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jueves, 3 de agosto de 2017
La cárcel de papel (Álvaro Pons)
Álvaro es demasiado humilde cuando culpa del éxito de su blog a haber sido el primero en español sobre cómics. Su diario digital, escrito día a día sobre la marcha (con sus ligeros cambios de opinión y sus erratas conscientes en los nombres propios), se ha transformado en un libro analógico que sirve ahora como testimonio y visión de conjunto del cómic en nuestro país de los últimos años. Después de ser ordenadas por secciones (reflexiones, cine, reseñas...), la selección de entradas que han sido recopiladas aquí abarcan todo tipo de temas. Desde las reseñas de cómics al análisis de la situación laboral de sus autores, de la curiosidad de Magneto vestido como el rey Juan Carlos al secuestro de El Jueves, de Los Increíbles de Pixar a un cómic (sólo uno) de Rob Liefeld.
La mayor crítica que le puedo a hacer a Álvaro es que a veces no opino como él. Ya habrá quien se lo habrá dicho, pero creo que sus puntos fuertes como divulgador y crítico son la facilidad que tiene para expresar sus opiniones de una manera sencilla, su larga experiencia como lector, y posiblemente más que todo eso su pasión por este medio (cuánto se echa en falta en las críticas que a veces se leen por ahí, que parecen escritas como si fuesen salchichas). Me quiero quedar también con algo que no me parece habitual: Álvaro a menudo explica su biografía lectora para contextualizar sus opiniones, para avisar de sus gustos e intereses al lector y que éste pueda valorar la subjetividad de sus críticas. O así lo entendí yo.
La sección de comentarios del blog de Álvaro Pons me había dejado un recuerdo de conflicto y desencuentros que no he encontrado en ninguna parte de este libro. Me choca ese contraste entre la sensación que se me había quedado y lo que veo aquí, un anfitrión conciliador que es honesto con sus opiniones personales pero que no busca la polémica seria (la tontorrona alguna vez, pero lo avisa). Lo veo perfectamente en sus entradas sobre la creación del Premio Nacional del Cómic. A pesar del optimismo con el que veía este acontecimiento, dio espacio a las críticas de los que pensaban diferente, sin compartirlas, pero sin atacarles ni ridiculizarles.
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