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martes, 27 de diciembre de 2016

Una entrevista a Josep Escobar de ¿1990?

Trancribo una de las dos entrevistas a Josep Escobar que el usuario santxe ha escaneado en el foro Manga Classics. Fue publicada en algún número del Dominical de El Periódico. En cuanto tenga un momento, transcribo la otra entrevista.


Nuestros días claros

A sus 81 años sigue jugando con los niños, y en su lápiz aún se dibujan los compañeros de clase de toda una generación.

Montserrat Roig
Fotos: Pilar Aymerich

En Santa Eulàlia de Ronçana sigue trabajando el padre de Zipi y Zape, de Carpanta, de Petra, de todos aquellos personajes que fueron más reales en nuestra infancia que el mismísimo general Franco. Dibujante, inventor, autor de teatro, creador de dibujos animados, todas las semanas Josep Escobar sigue inventando nuevas historietas, aunque las rodillas le duelan, y se enfade por intermitentes pérdidas de memoria. Sus personajes, supervivientes de todos los naufragios, parecen recordamos que el mundo cambia menos de lo que imaginamos. En los días claros, dice este hombre casi tan viejo como el siglo, ve el Montseny. Y también su humor es el de nuestros días claros, de cuando los niños todavía eran inocentes. Pero él sigue dibujando, ajeno a los grandes males de este siglo que agoniza, ajeno a estos comics que sólo desarrollan terror y sadismo, acidez y sarcasmo. El día en que el sexo se emparejó con la violencia, los niños dejaron de ser inocentes.
     A los 12 años, Escobar ya era muralista: pintó un muro porque quería que los editores se fijaran en él. En Granollers, en el barrio de Sant Roc, había un atajo que iba directamente a Barcelona. Estudió el lugar y descubrió que había una barbería. En la pared de delante, dibujó una escena de fútbol, con Samitier y Alcántara. Estaba segurísimo que los innumerables editores que iban a pasar por aquel atajo preguntarían por el autor del mural.



Escobar no es arquitecto porque no sabía qué cosa era el horizonte. Este tío en La Habana que casi todos tuvimos, fue en su casa una tía. Y, cuando Escobar era un niño, la tía de América dijo: “Pepito tiene que ser arquitecto”. Lo dijo, claro, porque pensaba pagarle la carrera. Pero cuando el catedrático le preguntó qué cosa era el horizonte, Pepito se quedó de una pieza y sin carrera. Acabó en Correos, como repartidor ambulante, pues, aunque cada dos días debía levantarse a las 4 de la madrugada para preparar las expediciones de cartas y paquetes, tenía muchísimo más tiempo para dibujar. Luego fue depurado, por ser republicano. Y, cuando le juzgaron después de la Guerra, el fiscal se hizo un lío: creía que esto de dibujar en L'Esquella de la Torratxa era como ser de la Torrassa, el barrio en donde había tanta gente de la FAI. Escobar fue condenado a seis años y un día, pero salió de la cárcel al cabo de un año y medio. Y con un trabajo seguro con los hermanos Baguñá.

―Casi todos los dibujantes y guionistas de historietas pasaron por la editorial Bruguera, una institución. ¿Qué recuerda ahora del señor Bruguera, el padre?

―Yo era joven y le mandaba mis dibujos para la revista Cigronet Pero de money, nada. Un día se lo dije y me respondió: "Mire, Moreno hace meses que trabaja aquí y justo ahora empieza a cobrar…” Moreno me lo confirmó: cobraba cinco pesetas la hora pero en calderilla, porque hacía más bulto.

―Si usted hubiera nacido en los Estados Unidos, ahora seria millonario.

―He trabajado muchos años sin contrato, sin que se me reconociera la autoría. El país está lleno de tiendas que se llaman Carpanta o Zipi/Zape. En Palautordera hay una confitería donde hacen unos dulces que se llaman carpantas y no me han regalado ni un tortell… Ahora parece que todo esto cambiará, pero no me fío mucho.

―Y, luego, la censura.

―Se cargaron a Tula, que era una suegra que siempre se peleaba con su yerno. La hija quedaba al margen, porque se llevaba bien con su marido. Pero los curas de la censura opinaron que mi pobre Tula atentaba contra la sagrada institución del matrimonio. Con Carpanta también se enfadaron mucho. Un censor me dijo: “En la España de hoy no se pasa hambre”.

―Ahora nos parece cómico.

―Y entonces también, hija. Aunque los tiempos eran más difíciles.

―Y así surgió el pobre Carpanta. En mi niñez me hacia sufrir mucho. Jamás consiguió lo que deseaba.

―Yo, de niño, habla visto Popeye en un cine de Granollers. Había un personaje que se llamaba Pilón, que siempre estaba comiendo. Luego me olvide, pero en la posguerra, y con el hambre, me acordé de él. La única diferencia es que ml Carpanta jamás consiguió comer. Y es que yo recordaba el hambre que pase en Madrid después de la guerra. Todos mis personajes, más o menos, surgen de la vida real. En casa de mi jefe en telégrafos había una criada que siempre se discutía con la señora. Era de Huesca y en su pueblo todo era mejor. Iba allí por la fiesta mayor, pero siempre volvía antes porque en su pueblo se aburría. Así nació Petra, la criada. Y el modelo de los hermanos Zipi y Zape eran los dibujos de un alemán. Están inspirados en Max und Moritz. Pero aquellos niños tenias más mala leche. Hago historietas relacionadas con la escuela para que los niños se vean reflejados. En mi escuela había un niño muy pedante y así creé a Peloto. El real era un pelota, no paraba de hacerle regalos al maestro para que le puntuara mejor.

―Hace más de 40 años que dibuja a estos gemelos, más de 15.000 historietas… Debe acabar soñándolos.

―No, me lo paso muy bien soñando. Lo malo es que sólo recuerdo lo último.

―¿Fue su padre como don Pantuflo, el patriarca decimonónico de Zipi y Zape?

―¡Qué va! Tengo testigos que le dirán que era un buen padre. Creé a don Pantuflo pensando en los padres en general, para que vean que hay que ser liberal y demócrata. Mi padre fue un buen hombre. Murió en la cárcel, por rojo y separatista.

―Y, luego, va usted y crea a don Pésimo y a don Óptimo, uno desgraciado, el otro afortunado…

―¡Ay! ¡Estos sí que me hacían sufrir! Imagínese a un personaje a quien le pasan desgracias sin cesar y a su amigo sacando provecho de ellas… ¡Imagínese! Contar eso de las desgracias de uno y la fortuna de otro…No, no pude continuar.

―Doña Tula reúne todos los tópicos de los chistes contra las suegras… Las mujeres no es que queden muy bien en sus historietas.

―No, no quedan muy bien…, es cierto. Y también la Petra, la pobre. Claro que era muy chafardera.

― Y, ¿por qué quedan tan mal?

―No sé, no sé…

―¿Su suegra era como doña Tula?

―No, no… ¡Era una santa! Siempre hago lo contrario de lo que es la normalidad… Mi suegra era un tesoro.

―Se inventó un pueblo para Petra, Sisante. El nombre se lo inspiró el verbo sisar, lo que antes se decía de las criadas, que sisaban cuando hacían la compra…, y resultó que Sisante existe en la realidad.

―Sí, recibí una carta del alcalde, estaba muy enfadado. También hice una historieta en que el pobre Carpanta intentaba comerse se mantecadas de Astorga, lo cual como siempre, no lograba. Y un fabricante de Astorga me mandó un paquete lleno de mantecadas. Intenté hacer lo mismo con las deliciosas longanizas de Vic, o las almendras de Arenys, pero no tuve suerte. Jamás me han mandado ni una longaniza.

―Y luego nos llaman tacaños, a los catalanes.

―¡Claro!


―Fue usted también inventor.

―Ocurrió que, como le decía, al salir de la cárcel los Bugañá me dieron trabajo. Hicimos dibujos animados y me inventé un toro que se llamaba Civilón. Por cierto, esto me acarreó preguntas con mala intención. Los de la censura creyeron que el toro era la Guardia Civil. Y yo le había puesto este nombre porque el verdadero Civilón era un toro tan bueno que lo habían salvado de la estocada final… Bueno, pues, los Baguñá se unieron con los Chamartín e hicimos La Cenicienta. Pero resultó que Walt Disney ya lo había registrado así y tuvimos que cambiarle el nombre. Se llamó Érase una vez… (La Cenicienta). Y, ¡esto no estuvo bien! ¡Nosotros empezábamos y el señor Disney lo tenía todo! En Bruguera sólo me daban una página a la semana. Me sobraba tiempo y, como no sé estarme sin hacer nada, empecé a inventarme los pasatiempos: un juego de bolos con un dado dentro de cada bolo. A los bolos caídos se le sumaban lo que daban los dados. Una petaca, porque en los años 40 todavía se fumaba picadura. La petaca llevaba un filtro debajo y así los cigarrillos quedaban limpios de polvo. En aquella época era práctica, pero pronto se acabó. Y a los 15 años hice una película de dibujos con un fotógrafo, Bosc, que era muy charmant. No tenía dinero para comprar el celuloide y tuve que hacerla al revés de cómo se hacen normalmente: las figuras iban dibujadas sobre el papel, y el decorado encima de éste. Tuve que hacer el decorado desde varias perspectivas. Tenía que borrar cada trocito de tinta. Me dio mucho trabajo. Me dieron una medalla en el Centre Excursionista de Catalunya porque se quedaron parados de que existiera un loco corno yo.

―De aquellos TB0 de nuestra infancia se ha pasado a los 'comics' actuales. En mi opinión, hay algunos que expresan el sexo con crueldad, son violentos. Creo que son agresivos…

―No me acaban de gustar. Ni en el dibujo serio, ni en el comic. En el serio, porque es una incitación a la violencia. Lo que pasa es que el humor de hoy es demasiado intelectual. No es sencillo como el que nosotros hacíamos. Todo el mundo nos entendía. ¡Si hoy incluso se hace propaganda contra las películas de Walt Disney!

―¿No será porque nuestra civilización ha perdido la inocencia?

―Seguramente. Me quedo parado que en las escuelas se den clases de sexualidad a niños de 8 años. A lo mejor soy un carca. Pero cada edad tiene su manera de vivida.

―De todos modos, antes se confundía la inocencia con la ignorancia.

―Creo que aquel exceso de represión ha traído lo de hoy.

―Usted es un superviviente. Han desaparecido Peñarroya, Giner, Cifré, Conti… ¿Qué significa quedarse sin contemporáneos, sin cómplices?

―Estoy solo… No sé explicar lo que siento… Siento una tristeza absoluta. Del Tío vivo no ha quedado nade… Sólo está Moreno de aquella época. Vamos al mismo barbero y éste nos transmite las noticias del otro. Pero uno se va acostumbrando, a estar solo. Así, me emborracho en el trabajo…

―Usted hizo mucho teatro.

―Sí, pero sólo una vez hice de galán joven. Tenía en contra mi tono de voz y que soy bajito.

―Y, en la vida… ¿hace teatro?

―No, tiro a serio.

―Esto ya es un tópico: se dice que los humoristas son gente muy seria en la vida.

―Es que yo siempre pienso en el trabajo. Pero Ibáñez, que es único, siempre cuenta chistes. Es más alegre.

―Ibáñez dice que usted tiene fama de generoso…

―…Tacaño no soy…

―… Y que, por esta razón, una vez, le pegó usted la gripe…

―Sí, sí, es cierto.

―¿Cómo definiría el humor?

―¡Ay! Ahora sí que me pone usted en un compromiso. Es…, lo impensado…, es…, como imaginarte que va a ocurrir una cosa, pero que resulte otra… En realidad, estás jugando con el lector. Tienes que llevarlo por un camino, pero tiene que terminar en otro. Aunque todo tiene que estar relacionado.

―¿Cree que estamos perdiendo el sentido del humor?

―No lo creo. Hay padres que compran mis historietas para sus hijos, pero antes se encierran ellos y leen a Zipi y Zape…

―¿Qué actor cómico prefiere de los del cine?

―Charlot. Por su ternura. Y esto es un don, que no sabes de dónde viene, ni por qué razón existe, pero que puede solucionar las cosas.

―¿Siempre se ha ganado bien la vida?

―No me puedo quejar, creo que me he ido defendiendo.

―Parece que no tenga mala leche.

―No. ¿Por qué iba a tenerla?

―No sé… ¿Cree que se puede envejecer con humor?

―¡Ay! Es dificil. Yo ya tengo 80 años y sigo trabajando. A veces lo aciertas y otras no. Ahora estoy algo más amargado, porque las piernas no me responden, estoy operado de la próstata y soy un diabético compensado. Me molesta dejar de comer lo que me gusta, aunque lo soporto. Trabajo todos los días, incluso los sábados y domingos. El día que me pare, solo duraré 15 días. Por culpa del síndrome de la mecanógrafa, tengo que andar cada día una hora, y luego hacer, durante 20 minutos, gimnasia de piernas… Y, mire, he tenido suerte, por lo menos este dichoso síndrome no me afectó el brazo derecho. El día que adelanto a alguien que anda con un bastón ya es una victoria. Es una tortura, esto del paseo diario. ¡Hay muchos viejos que no tienen que hacerlo! Es injusto.

Mientras carga su pipa, Escobar me confiesa cómo teme perder la memoria. Para no olvidarse, ha dibujado en una cartulina todos los personajes que salen en las historietas de Zipi y Zape. Escobar se pasa todo el día dibujando. O bien pensando sus historietas. Me enseña los guiones: son unas tiras donde cada frase, escrita a lápiz, es una viñeta. Tarda de dos a tres horas en dibujar una página. Y, en una libreta, apunta todas las ideas que se le ocurren mientras anda por la calle. El trabajo es una obsesión, el trabajo es su vida. “Y mi mujer es la víctima”, dice. Pero jamás ha dejado de cumplir su cita semanal con los lectores.

―¿De dónde saca las ideas?

―A veces leo un chiste de otro y éste me lleva al mío. C. Bernard decía que sólo existen 50 motivos de humor. Mi mente siempre está funcionando. Creo que sólo está para esto…

En su despacho, muy pequeño, desde donde ve el Montseny en los días claros, está todo el mundo que han generado los Zipi y Zape, estos seres que hace 40 años que son niños y que, como Peter Pan, no pueden crecer. Ellos son nuestra niñez, y Escobar la hace perdurar en la nostalgia de todos los padres obligados a ser adultos, pero que no quieren matar al niño que llevan dentro. ¿Y quién no lo lleva? parece decirnos este genio de la historieta, inventor y filósofo del sentido común. Escobar disfruta enseñándome sus inventos, la petaca, los bolos, la máquina de cine… En la pared hay una foto de su abuelo, que era poeta. Alguien pintó el retrato de Escobar mientras estaba en la cárcel. También él retira a poeta romántico, algo tísico, algo ensimismado. Cerca hay una pintura suya de los compañeros de cárcel, en la celda 85. “Donde cabía uno, metían ocho”.
     En el pasillo, un escrito colgado dice: “Una caricatura bien hecha es como un cuento…”

―¿Por qué? ―le pregunto, mientras salimos al jardín.

―Mire, la historia sigue así: Un niño muy pobre ve salir de un coche lujoso, con chófer, a una mujer joven, rica y guapa. El niño exclama: “¡Caramba! ¡Si es mi hermana!”. ¿Lo ve? ¡Hace falta muy poco para contar todo un mundo!

No hace mucho, Carpanta, harto de pasar hambre quiso suplantar en una historieta a su creador. Pero descubrió que su padre debía hacer jogging y tampoco comía nada: todo eran pastillas para su colesterol.
     Y, entonces, el más solidario de los hambrientos se apiadó de Escobar y le regaló la única avellana que guardaba en la nevera. Sólo una mente generosa puede crear personajes generosos. Y así es este dibujante que, a los 81 años, sigue albergando en su cerebro, intactos los días claros de nuestra infancia.

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