lunes, 11 de agosto de 2014

Mis cómics favoritos: Watchmen

Existe un sentimiento contestatario de querer quitarle importancia a Watchmen como cómic si se le compara tanto con otros trabajos de Alan Moore como con el de otros autores. "Está superado", "Es demasiado artificial", "Se ha quedado anticuado" son comentarios que sin embargo no se suelen hacer de cómics realizados con muchísimo menos talento. Parece que Watchmen es un gran cómic al que no se le puede valorar con entusiasmo. No es algo que sólo ocurra con los cómics. No faltan los que quitan importancia a directores como Hitchcock, Kubrick o Spielberg, pero tal vez el desprecio de Watchmen y de Alan Moore sea el que más me cuesta entender.

La creación de Watchmen, como la de muchas otras historias de ficción, tiene un origen de lo más idiota. Con el éxito de Miracleman (un cómic de superhéroes juvenil y británico que Moore resucitó en los 80 con un estilo adulto y sofisticado), DC le colgó el sambenito a él y a otros tantos guionistas británicos de ser renovadores natos de personajes de cómic olvidados. Neil Gaiman reinventaría a Orquídea Negra y a Sandman, y Grant Morrison haría otro tanto con Animal Man, pero todo ello ocurrió gracias a que Moore ya había abierto camino mediante una Lección de Anatomía para la Cosa del Pantano. Es decir, que Watchmen iba por ese mismo camino repetitivo, iba a consistir en coger un puñado de personajes coloridos y medio olvidados que DC había comprado a una pequeña editorial, Charlton, y llevarlos a un mundo oscuro y tétrico. Un mundo tan extremo que la empresa tuvo que aconsejar a los dos autores, Moore y Gibbons, que creasen sus propios personajes sin matar unas franquicias que todavía no habían empezado a ser rentables para la compañía.

Con esa premisa tan sencilla, la de arrastrar personajes coloridos a un mundo crespuscular y decadente, es con la que empieza el cómic. Creo que en estos dos o tres primeros capítulos, cuando Moore y Gibbons tienen principalmente en mente esa idea, es cuando se ve una relativa torpeza en el cómic. Por ejemplo, en el primer capítulo la ideología derechista de Rorschach parece una torpe caricatura, sin sutileza, y Moore tal vez peque de ser demasiado expositivo al mencionar de manera forzada el acta de Keene tantas veces. En estos primeros números posiblemente no se termine de ver qué hace de Watchmen algo tan especial, si no es por la forma de contar la historia.


Creo que no es hasta la altura de los capítulos III o IV cuando a Moore y a Gibbons son conscientes por fin de las grandes posibilidades de lo que tienen entre manos. En los primeros números habían decidido llevar mucho más lejos el estilo de una historia breve que habían hecho juntos para 2000 AD, Chronocops, en el que habían depositado ligeros detalles en cada viñeta que hacían necesaria al menos una relectura para llegar a entender todos los viajes en el tiempo de esas seis páginas. Con Watchmen el guionista había decidido llenar los diálogos de frases con varios significados, mientras que el dibujante se dedicaba a llenar los huecos con pequeños detalles y símbolos que se van repitiendo. Imagino que con la improvisación que irónicamente caracteriza a este cómic (la foto de Jon Osterman y Janey Slater del tercer capítulo se diferencia sutilmente de la foto del cuarto capítulo, por ejemplo), a esa altura los dos autores decidieron explotar aún más los recursos que habían usado hasta ese momento con unos capítulos IV y V que son de lo mejor de este tomo.

A partir de ese momento es cuando Moore y Gibbons van poco a poco, página a página, aturullando a los lectores con ingenios narrativos más o menos sofisticados o burdos. La asombrosa simetría que encierra a este cómic más allá del propio quinto capítulo, por ejemplo, aparece al lado de, por poner un ejemplo, la pose de Rorchach al entrar por una ventana, que es igual en el capítulo I que en el X. Gibbons lo disculpa en parte diciendo que todo está en el cómic por algún motivo, pero no todo significa algo importante. Simplemente hay detalles que sirven como autoguiño para el lector y los autores. Aparte de eso, Gibbons y Moore sacan todo el partido posible a una rejilla de nueve viñetas que en apariencia podría parecer sosa: zooms, planos fijos, travelligs tanto en el sentido de la lectura como de arriba a abajo... El dibujo de Gibbons tal vez sea por lo general demasiado estático, demasiado definido, pero ese detallismo de delineante en este cómic queda como un guante. Al mismo tiempo, Moore colabora añadiendo más ruido informativo con disimuladas referencias literarias, mitológicas, científicas, musicales, etc.

El primero de los muchos zooms del cómic.

Después de releerlo, creo que el mejor anexo de los once que hay dentro de este cómic (estos anexos sustituyeron una innecesaria sección de correo de los lectores en las grapas originales) es el artículo sobre búhos que dentro de la ficción escribe Dan Dreiberg. En él, el ornitólogo aficionado se hace las siguientes preguntas: "¿Es posible, me pregunto, estudiar un pájaro tan de cerca, observar y catalogar sus peculiaridades con un detallismo tal, que se vuelva invisible? ¿Es posible que, mientras se mide con tedio la envergadura de sus alas o la longitud de su tarso, perdamos de vista su poesía?" Es decir, Moore usa Watchmen para reflexionar sobre el propio Watchmen. Parece que el guionista pregunte en voz alta si están haciendo este cómic correctamente, si los lectores, tan sorprendidos por la manera en la que están narrando, no van a ser capaces de ver las reflexiones y significados que hay debajo de los trucos formales.

Un ejemplo de las ideas que hay debajo de esta narración sofisticada es la deconstrucción de la figura del superhéroe, que a pesar de ser el aspecto en el que la crítica más resalta yo creo que no es su principal mérito. Moore y Gibbons intentar partir desde cero con sus personajes y justificar tanto el por qué aparecerían justicieros fuera de la ley como el de qué manera transformarían a la sociedad con su existencia. Al desarrollarlo, Moore saca a la luz las posibles obsesiones y disfunciones sexuales de los superhéroes, los problemas psicológicos, las motivaciones políticas y filosóficas de cada uno, con lo que como resultado acaba dando una imagen cínica de este tipo de personajes. Es un buen trabajo, pero quedarse con esta lectura me parece quedarse en la superficie de un cómic mucho más trabajado.

Como suele decir Gibbons, Watchmen no es tanto un cómic de superhéroes como de ciencia ficción especulativa. El relato se ambienta en una Guerra Fría paralela a la del mundo real, con la diferencia de que el equilibrio de fuerzas se ha roto gracias a la providencial aparición del todopoderoso Doctor Manhattan, defensor del capitalismo occidental. Las drogas y la homosexualidad están aceptadas socialmente, la ciencia avanza con bastante velocidad (con los coches eléctricos desaparece la contaminación de las calles), la ropa es ligeramente diferente, y entre los edificios abundan las cúpulas geodésicas. Con la presencia de superhéroes en el mundo real, los cómics se dedican al género de piratas (atención a la portada de X-Ships que aparece en las primeras páginas). Ese cómic de piratas que Moore usa como paralelismo de las reflexiones y comentarios del kioskero Bernie es al mismo tiempo un paralelismo con el camino que decide llevar a cabo Ozymandias.

El comienzo del capítulo IV, donde Watchmen empieza a despegar.

Es mediante esta ciencia ficción especulativa con la que Alan Moore finalmente responde a la pregunta que abre el cómic, "¿quién vigila a los vigilantes?" La frase no es una referencia culta para impresionar al lector, sino que es el elemento en el que se apoya un cómic que ante todo es político, que reflexiona sobre cómo se organiza el mundo. El Dr. Manhattan, que ve el mundo como los tralfamadorianos de Kurt Vonnegut, representa un mundo gobernado por el destino, Rorschach (un equivalente del Batman de Frank Miller de la época) aporta su risible visión reaccionaria del individualismo extremo, mientras que el Comediante responde con su nihilista "¿a quién cojones le importa ?".

Como digo, Alan Moore cierra el cómic respondiendo a la pregunta de Juvenal, y es ahí es donde tal vez está toda la fuerza de este cómic. ¿Quién vigila a los vigilantes? Es decir, ¿quién vigila a la policía?, ¿quién vigila a los guardianes enmascarados?, ¿quién vigila a los políticos?... ¿Quién, en definitiva, impone sus normas sin obedecer ninguna? La "autoridad más alta que la mía" a la que se refiere el presidente Nixon en el cómic se revela en las últimas páginas: la iniciativa privada, los empresarios, Ozymandias. Este villano (la complejidad del personaje no oculta su maldad) es un controlador totalitario que decide destruir parte del mundo para forzar la paz entre oriente y occidente. Qué oportuno es que Gibbons dibuje arrodillados a Rorschach y al Búho Nocturno en el capítulo XI cuando son derrotados por Ozymandias, en una postura de reverencia, cuando podrían haber aparecido tumbados grotescamente por el suelo. Es un dictador mesiánico que decide matar a inocentes con la excusa de que alguien tiene que aceptar esa responsabilidad inevitable. Ozymandias busca la paz mundial, la impone, pero no por un idealismo soñador, sino por su obsesión por el control y la perfección, y sin olvidarse del beneficio de su imperio económico, de sus empresas de colonias, de construcción e incluso de calzado deportivo.

Precisamente el kioskero hace el viaje contrario. Empieza como un individualista que recita sin sonrojarse que "cada uno debe cuidarse de sí mismo", y se compara con Atlas como una referencia clara a Ayn Rand. La amenaza de la guerra sobre EEUU le hace recapacitar y cambiar su ideología prestando una gorra y un cómic a un niño: "tenemos que cuidar de los nuestros". Es la misma evolución que sufre el que antes era un despreocupado psiquiatra, Malcom Long: "Es lo único que puedo hacer, ayudar a los demás. Es lo único que sirve..."

Creo que la mayor ironía de este cómic es que sin embargo Rorschach se convirtió en el personaje favorito de los lectores. Es un personaje al que Moore y Gibbons someten continuamente a humillaciones, pero como introduce la trama y es el que se sacrifica ¿heroicamente? es razonable que despierte simpatía en el lector. En realidad es un tarado tan paranoico que poco le falta para ponerse un sombrero de papel de aluminio, y tan acomplejado y virginal que desprecia el sexo con la excusa de ya no se hace "amor americano". Es un canalla que apalea a ancianos enfermos de cáncer, que se empeña en proteger una ciudad a la que desprecia con toda su alma. Sus peleas en los bares para obtener información no son coreografías como las del Daredevil de Miller, sino vergonzosas rupturas de meñiques sin ninguna épica.

Se puede decir que realmente no es culpa suya, que se trata de un pobre loco traumatizado por el caso de la niña secuestrada a la que intentó rescatar. Esa experiencia es la que incluso llegó a transformar su forma de expresarse, que ahora suena como si tomase notas en voz alta omitiendo pronombres o verbos para ser más breve. Tal vez por este detalle tan difícil de traducir (como el diálogo entre el Comediante y Sally Jupiter del capítulo IX) vale la pena echarle una lectura a Watchmen en el idioma original.

¿Una escena influenciada por Mad Max?

Más allá de todo lo dicho, Rorchach sufre una mayor humillación aún mayor cuando, como lectores, comprendemos lo totalmente equivocado que está sobre su visión de la vida. "La existencia es aleatoria. No tiene patrón salvo el que imaginamos después de mirarla mucho tiempo". Es una frase que pronuncia al mismo tiempo que no dejamos de ver triángulos, simetrías, nudos, etc. a lo largo de toda la historia. Su propia muerte en la nieve revela un smiley gigante, un patrón que se repite a lo largo del cómic y que nosotros sabemos que no nos estamos "imaginando después de mirarlo mucho tiempo". En un sentido más filosófico, podría decirse que "quien vigila a los vigilantes" es, en última instancia, el destino, y que el mundo es ese reloj sin relojero que dice Manhattan (y Voltaire mucho antes que él).

El cómic termina con un final abierto, con el diario de Rorschach a punto de ser abierto por Seymour. Sería una bomba a punto de destrozar la paz mundial en el caso de que llegase a difundirse el gran engaño. Si tengo que imaginarme cómo continúa la escena, creo que sería divertido que el diario tuviese una "caligrafía demasiado retorcida como para poder ser leída" como su bloc de notas (capítulo V), aunque Rorschach termine su diario diciendo ha hecho todo lo posible para ser legible.

Seguramente podría extenderme más. En general los cómics de Alan Moore me gustan mucho (V de Vendetta, From Hell, Miracleman, Supreme...), pero si tengo que elegir creo que me quedaría con éste. La combinación del detallismo narrativo lleno de símbolos y patrones, el juego que da la rejilla de nueve viñetas y especialmente el mensaje político de este cómic me parece que forma una obra maestra que da gusto leer y releer.

La película, por si es necesario aclararlo, es un horror.

2 comentarios:

Wesley Autor dijo...

La verdad es que mi personaje favorito es Rorschach. O sea, quizá los patrones que parecemos ver en la vida real en realidad sólo son un intento de dar sentido a un mundo sin sentido.
Creo que no has acabado de mostrar lo que Rorschach busca, que es castigar al mal. No defiende algo, sólo castiga.
Al inicio era normal pero se convirtió en un psicópata por haberse mantenido con sus ideales hasta el final. Él era el único que se tomaba en serio el hecho de ser justiciero y demuestra mucha valentía mantenerse en sus ideales durante toda una vida.

Peúbe dijo...

"demuestra mucha valentía mantenerse en sus ideales durante toda una vida"

O más bien, demuestra que es un psicópata por mantener esos ideales. La reseña que hizo Orwell sobre Mein kampf me recuerda a este aspecto:

"Cuando uno compara sus declaraciones de hace poco más de un año con las de hace quince años, nos sorprende la rigidez de su mente, la forma en que su visión de mundo no se desarrolla. Es la visión fija de un monomaníaco sin probabilidades de verse afectada por las maniobras temporales de la política del poder".