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jueves, 5 de noviembre de 2015

El Papiro del César (Jean-Yves Ferri, Didier Conrad)


¿Qué quiere un lector de Astérix? Creo que es lo importante en un tebeo como éste, una continuación de una serie con más décadas a sus espaldas que muchos superhéroes. Lo que quiere este lector, y no lo veo como un error, es poder reconocer al personaje y pasar un buen rato a pesar de llegar a pensar en algún momento algo parecido a «es imposible mejorar a Goscinny y Uderzo». En ese sentido, el álbum es muy entretenido y disfrutable, lo cual no está enfrentado con afirmar que, por sí mismo, no aporta nada especial a la colección de Astérix ni al medio del cómic en general. Donde tal vez este tebeo funcione mejor sea en las distancias cortas. Los gags, individuales o recurrentes, son efectivos (unos ejemplos: Obélix huyendo de los conflictos o la aldea decidiendo si activa el procedimiento de emergencia), pero por desgracia la trama se diluye cuando los personajes deciden no enfrentarse al César (¿los rebeldes deciden no luchar contra el poder?) sino hacer una copia del papiro robado que narra sus derrotas a manos de los galos. Quiero decir, que al final en este álbum no se trata tanto de intentar vencer al poder establecido (porque el enemigo es opresor, sí, pero un enemigo noble, puaj) sino de rematar un álbum con un tierno homenaje a los creadores del personaje, un detalle muy en la línea de esta moda de la nostalgia en la que vivimos.

miércoles, 4 de noviembre de 2015

La crítica literaria y los cómics: las editoriales, internet y la ética

Ayer hubo una mesa redonda en la Universidad Autónoma de Madrid titulada La crítica literaria hoy en la que participaron Constantino Bértolo (editor y crítico), Alberto Olmos (escritor y crítico), David Becerra Mayor (crítico), Manuel Guedán (editor y crítico). Asistí a esta charla por simple curiosidad (escribí el lunes precisamente sobre lo mismo) y me quedé muy impresionado. Lo que más me sorprendió fui yo mismo: he escrito en este blog una ristra larguísima de opiniones sobre cómics y sin embargo nunca me he preocupado por saber más sobre lo que significa la crítica literaria. Nunca había llegado a pensar en esto como algo sobre lo que se puede teorizar, y por tanto mejorar.

Tuve la mala suerte de empezar a tomar notas sobre la charla tal vez 10 minutos después de que empezase, pero espero que la reconstrucción del resumen que hice (he reordenado todas las participaciones para que parezcan un único texto) os parezca tan interesante como me lo pareció a mí.



¿Qué imagen se tiene del crítico dentro de la cultura popular? Si nos vamos al cine, en Ratatouille este personaje parece un villano por su aspecto, recuerda a Drácula. En La Joven del Agua, se le muestra como un ser sin empatía que en realidad no entiende de arte. Incluso un «crítico» (entre comillas, seamos serios) como Carlos Boyero colabora en crear esa imagen de que son seres pedantes y extraños. Todos menos él, por supuesto. Si nos vamos a las declaraciones de artistas, tenemos mil frases que apuntan en esta misma dirección. Por ejemplo, el director François Truffaut (que antes fue crítico de cine) señalaba lo gris que es esta profesión de la siguiente manera: «Un niño jamás responde cuando le preguntan qué vas a ser de mayor: "Voy a ser crítico de cine"». Añado yo otra frase del escritor Gustave Flaubert que se menciona en Birdman: «Una persona es crítico cuando no puede ser artista».


Para corregir esta imagen tan negativa podemos viajar al pasado y recordar por qué existe esta profesión. Según el libro La función de la crítica (de Terry Eagleton), esta actividad nace en el s. XVIII como un mecanismo para atacar el régimen absolutista, para deslegitimizar la importancia de la herencia en las relaciones sociales y plantear, como alternativa, que las capacidades eran méritos más valiosos. Sin embargo, para Eagleton esta «función social sustantiva» se ha acabado perdiendo con los años: «La crítica moderna nació de una lucha contra el Estado absolutista; a menos que su futuro se defina ahora como una lucha contra el Estado burgués, pudiera no tener el más mínimo futuro».

Por contra, desde un punto de vista más terrenal, se puede afirmar que la crítica surgió por un simple motivo comercial, para funcionar como una guía especializada de la mejor literatura, igual que existen las guías especializadas de restaurantes. De hecho, se podría poner en duda que no exista esa «lucha contra el Estado burgués», porque el sistema editorial capitalista da cabida sin problemas a la crítica contra el propio sistema capitalista. Precisamente los casos en los que ha habido choques entre un autor y una empresa ha sido por motivos personales, no por criticar el sistema económico.

Por lo que entiendo, Constantino Bértolo propone dividir en tres categorías a lo que solemos llamar crítica:


  • Reseña: una descripción aséptica de una obra.
  • Crítica: una opinión argumentada sobre la obra.
  • Comentario: a partir de una obra el crítico desarrolla una tesis que no tiene nada que ver con la propia obra.


En los medios españoles, por tanto, lo que realmente hay es una mezcla de reseñas y críticas con una cierta argumentación. Habría que subrayar la importancia de esta argumentación y quitársela al «gusto». El crítico es alguien que entiende que un «a mí me ha gustado» es sólo una defensa estúpida contra la crítica.


El vicio del que debe huir la crítica es convertirse en otro artefacto más de la maquinaria promocional de la industria editorial. El crítico debe evitar interpretar el papel de mercenario a sueldo disfrazado de eminencia cultural. No sólo porque su trabajo deja de ser honesto, sino porque además que no haya discrepancias entre críticos es un puntal más en la homogeneización del gusto de los lectores, en la construcción de un pensamiento único, que de hecho es el gran problema de la sociedad actual.

Por eso es muy importante saber quién es realmente el crítico al que leemos, entender por qué leemos los libros que leemos. Sabiendo qué empresa paga al crítico (y no sólo con dinero, sino con copias de prensa, con publicidad, etc.) entenderemos mejor por qué se habla siempre del mismo tipo de productos y siempre de las mismas editoriales. El crítico debería ser consciente de la falta de bibliodiversidad en el campo de la crítica, por qué se da tanta visibilidad a una publicaciones y tan poca a otras. Dos ejemplos que se pueden poner de esta falta de bibliodiversidad son tanto la escasa presencia de autoras en las obras que se reseñan, como de mujeres que realizan estas críticas.

Se puede decir sin ninguna duda que existe un entramado de intereses creados («es una mafia», dice un ponente). Por poner un ejemplo, los autores y editoriales necesitan que los críticos elogien lo que venden, y por eso utilizan sus blurbs (las frases promocionales de las fajas o las contraportadas de los libros). En el lado contrario, los propios críticos desean la visibilidad que da ese tipo de publicidad para disfrutar de esa sensación de autoridad en el ámbito cultural. En el fondo, por mal que pese, un crítico es una mercancía más que debe venderse a sí misma y está sujeta a las mismas leyes del mercado que los libros y los autores.

Se entiende que los críticos son útiles para las editoriales y los lectores porque promocionan los libros. O al menos, ciertos libros. Los que más venden rara vez son criticados, precisamente porque no necesitan más publicidad (o este tipo de publicidad). Entendido esto, ¿por qué los periódicos publican suplementos culturales con reseñas literarias? Dejando a un lado que los grupos que son dueños de un periódico pueden serlo también de una editorial (es decir, porque puede existir un interés económico), lo que les motiva es la legitimación cultural.


Internet, como en muchos otros ámbitos, ha traído novedades interesantes. Por un lado, esta multiplicación de voces ha roto el monopolio de las críticas interesadas, las escritas a sueldo de las grandes empresas. La crítica como actividad se ha democratizado, ha llegado al alcance todo el mundo. Sin embargo, no existe una verdadera independencia con los intereses del capital. Por un lado, el crítico profesional que escribe en internet no puede diferenciar dónde terminan sus opiniones personales sobre lo que lee y dónde empieza su trabajo de crítico, porque podría perjudicarle. Por otro lado, da la sensación de que el crítico aficionado es incapaz de enfrentarse a las leyes del mercado que imponen los gustos de la mayoría. Con demasiada frecuencia este reseñista se fija en las mismas publicaciones que el crítico profesional, que sí recibe indicaciones sobre lo que se debe escribir.

Ahora bien, es muy significativo que los críticos de internet hayan empezado a aparecer también en los blurbs. Se podría decir que es la mayor demostración de que el crítico profesional como tal ha perdido su supremacía cultural.



La otra gran dificultad con la que se enfrentan los críticos es que esta profesión ha dejado de ser un trabajo especializado debido a las dificultades económicas de los últimos tiempos. Ahora el autor, el editor, el crítico, etc., se confunden en una misma persona, lo cual da cuenta de la promiscuidad y permeabilidad del ámbito literario.

Por esta relación cercana que hay entre críticos y autores es muy destacable que en la crítica profesional se estén llevando a cabo prácticas que me parecen absolutamente ejemplares. Hay críticos que piden explícitamente no escribir sobre autores que son amigos suyos, o incluso rechazan escribir sobre cualquier obra de un autor español. Una alternativa más razonable que realizan otros críticos consiste en firmar sus reseñas explicando su relación con la editorial o el autor, para que el lector pueda juzgar por sí mismo la independencia de sus opiniones.

En nuestro país, el número de lo críticos que escriben que algún autor español no les gusta se podría contar con los dedos de las manos: lo último que quiere un crítico es meterse en problemas. Y no es por falta de malas obras. De hecho uno de los ponentes ridiculiza dos ejemplos muy comunes actualmente: las historias basadas en hechos de actualidad noticiables (especialmente relacionadas con la política), y las que se basan en la muerte de un padre o una madre. Ahí está otro aspecto interesante de la escritura de críticas, que es absolutamente sencillo ensalzar cualquier mala publicación.

Entre los tres ponentes hay un acuerdo en que debería existir algún código ético que deberían firmar todos los críticos. Por ejemplo, consideran que es poco decoroso, incluso impúdico, que los autores (escritores, directores de cine...) hagan el trabajo de críticos. O al revés, que el trabajo de un crítico aparezca publicado por las editoriales a las que critica. Otro acuerdo sería no aceptar publicidad de alguna editorial en las páginas web o revistas en las que se publiquen críticas. Por desgracia, es muy significativo que los propios críticos no ofrezcan resistencia a realizar estas malas prácticas. No hay en la mesa ninguna voz que ponga en duda la facilidad que tienen estos profesionales para venderse, para corromperse.

lunes, 2 de noviembre de 2015

Niveles de lectura, tipos de lectores y la crítica de un cómic

Estoy ahora leyendo La cena de los notables (de Constantino Bértolo), en el que describe el universo literario en el que se mueven la escritura, la lectura y la crítica, de una manera muy analítica y con bastante provocación. Me han gustado tanto dos capítulos referidos a la lectura que los voy a intentar resumir intentando buscar sus equivalentes en el ámbito del cómic.

Básicamente, Constantino Bértolo diferencia cuatro niveles en los que se produce la lectura:

  1. Formal
  2. Autobiográfico
  3. Metaliterario
  4. Ideológico

(El esquema es mi interpretación, por si
alguien piensa que es una, eh... "cosa mejorable")


Lectura formal: Constantino Bértolo lo llama «lectura textual», pero como he cambiado la lectura de libros por la de cómics me parece que este cambio también es necesario. No es un nivel de lectura sencillo aunque lo parezca, porque implica comprender la narración tal y como es: entender las palabras, entender los dibujos, las secuencias, los personajes, las elipsis entre las viñetas... No se trata de añadir ningún significado al texto, sino de entenderlo como tal.

Desde esta primera lectura es de donde pueden surgir los otros tres niveles, relacionados entre sí:

Lectura autobiográfica: el lector desarrolla empatía por los personajes, se identifica con lo que les ocurre. Asocia lo que lee a su propia experiencia, la cual está muy relacionada con su moral personal y su entorno social. Y por tanto, es evidente que una misma persona puede desarrollar diferentes lecturas autobiográficas en momentos diferentes de su vida. Ejemplos de esta lectura pueden ser Maus, en tanto que todas las relaciones familiares son difíciles, o los tebeos de superhéroes por la admiración que sentimos por la fuerza de voluntad de los personajes.

Lectura metaliteraria: cada nueva lectura se compara con todas las lecturas previas, de modo que un lector más experimentado y variado tendrá inevitablemente una opinión diferente que la de un lector novato. En el caso de una serie con muchos años de vida, un lector con décadas de ese tebeo a sus espaldas sabrá identificar si el autor repite o innova en la biografía del protagonista de esa colección. El lector que conozca muchos cómics de género negro tendrá una visión diferente del que llegue de nuevas a Torpedo, Balas Perdidas, Sin City o Camino a la Perdición.

Lectura ideológica: Cada narración refleja, se quiera o no, la visión del mundo imperante en su sociedad y época, o también la resistencia a esa cosmovisión mayoritaria. Por eso mismo, a partir de un cómic cada lector tomará de esa narración una lección concreta que encajará o no en su ideología, es decir, el conjunto de ideas o creencias en las que él se basa para desarrollar su vida social. Con V de Vendetta el lector tendrá que decidir si comparte el anarquismo de Alan Moore, con Astérix, si cree que debe ayudar, como el personaje, a quien necesite su ayuda, o con Los Leones de Bagdag si la Guerra de Irak era necesaria y ha servido para algo, por poner algunos ejemplos.

Estos tres niveles de lectura se retroalimentan, como he dicho antes. Una lectura autobiográfica excesiva se puede amortiguar con la lectura ideológica, y el exceso de esta con una adecuada lectura metaliteraria. El abuso de lectura metaliteraria se puede corregir con unas convenientes lecturas autobiográfica y política, y la tentación de caer en formalismo de la lectura textual se puede frenar con las otras tres.

Se puede coger como ejemplo una tira de Mafalda:


Una lectura formal nos sirve para unir las líneas del dibujo y de las letras para entender el cómic como cómic: el diálogo, el plano fijo, la pausa durante la cual Libertad piensa, qué significa cada expresión de las caras... En este caso, Mafalda no sabe cómo responder la pregunta de Libertad («¡Puf! ¿Qué te diría yo...?»), pero ella interpreta su «¡Puf!» al pie de la letra.

Con la lectura autobiográfica entiendo el «¡puf!» y el «¡puaj!» a los que se refieren. Los siento y los comprendo porque muchas veces he caído en esos sentimientos viendo ciertas actitudes de la sociedad o de la política. Como la tira no se refiere a nada en concreto, cada lector es capaz de imaginarse a qué reaccionan los adultos a los que se refiere Libertad.

La lectura metaliteraria la hago desde los tebeos políticos y de niños que llevo leídos. Los comparo y personalmente pienso que Quino refleja perfectamente la ingenuidad y el idelismo infantiles, y al mismo tiempo les da una carga política brillante, sutil. Veo un dibujo caricaturesco con una linea muy fina, etcétera, etcétera.

En lo ideológico, esta tira es bastante suave. Simplemente muestra esa intermitencia entre la resignación y el asco frente a una situación política o social. Sin embargo, dentro del contexto de las tiras de Mafalda, se entiende el signo del compromiso político del autor y a dónde va dirigida su crítica.

A partir de estos niveles de lectura, según se priorice uno u otro, se pueden clasificar a los lectores por tipos:

Lector proyectivo: se trataría de la persona que da importancia únicamente a la lectura autobiográfica, dejando a un lado toda su experiencia lectora y su visión del mundo, con lo que apenas puede cuestionar lo que lee. Es fácil relacionarlo con un lector joven (aunque no todos los lectores proyectivos sean jóvenes), porque es el que todavía no ha acumulado suficientes lecturas y está empezando a desarrollar sus ideas sobre la vida en sociedad.

Lector inocente: se caracteriza por una aparente falta de exigencia, que esconde una exigencia en realidad muy fuerte: la de no ser molestado. Su actitud es de resignación, conformismo y autocomplacencia. Tiene la absoluta seguridad de que para leer no es necesario ningún prejuicio moral o político, que la lectura es únicamente una distracción, un pasatiempo. Sus frases típicas suenan parecidas a «Leo para olvidarme de todo», «Lo leí del tirón» o «A todo le pones pegas, ¿a ti te gusta algún libro?»... Si hablásemos de películas, sin duda la frase sería «Dejo aparcado el cerebro en la puerta del cine».

Lector sectario: da una excesiva importancia a la lectura politizada de lo que tiene en las manos, dejando a un lado sus componentes textuales, autobiográficos y metaliterarios. Este lector sobrevalora todo lo que se adecue a su ideología y subestima lo que quede fuera. Ahora bien, se puede caer en el error de considerar «sectario» a cualquier lector que tenga en cuenta la lectura política, ya que actualmente se considera «no-ideología» a la forma de vida actual, e «ideología» a las reflexiones que la ponen en cuestión. Es decir, una lectura que se realice desde la ideología dominante es difícil que se considere una lectura política aunque lo es sin ninguna duda.

Lector letraherida: el que prioriza el nivel de lectura que queda, el metaliterario. El lector que se centra en el formalismo para sus lecturas, que sólo tiene una sensibilidad estética y rechaza lo ideológico en las narraciones. Es fácil imaginarse en este tipo al lector de cómics obsesionado con la calidad de la escritura o la pericia del dibujante, al que rechaza o ensalza a un autor sólo por su tipo de dibujo. En el caso de los lectores de superhéroes, también es fácil identificar al obsesionado con que cada número de una colección no chirríe con la continuidad bajo ningún concepto, sin importarle si se vulneró ésta para conseguir más identificación con los lectores de su época o para mostrar una visión política nueva.

Lector civil: es el lector que se entiende a sí mismo como ciudadano y está implicado en su contexto social, cultural y político. Es decir, que es capaz de desarrollar una identificación con lo que lee, asociarlo a lecturas previas y relacionarlo con la realidad en la que vive. A partir de sus lecturas es capaz de encontrar nuevas claves para entenderse mejor a sí mismo y a su entorno.


Lector crítico: a diferencia del resto de lectores, el crítico es el único que tiene una responsabilidad. Responsabilidad con los lectores, los autores, las editoriales y consigo mismo (como autor a su vez). El crítico no sólo atraviesa los niveles de lectura que he explicado antes, sino que tiene que autoanalizarse a sí mismo, tiene que leerse a sí mismo, para entender cómo le han afectado sus referentes autobiográficos, literarios y políticos. Cualquier análisis crítico tiene que ser necesariamente subjetivo y parcial, pero al mismo tiempo el crítico tiene la obligación de intentar controlar sus intereses y prejuicios y hacer saber a sus lectores cuáles son. Por último, el crítico tiene la obligación de ser honesto y renunciar totalmente a hacer publicidad o adular a sus amigos o a sus artistas idolatrados.