martes, 1 de septiembre de 2015

JLA 1 (de 4) (Grant Morrison, Howard Porter)


Soy un absoluto defensor del libro El Guión de Robert McKee. Las críticas que éste suele recibir vienen de quienes desconfían de aquellos que se dedican a dar trucos y técnicas infalibles para conseguir un objetivo (desde ligues de una noche a triunfar en el trabajo o escribir películas)... y comparto esa suspicacia. Ahora bien, lo que McKee da no son unas instrucciones de IKEA para guiones, sino una discusión sobre temas amplios que sirven como punto de partida para estimular la reflexión y la creatividad sobre aspectos relacionados con la escritura. O así lo veo yo.

Lo comento porque veo que hay gente que ha entendido que el libro de McKee no es sólo un manual de escritura, sino por lo visto también un "manual de crítica". Para algún crítico aficionado, una película no se disfruta por sí misma, sino a partir a este libro. Si encaja en los consejos de este libro, es buena, si se sale de él, es mala. De ahí vienen comentarios como "no es buena película porque el personaje no toma decisiones" o "no es buena porque no hay un arco emocional". Es absurdo tomarse estas frases al pie de la letra. Si nos vamos a las tragedias griegas, el destino tiene atrapados a los personajes, en ningún momento toman realmente ninguna decisión. Si nos vamos a un álbum de Astérix, estaremos de acuerdo en que aunque los personajes no vayan de un estado emocional al contrario, las historias son por lo general maravillosas.

Todo esto viene porque la JLA de Morrison es otro ejemplo con los que responder a este tipo de análisis simples sobre guiones. Para poder utilizar a los grandes iconos de DC, el guionista decidió olvidarse completamente de lo que en teoría hace a las historias de superhéroes interesantes: los procesos, la transformación continua, tanto en lo emocional como en sus biografías, identidades secretas, los poderes, los trajes... Se olvida de la famosa "ilusión del cambio". Morrison parece aceptar con facilidad que los personajes pertenecen cada uno a su propia colección, a sus propios equipos creativos (y a sus propietarios legales de los derechos de explotación, ejem), y que por tanto sólo puede jugar con lo que le dejan. Que no es poco: la espectacularidad, las peleas, las poses, las frases lapidarias... Es lo que tiene, así que lo sube al once. Tal vez en otro tebeo el lector querría saber más sobre este Superman transformado en un ser eléctrico con nuevos poderes, o por qué Wonder Woman es sustituida por su madre, Hipólita, pero Morrison aturde continuamente con una invasión del espacio exterior tras otra que amenaza la estabilidad de la propia realidad.

Así funciona la JLA de Morrison y Porter, como una montaña rusa de épica y poder, con los villanos más peligrosos y maquiavélicos posibles y los planes más exagerados. Que es el tipo de aventuras que en justicia se merecen los superhéroes más poderosos de la Tierra. No hay tiempo (ni necesidad, parece) de mucho tratamiento de personajes. El guión los reduce a todos a unas pocas características unidimensionales. Lo cual es curioso, porque consigue darles a todos sus mejores momentos no cuando pone a prueba las convicciones de cada uno (lo habitual, lo previsible en las historias de ficción), sino cuando expresan claramente su personalidad con breves frases o con decisiones heroicas. El que más sale beneficiado por esta estrategia es Batman, que supera a todos sus compañeros en carisma gracias a su pragmatismo y capacidad de deducción absolutamente excesivos. Jamás ha habido un Batman tan impresionante como el de esta JLA.

Personalmente, no me gusta mucho el dibujo. Me parece demasiado caótico, en algún momento las viñetas aparecen desordenadas o superpuestas sin necesidad, demasiados escorzos para que parezca todo espectacular, un abuso de planos torcidos... No me convence que haya demasiadas sombras negras como en el dibujo de Porter, porque hacen que la página me parezca llena de manchurrones. No me gusta el dibujo, pero entiendo que el lector de la época al que se dirigían estos cómics buscaba algo como esto, que pareciese rompedor y moderno. En cierto modo, me da la sensación de que a Morrison precisamente ese dibujo aquí le sienta como un guante. Es como un disfraz. Como si en este cómic consiguiese dejar atrás una imagen de autor alternativo y rarete (Arkham Asylum, Animal Man, Patrulla Condenada, etc.) para convertirse en un autor para el gran público de los superhéroes, un autor "mainstream" (52, Batman, All Star Superman...) Un guionista que entiende que, si quiere mostrar una versión superficial de sus inquietudes personales, tiene que darle importancia al Universo DC antes que a nada.