El tercer número del Blackest Night americano comienza con uno de los peores defectos de Geoff Johns: los deus ex machina imposibles que lo resuelven todo. Ya era un poco raro que después de ¿40? años aparezcan de pronto Linternas de los colores del arcoiris, pero la aparición de los la tribu Índigo justo cuando el planeta Tierra está en apuros es ya demasiada coincidencia.
La nueva tropa de Linternas Índigo (¿añil?) tienen un par de rasgos curiosos en los que Johns no profundiza: ¿por qué renuncian a los nombres y a la individualidad? ¿Por qué viven apartados del resto del universo (aparte de para resolver tramas argumentales)? ¿De dónde han sacado sus anillos? El nuevo grupillo dice ser representante de un sentimiento escaso, la compasión, y conocen perfectamente la manera de destruir a los Linternas Negras. Lo dicho, un deus ex machina discutible.
Después llega un momento muy torpe. Me estoy poniendo chinche, pero es no tiene sentido que Hal Jordan no dude ni un segundo en dejar la Tierra desprotegida, ni que Flash no se sorprenda al escucharle, ni tarde tanto en convencerle para que se quede. No le veo ninguna justificación.
Pero Johns gusta porque después nos trae dos buenos momentos: una muerte burra con lloros y sentimientos, y a los villanos guardados en la base de la JLA resucitados. No los reconozco a todos, pero hay que ser un sinsangre para no tener curiosidad por ver qué pasará en el siguiente número.
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