Cuando se adaptó al cine este personaje en 2008 este periodo de 9 años quedó resumido en los primeros 15 minutos de película. Puede que al ejército se le pueda mostrar en la ficción de una manera heroica desde ciertos puntos de vista, pero difícilmente se puede conseguir lo mismo con quienes les proporcionan sus herramientas. Por eso aquí Tony Stark se convirtió en el equivalente del Emil Norvell del segundo cómic de Superman. Cuando cae en medio de una emboscada en la que el enemigo usa contra él las armas que su empresa fabrica, Tony Stark sufre el catárquico cambio de mentalidad de 180 grados que tanto abunda en las películas, y al igual que Norvell decide que no va a volver a fabricar armamento.
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