lunes, 29 de diciembre de 2014

Popeye, de Bob London

Cartoné, 346 páginas, blanco y negro, 30 €

Mi conocimiento sobre Popeye se resumía en algunas de las páginas de Bud Sagendorf que se publicaron en algunas revistas de Bruguera y los dibujos animados para la televisión. No tengo un mal recuerdo, pero me parecía algo soso y sin mucho interés. Me llevé una sorpresa en cuanto me puse con las primeras tiras de Popeye que empezó a reeditar Planeta. Dentro del estilo de la época, era un personaje irreverente, malhablado, violento, imprevisible... Cuando me he puesto con las tiras de Bobby London me he encontrado con un personaje aún más atrevido.




London devuelve la subversión a este personaje porque antes de empezar con Popeye era un dibujante underground relativamente famoso. De hecho, uno de sus trabajos más conocidos fue una colaboración en una parodia porno de Disney que le llevó a él y otros autores a un juicio con esa compañía que duró 10 años. Esto no quiere decir que Bobby London lleve las tiras al extremo. Se mueve dentro del tono familiar que siempre ha caracterizado a la tira, pero empuja los límites con temas como la guerra con armas químicas, la liberación de la mujer, la urbanización descontrolada, las privatizaciones... Este camino llevaría a la cancelación de la tira 6 años después, cuando London se atrevió a hacer chistes con una alegoría del aborto.

Me sorprende el formato de las tiras, con dos únicas viñetas por entrega, que imagino que London mantiene por continuar el estilo de los autores anteriores. Contrasta mucho con la época de Segar en el Thimble Theater (Teatro Dedal) original, con esas viñetas del tamaño de... dedales. Esto obliga a que los chistes sean rápidos, con una presentación y resolución inmediatas. En unas ocasiones funciona mejor que en otras. Con esta decisión se pierden las pausas, el desarrollo de un gag elaborado, la intriga... Aún así, a mitad del tomo London comienza a hilvanar tramas muy ingeniosas como la del boom urbanístico en Puerto Dulce o el café tóxico de Olivia.




No me atrevo a decir si Segar mostraba a Popeye como un personaje de su época en sus historias o si más bien eras tebeos intemporales. Tienen alguna referencia a la moda del momento o la crisis del 29, pero realmente no sabría decirlo. Sin embargo, London se aprovecha de ese estatismo temporal en las tiras para crear algunos chistes. Por ejemplo, juega con el contraste de poner estos personajes que viven en unos eternos años 30 junto a referencias musicales, políticas, culturales... de los años 80. También ironiza con el diseño inalterable de los personajes (la falda larga de Olivia), aunque en ningún momento cambia sus aspectos. Es muy interesante también cómo demuestra su conocimiento sobre la historia de esta serie añadiendo referencias más o menos obvias, recuperando personajes e incluso metiendo un guiño a la adaptación que protagonizó Robin Williams.

Creo que una lectura muy recomendable para quien quiera conocer a este personaje. La versión de Segar es la original, pero es posible que a un gran público le cueste entrar en el estilo de humor y dibujo de los años 30. Este otro Popeye de London es más ácido, parece más ingenioso y moderno. Si alguien quiere leer algo de Popeye, éstos son el momento y el cómic perfectos.

viernes, 26 de diciembre de 2014

La violencia en la comedia, según Robert McKee

«La comedia también contiene miríadas de subgéneros, cada uno de ellos con sus propias convenciones, pero con una convención general y común a todos que los encuadra dentro de este medio y los diferencia del drama: nadie sale herido. En la comedia, el público debe llegar a sentir que, independientemente de las veces que los personajes choquen contra los muros, de cuánto griten y se revuelvan bajo el látigo de la vida, realmente nada les hace daño. Se pueden caer edificios sobre Laurel y Hardy pero se levantarán entre los cascotes, se quitarán el polvo del traje y murmurarán: "Vaya, menudo desorden..." antes de seguir adelante.

En Un pez llamado Wanda, Ken (Michael Palin) es un personaje que siente un amor obsesivo por los animales, intenta asesinar a una anciana pero accidentalmente mata a sus perritos en su lugar. El último perro muere bajo un enorme bloque de hormigón y una pequeña patita asoma por debajo. Charles Crichton, el director, rodó dos escenas para ese momento: una en la que sólo se mostraba la pata y la segunda en la que envió a alguien a una carnicería a comprar una bolsa de entrañas y añadió un reguero de sangre y vísceras que surgían del terrier aplastado. Cuando esa imagen tan desagradable fue mostrada al público del preestreno, la sala enmudeció. La sangre y las vísceras decían: "Ha dolido". Para el estreno general, Crichton cambió la toma y consiguió la carcajada que buscaba. En cumplimento de las convenciones del género, el guionista de comedia debe lograr que el personaje pase por los tormentos del infierno y ser capaz de garantizar al público que sus llamas en realidad no queman.

Al otro lado está el subgénero llamado comedia negra. En él el guionista flexibiliza las convenciones cómicas y permite a su público sentir un dolor agudo pero no insoportable.»

"El Guión (Story)", Robert McKee



martes, 16 de diciembre de 2014

Triunfo y Tormento, de Roger Stern y Mike Mignola

Cartoné, 80 páginas, color, 11 €

Cada 100 años los magos de la Tierra deben enfrentarse a un torneo para elegir al hechicero supremo. El resultado de una de estas competiciones llevará al Doctor Extraño y al Doctor Muerte a formar equipo para salvar el alma de la madre del monarca de Latveria.

Me encanta el candor de los personajes de este cómic. Por su aspecto y personalidad parecen animales parlantes en una fábula. Su aspecto es extravagante y colorido, es inevitable que parezcan ridículos, y los diálogos son ñoños en muchas ocasiones. Pero funciona dentro del tono del cómic. Funciona dentro de esta alegoría sobre el bien (Extraño) y el mal (Mefisto), en la que el individualista Muerte queda en la zona gris intermedia de una historia que tiene el acierto de no querer redimirlo.

Muerte es un personaje complejo, pero creo que más por accidente que por planificación de sus autores. Dependiendo del cómic que uno lea aparece una versión más o menos malvada. La de este cómic no es del todo perfecta. Su obsesión por acumular poder sólo para obtener más poder, de gobernar Latveria sólo por gobernar, no lleva a ninguna parte. Por eso es bueno que la historia no insista en ese camino sino en la liberación del alma de la madre de Muerte, su talón de aquiles, un conflicto que obliga al personaje a tomar decisiones que en otra ocasión no se llegaría a plantear. A su lado, Extraño es un típico héroe inmaculado y sin desarrollo, un santurrón unidimensional que acaba teniendo en esta historia el rol de un artefacto de los que Muerte utiliza para sus propios intereses.


Lo que más valoro de Stern como guionista (y editor) es la importancia que le da a la coherencia del universo Marvel. Este interés es el que le ha motivado a resolver misterios y arreglar errores de continuidad en las colecciones de Spiderman, Hulk, Capitán América, Doctor Extraño, etc., de una manera simple y muy entretenida (por cierto, una virtud que desaparece en los 90 con tostones como Marvel: La Generación Perdida o Relatos del Universo Marvel). En este cómic vuelve a mostrar esta obsesión explicando por ejemplo la mitología de las palabras mágicas aleatorias del Doctor Extraño o recuperando la trama perdida del Doctor Muerte desarrollada por Gerry Conway en los 70.

Creo que lo que más ha perjudicado a esta historia es el paso del tiempo. Este cómic se realizó en una época en la que los personajes tenían que hablar continuamente, y creo que ésa es la causa de que ninguna escena de este cómic llegue a tener la relevancia necesaria. Cada momento en este cómic tiene una función de nexo, de servir de justificación para lo que ocurre a continuación. Se nos presenta a Genghis sólo para viajar a la competición entre magos, se celebra la competición sólo para crear el equipo de Doctores, etc. Cada página sirve como trámite para avanzar hacia un gran final que para mi gusto es demasiado apresurado y se apoya demasiado en el diálogo cuando debería haber dejado que las imágenes contasen más.


Me quiero quedar con lo bueno. Mignola consigue retratar unos escenarios misteriosos magníficos, especialmente cuando se trata del infierno. Las peleas huyen del tópico cruce de puñetazos (aunque se queden en posturas estáticas de personajes lanzando rayos). Creo que Stern consigue un buen final, un final feliz para los personajes que sin embargo no les deja satisfechos. Es un final que exige un poco de ingenio al guionista, una solución que se aleja de tópicos. Ya he dicho que a Stern le preocupa la coherencia del universo Marvel, así que, aunque la resolución significa cambios profundos en la continuidad, al mismo tiempo se mueven las piezas mínimas dentro de las tramas de los cómics.

Con sus defectos, Triunfo y Tormento es uno de mis cómics Marvel favoritos. Es muy entretenido, utiliza la continuidad del universo Marvel sin que sea un lastre, el dibujo huye del impersonal estilo de empresa, está bien estructurado... No llega a ser un gran cómic, pero sí una lectura muy recomendable.

martes, 2 de diciembre de 2014

Batman: The TV Stories, de varios autores

Rústica, 160 páginas, color, $14.99

Hay dos temas que me llaman la atención. Por un lado, el desarrollo histórico de Batman como personaje de cómic. Me interesa el contraste de un personaje que actualmente asociamos con lo gótico o el noir hubiese conseguido en realidad su mayor éxito en los 40 y los 50 con historias coloridas e infantiles. Por otro lado, me gusta mucho la serie de televisión del Batman de Adam West. Creo que es una grandísima serie, de verdad. Una serie a la que se le atiza sin compasión y que sin embargo disfruto sinceramente.

Con este recopilatorio coinciden estos dos intereses. Para el lector de cómics de Batman se trata simplemente de una selección de historias que abarca desde 1949 a 1967, con el origen de varios de los personajes más conocidos de Batman (Acertijo, el Sombrerero Loco, Mister Frío, Batgirl...) Sin embargo, el interesado en la serie se encontrará con las historias que fueron adaptadas a la televisión y le servirán para poner en contexto los aciertos o fallos de la adaptación.

Yo dividiría las historias de este tomo en tres etapas. Las primera está marcada por el tono original de Batman, el estilo evasivo con el que Bill Finger hizo de este superhéroe uno de los personajes más comerciales de DC. Finger creó unas historias infantiles llenas de pasatiempos y juegos de palabras dirigidos a los más jóvenes de la casa, para que el aficionado jugase y leyese al mismo tiempo. Por supuesto, están llenas de objetos gigantes: puzzles, crucigramas, sombreros, esculturas... Persecuciones, misterios y peligros inocentones sin ninguna búsqueda de trascendencia.

En los años 60, DC decidió reinventar su catálogo editorial siguiendo el camino iniciado por Green Lantern y Flash (y que había sido curiosamente imitado en Marvel por Stan Lee y Kirby). Esta reinvención empezó por pura casualidad al mismo tiempo que la serie de televisión de Adam West. En esta época Bill Finger fue despedido de la editorial porque su forma de contar historias se consideraba anticuada... aunque realmente los sucesores mantuvieron su estilo de misterios tontorrones y pistas ocultas. El verdadero cambio se nota en el dibujo, que con los nuevos autores se vuelve más moderno, más sofisticado. Las viñetas aumentan de tamaño al mismo tiempo que la línea gana en detalle y los fondos se simplifican, es decir, se vuelve un cómic más ágil de leer. Produce risa ver cómo los dos estilos de dibujo, el de los 50 y los 60, tienen la misma firma de un Bob Kane sin ningún tipo de vergüenza.


De este segundo tramo de historias precisamente destaca el que para mí es el mejor cómic de este tomo: "Las bromas cómicas del Joker". Este villano se hace pasar por un director de cine que quiere rodar una película basada en las comedias del cine mudo. Durante el rodaje va cometiendo robos disfrazado de diferentes personajes de esa época (Charlot, Harpo, Buster Keaton, Ben Turpin, Harold Lloyd...) hasta que en cierto momento decide disfrazarse del propio Batman. Creo que los autores de los cómics de la época utilizaron su trabajo para denunciar lo evidente: la serie de televisión había convertido a Batman en un payaso, en un personaje de comedia.

Me parece que es una denuncia injusta. La historia anterior, con el Pingüino como villano, es el mejor ejemplo en este tomo de la comedia involuntaria que abundaba en los tebeos de Batman antes de la serie de televisión. Los autores de estos cómics enfrentaban al personaje a demasiadas situaciones que daban pie a la autoparodia y al ridículo. Estos cómics cometían el error de producir risa sin proponérselo. Ahí es donde yo veo el mérito de William Dozier y Lorenzo Semple Jr., el de ser capaces de transformar ese defecto de los cómics en la mayor virtud de su versión. En realidad adaptaron los cómics sin traicionarlos, sin convertirlos en el vehículo de sus propias obsesiones como sí acabaron haciendo Tim Burton o Christopher Nolan.


El peor número de este tomo es el que cierra el recopilatorio, el origen de Batgirl. Gardner Fox y Carmine Infantino recibieron el encargo de crear un nuevo secundario para adaptarlo a la televisión inmediatamente y fracasaron sin ninguna duda. Su Batgirl es un personaje diseñado para molar (un "Poochie"), que tan pronto es una apocada pero atractiva jovencita que cose disfraces de carnaval, como tiene un doctorado cum laude (en la carrera de "Algo") y es cinturón marrón en judo gracias a su "dieta especial de proteínas". Podríamos ver el empoderamiento de este personaje femenino como un reflejo del feminismo de la época ye-ye, pero en ese aspecto también es un horror. Se trata de un estereotipo vulgar de "la mujer", un personaje inseparable de un bolso y un perfume, que de hecho es el arma secreta con la que derrota al supervillano del número.

Realmente donde más fracasa este último número es en el tono. Hasta este momento las historias eran juguetonas, bobas, infantiles... pero en ningún momento se caía en la comedia. El origen de Batgirl intenta imitar el estilo de la serie, con sus trampas mortales, los matones disfrazados y los chistes, y queda ridículo, forzado, poco natural. No parece una necesidad espontánea de los autores sino una imposición desde fuera de ellos.

Con sus más y sus menos, como poco es un tomo muy interesante para hacerse una idea de los cómics de Batman en sus primeros 30 años. Como una gran mayoría de los cómics de superhéroes de antes de los 80, sirve más como documento histórico que como verdadera evasión.