Los cómics españoles mejor vendidos y más conocidos dentro de este país son indudablemente los de Mortadelo y Filemón. Ya son varias generaciones las que los han leído y disfrutado, y sería extraño que las futuras dejasen de hacerlo. Ningún otro personaje y autor consiguen atraer la atención de miles de lectores con cada nueva entrega, lo que debería ser un motivo suficiente para prestarles atención e intentar analizarlos. Creo que Francisco Ibáñez ha conseguido hacerse un nombre con estos personajes principalmente por dos características: su talento y la libertad de sus historias.
La primera de estas características es indudable pero al mismo tiempo matizable. Ibáñez no es un autor que tenga algún interés en transmitir mensajes a través de su obra, sino que se dedica exclusivamente al humor. Mientras que otros autores, de cualquier nacionalidad o época, utilizan sus historietas para hablar de ellos mismos o su entorno, desarrollar los personajes con los que trabajan o hilvanar tramas de cierta complejidad, Ibáñez aparta todo eso a un lado y se dedica únicamente al gag por el gag. Sus personajes son vacíos, sus argumentos, simples excusas. Ante todo, este dibujante no permite que ninguno de estos aspectos interrumpa el meticuloso encadenamiento de los sketches, enfocados únicamente a producir la risa (no la sonrisa) de sus lectores.
El humor de Ibáñez tiene su referente más obvio en la comedia muda de los años 20 y 30. Los recursos que utiliza son básicamente los mismos (el slapstick, el absurdo, la irreverencia…), a los que añade otros verbales como la ironía o los juegos de palabras. En ninguna de estas técnicas se caracteriza este autor precisamente por la sutilidad o el ingenio, sino más bien por la contundencia y la sonoridad. No hay sitio para el reposo y la reflexión, los personajes se mueven salvajemente de una viñeta a la siguiente sin pausa. Es a partir de estas piezas con las que Ibáñez construye un andamiaje efectivo para sus historias, utilizando una narrativa invisible pero sólida que intensifica al máximo una sucesión de gags sin hacerla confusa. En su escuela de humor Ibáñez ha sido, como suele decirse, muchas veces imitado pero pocas superado.
La segunda característica de Ibáñez con la que quiero quedarme es la libertad. Sus personajes no tienen apenas limitaciones a la hora de vivir aventuras ni a en el momento de resolverlas. La habilidad con los disfraces de Mortadelo, parece que inspirada por el Conde de Montecristo o por Sherlock Holmes, es una especie de deus ex machina suficientemente satisfactorio para cualquier tipo de situación. Sin embargo, casi sería más correcto ver estas transformaciones mediante saltos cuánticos como un superpoder, una excepción fantasiosa y chocante dentro de una editorial dedicada por lo general a un cómic humorístico con pretensiones de crítica social.
Este Mortadelo encaja, dentro de la clasificación del payaso moderno, en la categoría del “augusto”. Su apariencia es extravagante y se comporta tanto de manera mordaz y rebelde como ingenua y soñadora. Es el desencadenante de los gags, ya sea provocándolos con algún error humano o cuando él mismo decide esquivar un peligro y dirigírselo a otro. A pesar de ser el último de cualquier cadena de mando lo cierto es que es un alma libre, un atributo que es reforzado por el amplio abanico de seres en los que puede mutar. Aparenta sumisión, pero realmente vive al margen de una sociedad que no podría encorsetarle aunque lo intentase. Es el caos, un anarquista de la realidad.
Su superior, Filemón, al contrario, cumple las veces de “clown”, un individuo serio y conservador, defensor del orden y la corrección creado con el objetivo de ser la diana de todos los golpes y las burlas. El humor surge cuando su solemnidad es tirada por el suelo, cuando pierde el respeto que tanto le preocupa conservar. No existe ninguna justificación para que forme equipo con Mortadelo, ningún tipo de dependencia, confianza o afecto. Permanecen juntos por motivos que se encuentran por encima su conocimiento, porque el guión los necesita uno al lado del otro.
Cuando Mortadelo y Filemón dejaron de cotizar como autónomos y pasaron a trabajar para el Estado, Ibáñez se inclinó ligeramente hacia el modelo del cómic de aventuras francés añadiendo dos personajes nuevos en la T.I.A., el “jefe” y el “sabio”. El primero de ellos, el superintendente Vicente, o “Súper”, es el motor del conflicto. Los dos agentes nunca son conscientes de las dificultades a las que deberán enfrentarse si no es a través de él, por lo que más que considerar al Súper como un comunicador de los problemas se le podría considerar realmente el generador de los mismos. Cumple su posición en la cadena de mando con la misma ineptitud que los hombres en los que confía. Cuando elige a Mortadelo y Filemón para un trabajo no lo hace como una decisión desesperada ante la falta de alternativas, sino de nuevo por exigencias de guión. Nunca aprende del error de encargarles casos a esta pareja porque no se trata de un error en absoluto.
El profesor Bacterio también es otro foco de conflictos debido al mal funcionamiento de los desastrosos aparatos que inventa. Más allá de eso, se trata de otro personaje orgulloso y con ínfulas al que se humilla continuamente. Lo más destacable de él es que despierta las iras de Mortadelo, le hace perder su aire socarrón y frívolo. Además Bacterio se encuentra a la misma altura que los protagonistas en el escalafón, lo que les permite descargar sus venganzas sobre él sin miedo a represalias.
El último personaje regular es la secretaria Ofelia, un personaje que no es creado para ello pero sirve para rellenar el cupo sexual de un reparto muy masculino. Al contrario que los anteriores personajes, Ofelia tiene la peculiaridad de ser un personaje totalmente prescindible. Por lo general, ni es la que desencadena el conflicto ni será quien ayude en su resolución. Su objetivo es bien diferente, ser el blanco de las burlas del resto de los hombres y mujeres de la agencia debido a sus problemas de sobrepeso. Esta secretaria podría representar alguna autocrítica a la sociedad, al gusto obsesivo por el canon estético y las proporciones del hombre de Vitrubio… pero no hay que irse tan lejos. Ofelia es simplemente otro payaso serio encerrado en las oficinas centrales que espera fiel a los protagonistas al comienzo y fin de sus misiones para servir de contrapunto cómico. Es también el único personaje de la serie con sueños y esperanzas que nunca podrán cumplirse, por lo que se le puede encajar en el arquetipo más popular de la editorial Bruguera, el personaje frustrado.
La carrera de Ibáñez en lo artístico se podría definir sin duda como estable. Sería muy extraño que un lector al que le haya gustado el humor y los personajes de un álbum no le vayan a gustar en otro. Existe una mínima evolución en las historias tanto en el dibujo como en los gags, pero comparado con otras colecciones similares Ibáñez es de los autores más invariantes del mercado. A pesar de ello, no se puede negar cierta decadencia en su obra, una evolución hacia una excesiva obviedad en el humor escatológico, una pérdida de ritmo a lo largo de los álbumes (debido a la ausencia de capítulos, que a su vez se debe a la falta de revistas) y una falta de interés evidente en buscar la originalidad.
Sin embargo, estos defectos los veo disculpables. El que realmente destacaría de las últimas décadas es el haber cambiado el uso que daba a la época histórica en sus historias, de haber sido el contexto en el que éstas se ambientaban a ser la causa que las origina. Mortadelo ha perdido la relativa atemporalidad que lo caracterizaba al dedicarse a ser un escaparate de las novedades sociales y tecnológicas que tenían lugar en cada momento, un oficio con el que difícilmente ningún relato de ficción ha conseguido destacar a lo largo de la historia. De hecho, esta pérdida de la atemporalidad restringe en parte la libertad que he mencionado al principio como una de las razones del éxito de la serie.
Más allá de estas pegas, el concepto de Mortadelo y la forma que su creador ha tenido para moverlo durante más de 50 años han sido a grandes rasgos muy efectivos y envidiables. Nadie puede negar que Francisco Ibáñez es uno de los capítulos más importantes de la historia del cómic de nuestro país y lo seguirá siendo por muchos años. Aún más, lo es sin ayuda de textos como éste, a Ibáñez le basta y le sobra el apoyo mayoritario de los lectores para ser uno de los grandes.
Magnífica entrada, coincido contigo en la descripción del humor y personajes de Ibáñez.
ResponderEliminarMuchas gracias, Hergest.
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