Rústica, 160 páginas, color, $14.99
Hay dos temas que me llaman la atención. Por un lado, el desarrollo histórico de Batman como personaje de cómic. Me interesa el contraste de un personaje que actualmente asociamos con lo gótico o el noir hubiese conseguido en realidad su mayor éxito en los 40 y los 50 con historias coloridas e infantiles. Por otro lado, me gusta mucho la serie de televisión del Batman de Adam West. Creo que es una grandísima serie, de verdad. Una serie a la que se le atiza sin compasión y que sin embargo disfruto sinceramente.
Con este recopilatorio coinciden estos dos intereses. Para el lector de cómics de Batman se trata simplemente de una selección de historias que abarca desde 1949 a 1967, con el origen de varios de los personajes más conocidos de Batman (Acertijo, el Sombrerero Loco, Mister Frío, Batgirl...) Sin embargo, el interesado en la serie se encontrará con las historias que fueron adaptadas a la televisión y le servirán para poner en contexto los aciertos o fallos de la adaptación.
Yo dividiría las historias de este tomo en tres etapas. Las primera está marcada por el tono original de Batman, el estilo evasivo con el que Bill Finger hizo de este superhéroe uno de los personajes más comerciales de DC. Finger creó unas historias infantiles llenas de pasatiempos y juegos de palabras dirigidos a los más jóvenes de la casa, para que el aficionado jugase y leyese al mismo tiempo. Por supuesto, están llenas de objetos gigantes: puzzles, crucigramas, sombreros, esculturas... Persecuciones, misterios y peligros inocentones sin ninguna búsqueda de trascendencia.
En los años 60, DC decidió reinventar su catálogo editorial siguiendo el camino iniciado por Green Lantern y Flash (y que había sido curiosamente imitado en Marvel por Stan Lee y Kirby). Esta reinvención empezó por pura casualidad al mismo tiempo que la serie de televisión de Adam West. En esta época Bill Finger fue despedido de la editorial porque su forma de contar historias se consideraba anticuada... aunque realmente los sucesores mantuvieron su estilo de misterios tontorrones y pistas ocultas. El verdadero cambio se nota en el dibujo, que con los nuevos autores se vuelve más moderno, más sofisticado. Las viñetas aumentan de tamaño al mismo tiempo que la línea gana en detalle y los fondos se simplifican, es decir, se vuelve un cómic más ágil de leer. Produce risa ver cómo los dos estilos de dibujo, el de los 50 y los 60, tienen la misma firma de un Bob Kane sin ningún tipo de vergüenza.
De este segundo tramo de historias precisamente destaca el que para mí es el mejor cómic de este tomo: "Las bromas cómicas del Joker". Este villano se hace pasar por un director de cine que quiere rodar una película basada en las comedias del cine mudo. Durante el rodaje va cometiendo robos disfrazado de diferentes personajes de esa época (Charlot, Harpo, Buster Keaton, Ben Turpin, Harold Lloyd...) hasta que en cierto momento decide disfrazarse del propio Batman. Creo que los autores de los cómics de la época utilizaron su trabajo para denunciar lo evidente: la serie de televisión había convertido a Batman en un payaso, en un personaje de comedia.
Me parece que es una denuncia injusta. La historia anterior, con el Pingüino como villano, es el mejor ejemplo en este tomo de la comedia involuntaria que abundaba en los tebeos de Batman antes de la serie de televisión. Los autores de estos cómics enfrentaban al personaje a demasiadas situaciones que daban pie a la autoparodia y al ridículo. Estos cómics cometían el error de producir risa sin proponérselo. Ahí es donde yo veo el mérito de William Dozier y Lorenzo Semple Jr., el de ser capaces de transformar ese defecto de los cómics en la mayor virtud de su versión. En realidad adaptaron los cómics sin traicionarlos, sin convertirlos en el vehículo de sus propias obsesiones como sí acabaron haciendo Tim Burton o Christopher Nolan.
El peor número de este tomo es el que cierra el recopilatorio, el origen de Batgirl. Gardner Fox y Carmine Infantino recibieron el encargo de crear un nuevo secundario para adaptarlo a la televisión inmediatamente y fracasaron sin ninguna duda. Su Batgirl es un personaje diseñado para molar (un "Poochie"), que tan pronto es una apocada pero atractiva jovencita que cose disfraces de carnaval, como tiene un doctorado cum laude (en la carrera de "Algo") y es cinturón marrón en judo gracias a su "dieta especial de proteínas". Podríamos ver el empoderamiento de este personaje femenino como un reflejo del feminismo de la época ye-ye, pero en ese aspecto también es un horror. Se trata de un estereotipo vulgar de "la mujer", un personaje inseparable de un bolso y un perfume, que de hecho es el arma secreta con la que derrota al supervillano del número.
Realmente donde más fracasa este último número es en el tono. Hasta este momento las historias eran juguetonas, bobas, infantiles... pero en ningún momento se caía en la comedia. El origen de Batgirl intenta imitar el estilo de la serie, con sus trampas mortales, los matones disfrazados y los chistes, y queda ridículo, forzado, poco natural. No parece una necesidad espontánea de los autores sino una imposición desde fuera de ellos.
Con sus más y sus menos, como poco es un tomo muy interesante para hacerse una idea de los cómics de Batman en sus primeros 30 años. Como una gran mayoría de los cómics de superhéroes de antes de los 80, sirve más como documento histórico que como verdadera evasión.
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