Vi en Twitter que una de sus respuestas se volvió polémica:
Recomiéndanos un tebeo.
¡Ya no existen! Esta es otra de las espinas mías. Cuando salía a la calle de pequeño y miraba los quioscos, y veía aquellas cantidades de colecciones que había, sobre todo de dibujo realista: que si El Capitán Tormenta, El Capitán Relámpago, El Capitán Trueno… Todos los fenómenos atmosféricos tenían su capitán [risas]. Y es que ahora miras y dices: «Coño, ¿dónde están todas esas colecciones?». Ya no queda absolutamente nada de entonces. Estaba el Pulgarcito, el Can Can, el TDT [sic]… yo qué sé, mil y una. Y todas han desaparecido.
Bueno, ha quedado otro compañero mío, muy buen dibujante también: Jan, el que hace Superlópez, que es magnífico. Pues hemos quedado nosotros dos nada más, prácticamente. Y alguna reedición que se ha hecho de Escobar, del Zipi y Zape; de El Capitán Trueno, que se reeditan muchas cosas porque a la gente le gusta muchísimo.
(No he visto ningún comentario sobre el error que hay en la referencia a la revista DDT, que no TDT).
Y no sólo en Twitter, este comentario ha sido destacado en la revista Cactus de esta manera:
Así es: para el autor de 13, rue del percebe ya no existen cómics, simplemente porque no se venden en los quioscos como antaño. Él, que lleva años viviendo de las rentas, repitiendo lo mismo desde hace décadas, que trabaja con negros que ni siquiera suelen aparecer acreditados en sus obras, que ya criticó al manga en su momento y a los videojuegos después, parece vivir en una burbuja que le aisla del mundo real. Las largas colas que se forman en los salones para conseguir uno de sus dibujos y su firma parecen impedirle echar un vistazo a las obras que se venden en los stands cercanos. Por eso no le deben de sonar autores nacionales consagrados como Paco Roca, Albert Monteys y Santiago García. Tampoco ha debido de prestar atención a jóvenes que triunfan en Estados Unidos, como Natacha Bustos, David Rubín, Emma Ríos o David Aja, ni a series premiadas en todo el mundo durante más de una década como Blacksad. Y eso por citar sólo a los más famosos actualmente en España. Seguro que ni siquiera ha leído la mejor obra de Paco Roca, El invierno del dibujante, que habla de su profesión, de sus antiguos compañeros y de Bruguera, donde el historietista no sale muy bien parado.
Tanto Javier Marías como Francisco Ibáñez siguen mirándose el ombligo, llorando por los tiempos pasados, maldiciendo ante quienes les escuchen (si es que aún queda alguien) que la cultura actual es cosa de bárbaros, que ya no existe nada como Shakespeare o El Capitán Trueno, por absurda que suene esa frase.
Entiendo el cabreo, pero no las formas. Como la respuesta no es acertada, el artículo decide echarle en cara sus errores, le echa en cara los nombres de autores actuales de éxito para ponerle de ignorante, y le describe como ombliguista, llorón, gruñón y atrapado en el pasado.
No sé en qué queda mal parado Ibáñez en El invierno del dibujante, por cierto.
Recuerdo cuando mi abuela vivía y tenía la edad de Ibáñez. Ella también decía tonterías. No sé si los abuelos de los demás también meten la pata, pero la mía sí lo hacía. Aunque dijese cosas completamente equivocadas, ni mis padres no yo la insultamos para corregirla, ni tampoco la linchamos en público. Entendía la edad que tenía, entendía que su visión del mundo dependía de muchos factores y que yo no sacaba nada de beneficio por hacerla daño.
Esta crítica a Francisco Ibáñez es posible también porque es un blanco fácil. Le pasó lo mismo a Goscinny en su momento. Os recomiendo leer la famosa entrevista en la que explicaba cómo todo el mundo le había atacado por la fama que había conseguido con Astérix. Como Goscinny en vida, Ibáñez también representa lo viejo, y no hay nada más rebelde que atacar lo antiguo, el viejo sistema de valores que consideramos superado. He leído errores tremendos en entrevistas a autores jóvenes, de nuestra generación, y no han causado esta polémica. ¿Cómo es eso? Porque no pasa nada si la metedura de pata es de un amiguete, de un colega, o de alguien que en algún momento me puede dibujar este guión, que me puede hacer una reseña en su medio, que me puede editar este proyecto en el que llevo un tiempo trabajando, o que me puede invitar a su evento para que dé una charla.
También es un blanco fácil porque jamás ha atacado a nadie en público, no hay peligro de que quiera responder a las críticas. Incluso cuando estaba en juicios contra la editorial Bruguera, Ibáñez tuvo el acierto de cuidar las formas en público.
Es evidente que Ibáñez está equivocado. Perfecto. Se le puede corregir. Se le pueden recomendar cómics, se le puede hablar de nuevos autores, o estos nuevos autores pueden acercarse a hablar con él y hablarles de su trabajo. Cuando se hacen mesas redondas para que los autores de cómics hablen, ¿se ha invitado a Ibáñez para que participe? ¿No sería genial ver a Max, Paco Roca, Natacha Bustos y Francisco Ibáñez juntos hablando de su trabajo? Hay mil formas de meterle en el mundo del cómic actual, que es muy diferente de ese cómic popular de masas que él contribuyó a construir, y una de ellas no es de ningún modo insultarle. No seamos ombliguistas nosotros con el cómic de nuestra generación, y entendamos el de las generaciones pasadas.
¡Amén!
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