Cuando se hizo de día y se aclaró la situación, los persas, viendo que el número de los griegos era pequeño, los miraron con desprecio, pero no trabaron combate directamente puesto que tenían miedo de su valor, sino que los fueron rodeando por los flancos y por detrás y, lanzándoles flechas y jabalinas por todas partes, los mataron a todos. Así, pues, acabaron sus días los soldados de Leónidas que guardaron el paso de las Termópilas.
(La traducción es obra de Juan José Esbarranch, y está extraída del libro La batalla de las Termópilas.)
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