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jueves, 1 de febrero de 2018

El tranvía azul (Víctor Mora)

Ediciones B. 512 páginas, tomo rústica.

Víctor Mora continúa sus memorias noveladas con esta entrega, que, si lo he buscado bien en internet, debió de ser la tercera en publicarse pero la segunda en el orden de lectura. Me extrañó en el anterior tomo que Mora decidiese cambiar los nombres de los personajes, pero es algo que aquí entiendo mejor. En un principio pensé que era para darse más libertad creativa, pero ahora me doy cuenta de algo más obvio: sus personajes hablan con franqueza de muchos temas, y también de política, retratándose tal y como son, o tal y como el autor los recuerda. De ahí que sea un buen gesto guardar cierta intimidad para algunas personas.

Tengo que empezar aclarando eso porque la novela arranca en la Editorial Cabot, que publica la famosa revista de historietas Las mil y una (risas). La editorial la dirige con mano firme la señorita Cabot, alias «la Momia», y el dibujante más popular es Salomero, autor de Sinforoso Bombín, mayordomo de postín, mientras que Lluís Martí escribe el cuadernillo superventas de El Capitán Espacio. No sé qué daría yo por haber leído en lugar de estos nombres los de Editorial Bruguera, Pulgarcito, Rafael González, Vázquez y El Capitán Trueno, sobre todo porque el resto de autores de la editorial con los que hace amistad Martí soy incapaz de identificarlos con los autores de Bruguera correspondientes.

El libro se ambienta en los 50, cuando al autor le quedaba poco para cumplir 30 años. Sabemos que fue por la mediación de Armonía como Mora decidió implicarse en la lucha clandestina antifranquista, del mismo modo que en la novela Lluís Martí entra en el PSUC gracias a Edenia, que no es una secretaria de la Editorial Cabot sino una antigua amiga de la infancia. Martí empieza así a ayudar a difundir textos comunistas, ya sea guardándolos, repartiéndolos o incluso traduciéndolos, o aprovecha los viajes que tiene que hacer a Francia por encargo de la editorial para pasar información a través de la frontera. En las tertulias con sus compañeros de Partido, Martí aprende poco a poco las bases de la teoría marxista, a la que admira pero al mismo tiempo no puede evitar encontrarle flaquezas. Más aún en 1956, cuando estalló la revolución en Hungría contra la dictadura soviética, un conflicto que el régimen franquista aprovechó hipócritamente a su favor.

Esta actividad clandestina lleva finalmente a Martí y a Edenia a la cárcel. La segunda parte de la novela, completamente ambientada en este escenario, contiene una descripción áspera y llena de detalles sobre este lugar: la incomunicación, las torturas policiales, y peor aún, cómo para la policía todos estos procesos eran simples trámites burocráticos. Pero aún así, incluso dentro de la prisión, y poco después de vuelta en libertad, la lucha antifranquista continúa en pie.

A lo largo de la novela Martí también tiene que aclarar sus ideas románticas, decidirse entre el amor de Edenia o el de Flora, una colaboradora literaria de la editorial que viene de una familia bien y afín a la dictadura. Los detalles y comentarios sobre estas dos relaciones paralelas son tan creíbles (como el miedo de Flora a que los antifascistas quieran matarla, reflejado en el simbolismo que cree ver en los gatos), que casi tengo la sensación de estar leyendo una confesión. Vuelvo a pensar en por qué Víctor Mora decidió cambiar los nombres de los personajes, en que tal vez fuese para poder alejarse de los hechos reales. Me resultaría muy incómodo estar leyendo algo verídico, tan sincero.

Estuve más o menos satisfecho con Los plátanos de Barcelona, un libro interesante pero que me pareció un batiburrillo mal ordenado de sucesos. Con este libro tengo que dar totalmente la razón a Mora cuando dice que consiguió «decir cosas importantes y lograr al mismo tiempo una buena novela». Lo estuve pensando durante la mayor parte del libro: ¿cómo no han hecho una película o una serie de televisión a partir de este material?

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