Cartoné, 240 páginas, blanco y negro, 22 €
Tengo un poco de reparo con los cómics autobiográficos o con biografías de familiares. Es muy fácil que caigan en el error de reflejar al protagonista como alguien casi perfecto. "Yo lo hago todo bien, son los demás los que se equivocan". Lo veo por ejemplo en las tiras de ¿Dónde Está el Guionista?, que basan su humor en la incomprensión que sufren los guionistas y en lo estúpidos que son todos los demás. Maus me apasiona entre otras cosas por este motivo. Spiegelman no sólo se atreve a reflejar a su padre con sus insoportables defectos, sino que se muestra a sí mismo como una persona "indeseable" entre comillas. Al enseñar los trapos sucios en público se retrata como un mal hijo que no respeta la intimidad de su familia.
Lo cierto es que El Asesino de Green River no tiene nada que ver con esta reflexión. Jeff Jensen muestra a su padre con algunos defectos y debilidades, pero no deja de ser una historia épica en la que lo convierte en un héroe. Es un homenaje a una persona a la que admira, la que según la dedicatoria le enseñó "a leer con los cómics de Batman". Tom Jensen es un fumador empedernido que delató a manifestantes izquierdistas en los 70, de acuerdo, pero también es el detective más entregado a una búsqueda durante 20 años de un asesino en serie de prostitutas.
Supongo que si la historia funciona tan bien a pesar de dar una imagen tan heroica del detective Jensen es porque se trata de un heroísmo patético. Estamos acostumbrados a relatos de detectives y asesinos muy dramatizados y llenos de clichés. Policías salvando a una víctima en el último momento, pequeñas pistas ingeniosas que resuelven el caso de milagro, interrogatorios tensos y ágiles en los que la trama avanza, etc. El Asesino de Green River también es una dramatización, pero la gran diferencia es que se basa en los hechos reales de una forma que muy pocos guionistas se atreverían a hacerlo. La investigación es lenta, no aparecen muchas pistas y las que aparecen no dicen nada. En los interrogatorios, al sospechoso le cuesta responder aunque se esfuerce al máximo. No hay persecuciones ni hay tampoco un villano carismático.
No es un heroísmo clásico también porque la trama no está enfocada en la derrota del "malo". Gary Leon Ridgway se ha entregado y se ofrece a colaborar con la justicia a cambio de que no le condenen a muerte por los 60 asesinatos que ha cometido. El protagonista se enfrenta a un dilema: ayudar a castigar con la pena capital al villano, o pactar con él para conseguir toda la información que falta en este caso. Su decisión es lo que mueve toda la historia: la búsqueda de la verdad, de explicaciones para él mismo y las familias de las víctimas. En esencia, de eso es de lo que han tratado las historias heroicas desde los mitos clásicos. Cuando un héroe humano derrota a un monstruo animalesco demuestra que la razón está por encima del salvajismo. Las historias de psicópatas hablan del mismo tema, la civilización contra el caos. En este caso en concreto, lo que como lectores conseguimos cuando Jensen intenta comprender al asesino (intenta aplicar la lógica al sinsentido) no es la "derrota" de un monstruo, sino observar los efectos que la investigación tiene en él.
Por tanto, de momento tenemos dos elementos por los que este cómic merece ser tenido en cuenta: es un retrato realista y sin efectismos de una investigación policial, y no se centra en encontrar a un asesino sino en ver cómo afecta esta investigación a un policía. Es una lectura atípica tanto dentro del género del psychothriller como dentro de las biografías, que de algún modo recuerda al Zodiac de David Fincher. El guionista Jeff Jensen y el dibujante Jonathan Case (¡qué dibujo!, cada línea es una gozada) consiguen mover estos dos temas a lo largo del tomo con bastante acierto, añadiendo cierto humor y drama cuando es necesario. Esto no quiere decir que a un nivel técnico el guión sea perfecto. A medida que avanza la historia aparecen más y más flashbacks que desordenan una historia que podría haber quedado más clara y contundente con menos saltos. En otro ejemplo, la página 26, no queda claro en una primera lectura si el cuadro de texto continúa desde el último bocadillo o si comienza una nueva conversación. Son errores básicos, pero que no perjudican a un cómic con una premisa tan arrebatadora.
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