lunes, 29 de mayo de 2017

La moneda candente, de Víctor Mora a Francisco Ibáñez

Capitán Trueno extra nº 248 (1964)

De la calle subía, a través del balcón abierto, un hálito de calor. De pronto, se oyó la música de un organillo.
Pellicer levantó los ojos de su mesa de trabajo y dijo:
—¡Vaya! ¡El charnego del organillo! ¡Todas las tardes la misma murga!
—¡Si tuviéramos aquí el Winchester de Gifré...!
La música continuaba.
—¡Ahora veréis! —añadió don Ramón—. ¡Chico, tráeme el infiernillo de alcohol!
Una sonrisa animaba el rostro del dueño del taller. Cogió con unas pinzas una moneda de diez céntimos y la expuso a la llama. La moneda pasó al rojo, al blanco... Cogió, entonces, tres o cuatro monedas más y, acercándose al balcón, procurando no ser visto, las tiró juntas a la calle. Esperó, con los ojos muy abiertos, mostrando la punta de la lengua entre los dientes. Las monedas resonaron en el empedrado. El organillo dejó de tocar. En el taller, todos contuvieron la respiración.
—¡Cabrón! —gritó desde la calle el hombre del organillo.
Don Ramón y sus empleados rompieron a reír.
—¡Hijo de puta! ¡Me cago en tus muertos!
Don Ramón dejó de reír. Miró a sus empleados.
—¡Cobarde! ¡Baja si eres hombre! ¡Hijo de puta!

Los plátanos de Barcelona (Víctor Mora, 1966,
traducción de Armonía Rodríguez)
Los plátanos de Barcelona pertenece a la trilogía de Barcelona de Víctor Mora, un conjunto de novelas con lo que parece un argumento semi-autobiográfico. Tengo dos teorías sobre el parecido de este fragmento y la página de la familia Trapisonda. En primer lugar, calentar una moneda y dejarla en la calle puede ser simplemente una broma clásica, que se haya hecho mil veces y se haya contado otras tantas. Prefiero mi segunda teoría: Víctor Mora podría haber contado a sus compañeros de trabajo esta anécdota en alguna ocasión, y a Ibáñez le habría parecido tan simpática que decidió hacer una versión.

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