En Gladiator tenemos a un joven que debe encontrar su lugar en el mundo, con las complicaciones añadidas que conlleva la fuerza sobrehumana que su padre científico le otorgó pocos días después de ser concebido. Despreciado por una humanidad que no le entiende o tiene miedo de sus habilidades, Hugo Danner viaja por el mundo buscando donde encajar... sin resultado. Del campo de fútbol a la Primera Guerra Mundial, de la oficina de un banco a una granja perdida en las montañas, ningún sitio está hecho a su medida. En el último tramo del libro, el más interesante, Danner empieza a fantasear con ser un justiciero que imponga su ley en EEUU, pero ni siquiera este objetivo le deja satisfecho.
Gladiator es una novela mediocre, que no llega a desarrollar momentos que se queden en el recuerdo de los lectores ni sabe desarrollar el potente punto de partida. Por comparar, Flores para Algernon trata sobre una persona que desarrolla su inteligencia más allá de lo posible, pero es un libro muchísimo más experimental, dramático y verdaderamente reflexivo. No quiero que parezca que todo es malo en Gladiator. Wylie aprovecha el relato para dejar perlas aquí y allí, como reflejar la persecución que sufrían los primeros sindicatos en EEUU, mostrar su defensa del desarme y el pacifismo, una crítica a las religiones organizadas (que no a Dios) y a un bolcheviquismo al que, si no fuese un movimiento contaminado por los defectos del capitalismo, Hugo Danner se habría unido sin dudarlo.
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