jueves, 27 de abril de 2017

Aventuras del Doctor Niebla, el Rafael González novelista

El paso de los años va equilibrando la opinión que hay sobre la editorial Bruguera. Si hace unas décadas lo correcto era insistir más en lo negativo que en lo positivo, tengo la sensación de que con el tiempo se está aceptando que si sus revistas vendían bien era porque había motivos. El enfoque literario y artístico de la editorial conectaba con un gran porcentaje de lectores, y gracias a este enfoque un buen número de autores no sólo pudo alimentar a sus familias sino que tuvo la seguridad económica de poder evolucionar y experimentar como artistas dirigiéndose a un público masivo.


Si hubo logros artísticos en la Editorial Bruguera (y yo creo que sí) hay que darle parte de mérito al editor Rafael González. Él fue el que definió en los años 40 el estilo que historietas que se mantendría durante la vida de la editorial: el tipo de personajes que protagonizarían las historietas, la manera de desarrollarlas en viñetas, el lenguaje con el que se expresaban, el tipo de dibujo que debía unificarles…

Antes que editor, Rafael González había empezado su carrera como periodista y escritor. Después de la Guerra Civil, como había sido represaliado por el régimen, tuvo que abandonar el periodismo y buscarse la vida como vendedor de carbón. Al mismo tiempo escribió, bajo pseudónimo, una buena cantidad de novelitas de quiosco no muy conocidas. Dos que se pueden destacar fueron las protagonizadas por el Doctor Niebla, publicadas por la Editorial Bruguera alrededor de 1946, El misterio de las cuatro estaciones y El sueño de Salomón.

Una caricatura de Rafael González dibujada por Escobar,
en la que el editor aparece como un villano en el Pulgarcito nº 14 (1947)


El Doctor Niebla, el superhéroe

Estas dos novelas aparecieron en los números 12 y 16 de la Colección Superhombres. Se trataba de un conjunto de 16 libros protagonizados cada uno por uno de estos cuatro justicieros: Red Colt, el Fantasma, el Espectro y el Doctor Niebla, que de hecho fue el que disfrutó de menos entregas. Se trataba de novelitas breves de pequeño tamaño y unas 128 páginas con algunas ilustraciones. Eran historias de puro pulp: aventura, acción, misterio y amor.

Otra caricatura de Rafael González dibujada por Escobar
en una historieta de Carpanta, en el Pulgarcito número
extraordinario Navidad y Año Nuevo (1947)

Rafael González uso el pseudónimo de Douglas L. Templewood para escribir estas dos novelas. Su héroe sigue el modelo de la Sombra de Walter B. Gibson, un justiciero misterioso que se toma la ley por su mano. El Doctor Niebla (no se explica el por qué se llama a sí mismo «Doctor»), también llamado «el hombre de la bruma», es descrito como un hombre alto y atlético que viste un abrigo oscuro y tiene la cara tapada por un sombrero, una bufanda y unas gafas azules. Como arma utiliza una Burton de 15 balas, que parece ser un tipo de arma inventado para la novela. Vive sus aventuras en el Londres contemporáneo, donde actúa como un Robin Hood local. Roba a los criminales adinerados para repartir el botín entre los pobres, dejando tras de sí como firma un ramito de mimosas. Como vive al margen de la ley, le persiguen por igual los delincuentes y Scotland Yard.


El misterio de las cuatro estaciones

Un detalle muy interesante es que en las dos novelas la verdadera protagonista es un personaje que comparte profesión con Rafael González: Margaret Draw es periodista, como lo sería también el repórter Tribulete que este editor crearía unos años después para que lo dibujase Cifré. En El misterio de las cuatro estaciones, Margaret Draw está acompañada por el fotógrafo Apolonio Bewster, «Apo», un alivio cómico que intenta convencer a Margaret Draw para que se case con él y está enganchado a un potingue medicinal llamado «pócima sulfurosa del Dr. Grass». Juntos se meten por accidente en la búsqueda de las «estaciones» del título, cuatro pequeñas estatuas que guardan dentro de ellas los famosos diamantes Wanthilkroff. Un grupo de peligrosos delincuentes busca también estas figuras, pero Draw y Apo cuentan con la protección del Doctor Niebla.

El primer 'dire' del botones Sacarino era una caricatura
de Rafael González. En el DDT nº 4 (1967) se pudo ver
la caricatura intacta, antes de que éste ordenase modificarla.

La trama, parece que no hace falta decirlo, no pretende ser algo original. Recuerda por ejemplo a Los seis Napoleones (1904), el relato de Sherlock Holmes en el que una escultura también es el escondite de una joya de valor incalculable, o a El halcón maltés (1930), en el que el objeto que persiguen unos delincuentes tiene un pasado que lo vincula con sucesos históricos legendarios. Como un álbum antiguo de Mortadelo, cada capítulo presenta a cada uno de los poseedores de las estatuas en un escenario diferente: un museo grotesco dedicado al mundo del crimen en el que unas esculturas reflejan a famosos criminales londinenses justo en el momento que asesinan a sus víctimas; el sótano de un bar, formado por habitaciones idénticas controladas con mecanismos que pueden cambiarlas de lugar o vaciarlas en las alcantarillas subterráneas de Londres; los subterráneos laberínticos y llenos de trampas de un teatro, y, por último, un castillo en el que se aparecen fantasmas por las noches.


El sueño de Salomón

La segunda novela pierde humor por la ausencia de Apolonio. En esta ocasión, todo empieza con las muertes de los miembros de una expedición que habían escavado una ciudad egipcia enterrada. Al regresar del viaje habían decidido llevarse con ellos el Sello de Salomón (el que debería aparecer en el título de la cubierta en vez de El sueño de Salomón), con lo que se ganaron la enemistad de los zangs, una secta oriental que adora a un cocodrilo azul. Margaret Draw se compromete a custodiar este sello poniendo en peligro su vida.


Como en el anterior libro, el argumento es una chorrada llena de persecuciones, disparos y misterio. En este caso la trama recuerda por ejemplo a Las siete bolas de cristal (1943), pero también a cualquier relato basado en las muertes de los miembros de la expedición de Howard Carter en la tumba de Tutankamón. Si al buscar las estatuas con los diamantes Wanthilkroff el Doctor Niebla se cruzaba con tecnología imposible, aquí tenemos también pasadizos ocultos y una inexplicable base secreta en Londres en la que la secta egipcia guarda un cocodrilo en un foso subterráneo.

Las novelas son, como he dicho, de alrededor de 1946, poco antes de que Rafael González empezase a trabajar como editor de las revistas de historieta de Bruguera y relanzase Pulgarcito. Este personaje dejó de protagonizar novelas, pero fue recuperado en diferentes revistas de esos años en forma de historietas. Los dibujos corrieron a cargo de Francisco Hidalgo, mientras que los guiones empezaron siendo de Rafael González, que después pondría en su lugar a su sobrino Francisco González Ledesma y a un jovencísimo Víctor Mora.

Caricatura de Rafael González dibujada por Raf
en el tomo Mortadelo y Filemón. 25 años de historia (1983).

El Rafael González humorista

El argumento de estos libros no pretende romper esquemas ni están escritos con un estilo sofisticado, sino que buscan rellenar los ratos muertos del lector. Aún así, se le puede sacar algo de provecho: conocer a Rafael González antes de convertirse en editor de Bruguera. Insisto en que la escritura no está cuidada del todo (por ejemplo, me molesta que describa continuamente las pupilas de Margaret Draw de color miel, cuando todas las pupilas son negras), pero Rafael González demuestra que tiene un vocabulario muy amplio, tanto en el registro culto como en el coloquial, el mismo que luego se utilizaría en los primeros años de Pulgarcito. También se ve que tiene una buena cultura vistas las referencias que va haciendo a lo largo de las dos novelas, aunque mezcle las inventadas con las reales.

Sin ninguna duda, lo más destacable es el humor. Aunque sean novelas de misterio, en la primera hay mucho lenguaje «brugueresco» en los diálogos con Apolonio. Por ejemplo, este personaje dice cosas como «¡Es el recolmo! ¡La supercaraba! ¡La infrapanocha!», o «¡Es usted piramidal!». En la segunda novela, aunque Apolonio no vuelve a aparecer, el humor sigue presente. Por ejemplo, hay una escena en la que Margaret Draw despierta de la inconsciencia. Después de preguntar «¿Dónde estoy?» la acotación aclara con retintín «Preguntó, igual que suele hacerse en todas las novelas en casos parecidos». En otro momento, un personaje intenta seducir a Draw con esta comparación: «Sin su presencia, la vida aquí me va a resultar más aburrida que un tratado de filosofía».



Caricaturas de Rafael González dibujadas por Ibáñez
en el álbum de Mortadelo El 35 aniversario (1992).

He ido incluyendo caricaturas de Rafael González a lo largo de este artículo porque pienso que si Francisco Bruguera le eligió como editor de historietas es porque tuvo que ver algo en él. ¿Tal vez sentido del humor? Para aceptar y publicar la caricatura que Escobar hizo de él en las páginas de Carpanta del Pulgarcito nº 14 (como borracho, asesino y polígamo), Rafael González tendría que tener sentido del humor… o ninguna autoridad dentro de la editorial durante esos primeros años. Si se trataba de sentido del humor, viendo lo mal que aceptó las caricaturas de Ibáñez se ve que lo acabaría perdiendo con los años.

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