lunes, 10 de junio de 2019

La auto edición mató a 'Balas perdidas'


David Lapham es una anomalía. Puede que sea el caso más extremo de un autor que toca techo en un único cómic pero que no consigue algo comparable con el resto de su obra. Es el autor del mayor one-hit wonder de los cómics que me viene a la cabeza. Es trágico porque, en mi opinión, Balas perdidas (1995-actualidad) es una de los mejores series que se han publicado nunca, uno de los mejores cómics independientes de EEUU y una de las mejores historias de serie negra que yo he leído.

Lapham se arriesgó con un puzzle bastante complicado que pocos autores podrían haber encajado con tanto acierto. Aunque a grandes rasgos se puede decir que la protagonista de esta colección es la joven Virginia Applejack, en cada número el papel principal recae en un secundario en historias independientes, más o menos desordenadas y ambientadas en diferentes fechas y lugares de Estados Unidos. Funcionan muy bien por separado, pero aún más a medida que descubrimos las conexiones dentro de este universo. Así, un secundario sin importancia se convierte en un personaje con un trasfondo complejo dos o tres capítulos después, mientras que cuando un protagonista reaparece como secundario sabemos que en él hay mucho más de lo que parece.

Este reemplazo continuo de protagonista, por supuesto, viene acompañado de una interesante variedad en las historias. Se van cambiando los ambientes, los enfoques, los temas... En el tercer tomo, mi preferido, por ejemplo está el capítulo de Hank, un oficinista apocado que se libra de una paliza de puro milagro. Esto le transforma en un nuevo Hank, fiestero y adúltero, con una forma de entender la vida más hedonista. En otro capítulo, Amelia es una camarera que se vuelve adicta poco a poco a la emoción y el riesgo de las relaciones esporádicas con hombres casados. Son historias de género negro, pero alejadas de los clichés de los detectives privados y los gángsters. En su lugar, el interés está en las personas de ambientes más cotidianos que se ven empujadas a situaciones límite, al margen de la ley.

Leí estos tomos hace muchos años cuando los saqué de la biblioteca. Releyéndolos ahora en esta nueva edición, sigo pensando que lo mejor es cómo el autor mueve a los personajes por situaciones imprevisibles, llenas de accidentes. Parece que la trama sea fruto del azar y que Lapham sólo escriba las reacciones de los personajes. Son tan sólidos, están tan bien construidos, que cualquier final sorprendente en realidad es el único final lógico, el único destino posible que cada personaje se ha construido.

La colección se quedó parada en 2005, casi al final de lo que habría sido el quinto tomo, y no hubo novedades hasta 2014. Lapham dejó a un lado este trabajo para pasar a colaborar con Marvel y DC en proyectos mucho mejor pagados, pero en los que no pudo (o no supo) demostrar su talento. Frente a la responsabilidad de la autoedición, es decir, el tener que supervisar a la distribución, comunicarse con la imprenta... es comprensible que Lapham prefiriese limitarse al apartado creativo. Ahora, acogido en la editorial Image, parece que tendremos Balas perdidas durante mucho tiempo.

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